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Historias del crimen

Asesinato y violación en la Costanera

Un fogoso encuentro de dos amantes en el Camping Municipal de Chimbas la noche del 10 de enero de 2004, acabó en una pesadilla. Dos sujetos atacaron a la pareja cuando caía la noche. Al joven lo golpearon y estrangularon para después enterrar su cuerpo a la vera del río. A ella la sometieron sexualmente.

Por Redacción Tiempo de San Juan

Por Walter Vilca

El era un joven soltero. Ella, una peluquera recientemente separada. En realidad, no había nada formal entre ellos, sólo una atracción mutua convertida en aventura que los llevó a encontrarse casi a escondidas una noche de enero del 2004. Y fue ahí que dieron riendas sueltas al deseo y fueron a tener sexo cerca de la costanera del río San Juan, pero todo se les fue de las manos. Él acabó golpeado y muerto con un cable en el cuello. Ella, violada por dos hombres.

Sin dudas, Nahuel Facundo Soria, de 25 años, y esa joven mamá de 33 años tuvieron la mala racha de encontrarse en el lugar y la hora equivocada. Una malograda cita de dos amantes ocasionales que no querían compromisos y que tuvo un cruel final.

Ella lo había conocido por casualidad. Nahuel era hijo de la maestra de uno de los niños de la peluquera. Y la primera vez que se vieron cruzaron las miradas y se sedujeron en silencio. Después intercambiaron los números de celulares y al tiempo él la llamó para invitarla a salir.

La tarde noche del sábado 10 de enero del 2004, Nahuel Soria pasó a buscarla en su moto Suzuki 110cc por la esquina de la avenida Rawson y calle Maipú y juntos partieron hacia otro lugar para estar solos. De la charla pasaron a los besos y abrazos y la excitación hizo brotar el deseo y no aguantaron las ganas de hacer el amor. Entonces tomaron la moto y se dirigieron a un hotel alojamiento de Chimbas. Como la plata no les alcanzaba para pagar una habitación, decidieron dar una vuelta y finalmente terminaron en el Camping Municipal de Chimbas, en la zona de la Costanera y al costado del Río San Juan.

Furioso ataque

No había nadie, igual buscaron refugio debajo de unos árboles para tener más intimidad. Ya era de noche cuando empezaron a tener sexo, pero no se dieron cuenta ni percibieron que a lo lejos los estaban observando. Ella recuerda que en un momento vio que Nahuel se apartó intempestivamente y recibió un palazo en la cabeza que lo dejó seminconsciente. Los atacantes eran dos hombres, que después se supo eran Alfredo Esteban “Chelo” Quiroga y su hermano José Luis Eduardo “El Pelado” Quiroga, que arremetieron con furia contra el joven que se desplomó en el suelo.

La chica se subió el pantalón y corrió aterrada intentando escapar. Consiguió huir, pero no por mucho. Alfredo “Chelo” Quiroga salió por detrás de ella hasta que la alcanzó, la tumbo en la piso y la trajo a los empujones. En eso pudo ver a Nahuel tendido en la tierra, con su rostro ensangrentado. Luego fue llevada a un rancho muy cerca del camping, donde le vendaron los ojos y le ataron las manos y las piernas. Ese fue el comienzo de su martirio, porque el hombre le desprendió la ropa y la violó mientras disfrutaba de un cigarrillo.

La víctima recuerda que mientras era sometida, escuchaba los gritos desgarradores de Nahuel que pedía que no lo golpearan más. La tortura para ella fue interminable, pues una vez que el sujeto la sometió, salió a buscar al otro individuo que lo acompañaba.

 

Para entonces, Nahuel tenía las manos atadas a la espalda con un cinto y permanecía boca abajo y además le habían puesto un cable alrededor cuello, el cual era sujetado a sus pies. Estaba completamente inmovilizado, aun así Alfredo Quiroga no tuvo compasión con él y continuó pegándole. Lo peor vino segundos más tarde. Uno de los hombres hizo un torniquete con un palo y el cable envuelto en el cuello de Nahuel. Y con total frialdad empezó a girar el palo y a tensar el cable, así poco a poco estranguló al muchacho hasta matarlo.

Nada parecía conmover a Alfredo Quiroga, que con total desparpajo y desprecio mandó a su hermano a que llevaba a la mujer al rancho, como quien entrega un objeto, y la violara. José Luis Quiroga no puso reparos y cumplió con la macabra orden. Fue así que él también sometió sexualmente a la peluquera dentro de la precaria vivienda.

A los minutos regresó de nuevo Alfredo Quiroga, quien era el que mandaba. “¿Ya te la cogiste?”, le largó. José Luis, que era aparentemente sumiso, respondió: “pará, pará, yo no sirvo para violar gente…”, a todo eso la mujer permanecía indefensa y shockeada. De hecho, ambos continuaron hablando hasta que este último consumó el ultraje. No se conformaron con violarla, en medio de la salvaje agresión le robaron el dinero y otras cosas que llevaba en su bolso.

Los hermanos Quiroga luego sacaron a la chica tirándola de los brazos, la hicieron caminar por un largo trecho por la Costanera en dirección al Norte y la liberaron en los primeros minutos del día 11 de enero. Llorando y perdida, la mujer apareció más tarde en la calle Sarmiento, en Chimbas. Se acercó desesperada a pedir ayuda a un autobar, cuyos dueños la auxiliaron y llamaron un remis para que la trasladara a su casa.

Más tarde, ella sola se presentó a la entonces Unidad Judicial Nº1 –la Seccional 1ra- de la Capital para denunciar la violación. Estaba tan asustada y confundida que no quería que el hecho le trajera más problemas con su ex marido y entonces decidió contar la verdad a medias. Denunció el ataque sexual perpetrado por los dos hombres, pero mencionó que estaba sola y nada dijo sobre la presencia de Nahuel Soria, del que no sabía el destino que había corrido.

Los Quiroga sí lo sabían. Tras liberar a la mujer, los hermanos volvieron al sitio donde se hallaba Nahuel Soria y cargaron su cadáver unos 400 metros hasta las márgenes del río. Con la única intención de ocultar el cuerpo, lo tiraron en un charco de agua y lo cubrieron con piedras y escombros. Al regresar, Alfredo Quiroga tomó la moto del joven y partió al centro de la Capital. La dejó estacionada cerca de la Plaza España y se puso a charlar con unos amigos suyos que tienen un carro panchero, a quienes les confesó que el rodado era robado y pidió que lo hicieran desaparecer. Una de esas personas le escuchó decir a “Chelo” Quiroga que junto a su hermano habían golpeado y matado al dueño de la moto.

La investigación

La Policía para entonces sólo investigaba la violación contra la peluquera. Lejos de ahí y sin imaginar la suerte de su hijo, Estela Escudero entró a preocuparse porque Nahuel no regresaba a su casa en Santa Lucía y concurrió a la Seccional 29na a denunciar su desaparición. En ese momento nadie relacionaba dicha desaparición con la violación denunciada de Chimbas.

Mientras el desconcierto sobre el paradero de Nahuel Soria crecía, el jueves 15 de enero avisaron del hallazgo de un cadáver semienterrado en las orillas del río San Juan, a la altura de Chimbas. El cuerpo estaba hinchado e irreconocible. Los policías se sorprendieron porque estaba maniatado y con un cable envuelto al cuello. Lo primero que supusieron era que se trataba de un crimen mafioso y, como no podía identificar a la víctima, no tenía muchos datos. Por descarte, surgió la sospecha de que era Nahuel Soria, el joven desaparecido el 10 de enero. Es así que llevaron a la madre del joven a la Morgue Judicial para que hiciera el reconocimiento de las prendas de vestir y efectivamente reconoció la ropa. Era él.

Se tejieron muchas hipótesis, pero fue el joven oficial Iván Frías de la sección Homicidios el que luego ató cabos y empezó a conjeturar que la muerte de Soria podía tener relación con la violación de la peluquera en la Costanera, ocurrida el mismo día de la desaparición del joven. Por esto mismo volvieron a entrevistar a la mujer, que al final se quebró y reveló toda la verdad sobre el ataque que había sufrido junto a Nahuel.

El crimen causó estupor y gran conmoción pública por la difusión a través de los medios. Los investigadores, que buscaban la moto Suzuki de Soria, comenzaron a hacer averiguaciones en la zona y se enteraron que por esos días Alfredo Esteban Quiroga, que vivía sobre calle Almirante Brown y en cercanías a la Costanera, se había mudado de casa. Paralelamente, un hombre se presentó en la Policía y señaló que tenía la moto que buscaban. El testigo relató que se la habían vendido. A posteriori, supieron que ese rodado había estado en poder de Alfredo Quiroga.

Con eso cerraron el círculo. Alfredo “Chelo” Quiroga, en aquel momento de 31 años, fue el primero en caer preso. Después detuvieron a su hermano, José Luis “El Pelado” Quiroga, de 37. Ambos se empecinaron en negar su autoría en el crimen y la violación, pero el testimonio de la chica sobreviviente y la descripción que hizo de ellos los comprometió seriamente. Otra prueba fue el trozo de cable con que ataron a la mujer, que fue encontrado en la casa de los Quiroga. Y lo que es más importante, una muestra de semen permitió demostrar a partir de una prueba de ADN que Alfredo Quiroga era uno de los violadores.

Un examen psiquiátrico indicó que Alfredo Quiroga es un psicópata que no experimenta culpa ni angustia y presenta trastornos de personalidad antisocial. “Es un psicópata, frío, irresponsable y desalmado”, según describió uno de los especialistas. Con respecto a José Luis Eduardo Quiroga, la conclusión fue que también muestra rasgos psicopáticos de personalidad, que es débil, sumiso y muy dependiente de su hermano menor.

Todo eso hundió a los hermanos Quiroga, que a los meses fueron procesados por el juez de la causa. En diciembre de 2005, los llevaron a juicio en la Sala I de la Cámara en la Penal y Correccional. El abogado defensor, el ahora diputado nacional por el PRO Eduardo Cáceres, buscó en vano salvar de la cárcel a los asesinos y violadores. Por el contrario, el veredicto de los jueces Diego Román Molina, Arturo Velert Frau y Silvia Peña Sansó de Ruíz fue contundente. Alfredo Esteban Quiroga y su hermano José Luis Eduardo fueron condenados a reclusión perpetua, más la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado por los delitos de homicidio doblemente agravado por alevosía y por su modo críminis causa y abuso sexual con acceso carnal, agravado por el número de personas.

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