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Recuerdo de la gloria sanjuanina

A 10 años de la muerte del Payo Matesevach, un pedalista inigualable

El ciclista falleció el 23 de julio de 2012, a los 66 años.

Por Redacción Tiempo de San Juan

Un 23 de julio de 2012, San Juan perdía de una de sus glorias deportivas más importantes. En un hospital de Buenos Aires fallecía Antonio Matesevach, más conocido en el ambiente como Payo. Sufrió un paro cardio respiratorio en el Hospital Italiano cuando esperaba ser atendido.

El ciclista sanjuanino estaba junto a su esposa Silvia cuando se desvaneció en sus brazos y no se pudo hacer nada más. Luchaba desde hacía tiempo contra un cáncer de colon y viajaba cada tanto para realizarse los controles médicos.

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El Payo junto a su esposa, Silvia Marenna.

El Payo junto a su esposa, Silvia Marenna.

La muerte de una personalidad de envergadura, que dio tantas alegrías a los sanjuaninos y argentinos fanáticos del pedal conmovió a miles de personas. Este diario reflejó la carrera del ídolo con una nota titulada "Se fue un pedalista inigualable", que se recuerda a continuación:

Tenía apenas 22 años cuando, aquel fatídico accidente en Canadá, cortó lo que era una carrera meteórica que se auguraba a lo más alto del ciclismo mundial.

Antonio Matesevach, se había iniciado como ciclista en su adolescencia y a los 17 años debutó entre los federados. Rápidamente se convirtió en una figura ascendente en esta tierra fanática de la bicicleta.

Siendo joven lo llevaron a la selección nacional para realizar giras con nombres rutilantes de aquellas décadas doradas del ciclismo argentino.

En 1967, ganó su primera clásica: La Doble Media Agua y unas semanas después se hacía con la primera de sus tres Doble Calingasta. Ese mismo año, protagonizó una estupenda Vuelta de Táchira, en Venezuela, donde intervenían los mejores pedalistas del mundo, cuando una rodada en la penúltima etapa le hizo perder la punta de la clasificación general.

Tras esa carrera, viajó con la selección a los Panamericanos de Winnipeg, donde fue atropellado por un auto mientras entrenaba para la competencia, que era clasificatoria para el Mundial de Holanda de ese mismo año y para los Juegos Olímpicos de México.

Salvó su vida de milagro cuando toda la prensa especializada lo apuntaba como un crack con un futuro inmenso.

Ahí empezó el calvario por su salud, pero milagrosamente, luego de 5 años y 13 operaciones, volvió con una pierna 4 cm más corta. Regresó en otra clásica: La Mendoza-San Juan de 1972, en lo que fue el acontecimiento del año para la afición provincial. Volvía aquel crack que todavía no había demostrado todo su potencial.

Desde ahí, comenzó a hilvanar nuevamente una trayectoria plagada de éxitos, que lo llevó a participar en los Mundiales de Canadá en 1974 y de Venezuela en 1977. Antes de la cita en Montreal, dio un zarpazo que quedó en la historia, ganó el pre-campeonato del Mundo. Otra prueba internacional ganó fue la Vuelta de Ecuador, recordada por ser una de las más difíciles de aquellos tiempos.

Luego del episodio de Winnipeg, tuvo revancha y finalmente pudo participar de los Panamericanos de México '75 y Puerto Rico '79. Ese esperado retorno lo llevó también a las rutas de Europa, contratado por Fanini para correr en Italia. Realizó una temporada compitiendo en el "Piccolo" Giro, la Vuelta de Borgosessia y la Vuelta de Firenze, entre otras.

En San Juan, se hizo de clásicas como la Doble Difunta Correa (‘73), se dio el gusto de repetir la Calingasta en 1975 y 76 y la Doble Media Agua (’77). En tanto, en Mendoza, también se quedó con pruebas importantes contratado por los equipos más poderosos.

La mala suerte se ensañó con él en los campeonatos argentinos de ruta, cuatro veces fue subcampeón y no pudo obtener ese título. Pero aquí, en su tierra, nadie podía con él, fue multicampeón sanjuanino de Ruta.

Esa melena rubia al viento, era inconfundible para cualquiera, experto o no, todo el mundo conocía al Payo. Ese chimbero que tenía un vigor pocas veces visto en la ruta, que servía de peón o de punta de lanza. Que se hacía fuerte cuando el viento frenaba la bici y que escapaba velozmente cuando lo atacaban.

La gente al borde del camino le gritaba en cada pasada y lo llevaba en andas tras los cientos de banderazos triunfadores. Quedará eternamente la sensación de que si aquel alcoholizado conductor no lo embestía en ese trágico entrenamiento, su nombre hoy sería más reconocido a nivel mundial y gozaría de, aún más, prestigio.

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