El descubrimiento de una roca recolectada por el rover Perseverance, que podría contener evidencias de vida microbiana pasada en Marte, generó entusiasmo mundial. Sin embargo, la confirmación de ese hallazgo depende de un reto aún mayor: lograr que esas muestras viajen de regreso a la Tierra.
La roca, bautizada Cañón Zafiro, fue extraída en 2024 del cráter Jezero, un antiguo lecho fluvial que albergó agua hace miles de millones de años. En ella, el equipo científico de la NASA identificó estructuras químicas que podrían haberse originado por procesos biológicos. La hipótesis, publicada en la revista Nature, supera la prueba inicial de la comunidad académica, aunque los expertos advierten que solo los laboratorios terrestres podrán descifrar si realmente se trata de biofirmas y no de formaciones geológicas. “Las afirmaciones astrobiológicas requieren evidencia extraordinaria”, resumió Katie Stack Morgan, del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL).
Desde 2021, Perseverance ha almacenado 30 tubos con fragmentos de rocas sedimentarias. Pero traerlos a la Tierra se convirtió en un rompecabezas tecnológico y político. El programa Mars Sample Return (MSR), desarrollado junto a la Agencia Espacial Europea, fue criticado por sus demoras y costos: una junta independiente estimó que la misión demandaría 11.000 millones de dólares y recién concretaría el retorno en 2040. “Inaceptable”, calificó entonces el exadministrador Bill Nelson. Ante ese panorama, la NASA analiza alternativas más ágiles y baratas, con el horizonte puesto en la década de 2030. Una opción es reutilizar el sistema de grúa aérea, el mismo que permitió el descenso exitoso de Curiosity en 2012 y Perseverance en 2021, para reducir complejidad y costos. Otra posibilidad es abrir la puerta a la iniciativa privada, con empresas como SpaceX o Blue Origin diseñando plataformas capaces de transportar un módulo de carga pesada a Marte.
Ambos esquemas buscan sortear el principal obstáculo del planeta rojo: una atmósfera demasiado delgada para frenar con paracaídas, pero lo bastante densa como para incendiar cualquier nave sin protección. La NASA evalúa achicar la escala del vehículo de ascenso, reemplazar paneles solares por sistemas energéticos más robustos y garantizar un transporte más eficiente. Con estas modificaciones, el presupuesto bajaría a entre 5.500 y 7.700 millones de dólares y las muestras podrían llegar a la Tierra entre 2035 y 2039. “Queremos traerlas lo antes posible para analizarlas con la tecnología más avanzada disponible”, destacó Nicky Fox, directora de Ciencias de la NASA.
El objetivo no es menor: confirmar si Marte albergó vida y reconstruir la historia geológica y climática de un planeta que alguna vez fue habitable. El retorno de muestras marcianas también está atravesado por el escenario político. La cancelación del plan original durante la administración Trump obligó a replantear la misión. “No se trata de abandonar Marte, sino de encontrar una forma más rápida y sostenible de traer las rocas”, explicó el administrador interino Sean Duffy. La decisión final se tomará en 2026, cuando la NASA elija qué camino seguirá. Hasta entonces, los ingenieros del JPL pondrán a prueba la viabilidad de cada propuesta.
Confirmar vida pasada en Marte tendría un impacto científico, filosófico y cultural sin precedentes. “Estas muestras tienen el potencial de cambiar nuestra comprensión de Marte, del universo y, en última instancia, de nosotros mismos”, dijo Bill Nelson. Mientras tanto, las 30 muestras de Perseverance esperan en el cráter Jezero el viaje más trascendental de la historia de la exploración espacial.