Domingo Faustino Sarmiento fue un hombre muy completo y complicado a la vez. Un hombre sagaz e inteligente, obstinado, perspicaz y a su vez muy terco. Seguramente habrás escuchado alguna de sus historias donde era prácticamente imposible que diera el brazo a torcer. Por ejemplo, como el gran escritor que era, no tenía miedo de sufrir las consecuencias de sus escritos, aunque eso le significase el exilio. Y con las mujeres que rodearon su vida, esta faceta no será la excepción.
Sarmiento fue un hombre mujeriego, muy mujeriego. Varias anécdotas recuerdan esta característica. Una de las más recordadas es cuando en sus viajes, dentro de los gastos que mantenía, incluyó una sección para "orgías". Al mismo tiempo, no buscaba esconder esta faceta, es más, en una carta a su sobrino en 1843, decía:
"No creo en la duración del amor, que se apaga con la posesión. Yo definiría esta pasión así: un deseo por satisfacerse. Parta usted del principio de que no se amarán por siempre. Cuida de cultivar el aprecio de su mujer y apreciarla por sus buenas cualidades. Oiga usted esto, su felicidad depende de la observancia de este precepto: no abuse de los goces del amor, no traspase los límites de la decencia, no haga a su esposa perder el pudor a fuerza de hacerla prestarse a todo género de locuras".
Pero ¿Llegaría a Sarmiento el amor de su vida? No sé si amaría a una mujer como estamos acostumbrados a ver en la televisión o películas, donde las parejas se juran amor eterno, pero si llegaría la mujer que acompañe a Domingo hasta la muerte y que fue muy importante para uno de los momentos culmines en la vida del Padre del Aula, comencemos a buscar.
María Jesús del Canto
Comencemos por el principio. En 1831, Sarmiento emprende su primer exilio hacia Chile, debido a los enfrentamientos que había mantenido con el bando federal argentino. En la localidad de Los Andes, en el país vecino, se mantuvo trabajando como maestro. Allí conoce a María Jesús del Canto, una de sus alumnas, de 17 años, con quien tendría una hija, Ana Faustina Sarmiento, el 18 de julio de 1832. En 1836, cuando Domingo regresa al país, trae consigo a su hija, ya que era rechazada por la familia de su madre. Ana fue criada por su abuela, Paula Albarracín de Sarmiento y sus hermanas. Acompañó a su padre toda su vida hasta su lecho de muerte.
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Ana Faustina Sarmiento: Ana fue traída a San Juan por su padre luego de su exilio en Chile. Fue alumna del Colegio Santa Rosa y en 1842 volvió al país vecino, donde completó sus estudios. En 1848 contrajo matrimonio con uno de los amigos de su padre, Julio Belín, con quien tuvo 6 hijos. Luego de la caída de Rosas, regresó a la provincia. Enviudó y comenzó a trabajar como profesora hasta que llegó a ser Directora de la Escuela Superior de Niñas, la base de la futura Escuela Normal de San Juan.-

Pero, no es ella a quien podemos llamar como el amor de la vida de Domingo, sigamos buscando.
Benita Martínez Pastoriza
En 1840, Sarmiento partía nuevamente al exilio a Chile. Aquí conoce a una mujer muy acaudalada, Benita Martínez Pastoriza, quien estaba casada con un comerciante mucho mayor que ella, Domingo Castro y Calvo. Fue una etapa muy romántica para Domingo, en el sentido en que asistía a varios encuentros sociales: bailes, sociedades, teatros. Hay que aclarar que aquí, Sarmiento no es el mismo hombre que partió a Chile en 1831. En su estadía en la provincia, tuvo contacto con varios sectores literarios e intelectuales, incuso fundó un diario, "El Zonda".
Muchas voces hablaron del romance entre Domingo y Benita, pero fue interrumpido por el labor. Sarmiento fue comisionado a estudiar distintos modelos educativos en Europa y Estados Unidos. Luego de 3 años, regresa a Chile, donde Benita había enviudado y tenido un hijo, a quien Sarmiento adoptó como propio y nombro Domingo Fidel Sarmiento, mejor conocido como Dominguito.

- En 1857, Sarmiento se muda, junto con su esposa, a Buenos Aires. Muchos de los rumores hablan de que Domingo decide radicarse cerca de la casa de Dalmacio Velez Sarsfield, donde entablará una relación amorosa con su hija, Aurelia. En 1868, Sarmiento es electo presidente de la República y, como primera dama, Benita descubre la infidelidad de su marido en 1869, enfrentándose a este y a su amante en una campaña de desprestigio. Finalmente, logró adquirir la mitad de los bienes de su ex marido, tribunales de por medio.
Luego de tantos altibajos amorosos, resulta fácil imaginarse que el prócer no era un hombre muy domestico, por ponerle un nombre. No lo vemos cómodo con compartir su vida al lado de una mujer, pero todavía falta una persona que irrumpa en la vida de Domingo, y de qué modo lo hizo…
Aurelia Vélez Sarsfield

Aurelia era la hija de uno de los amigos de Domingo, Dalmacio Vélez Sarsfield. Se convirtió en una mujer muy capaz: sabía inglés, tocaba el piano, era una gran lectora y sabia redactar, incluso ayudó a su padre en la redacción del Código Civil Argentino.
En 1855, se reencontraron (se habían conocido en la niñez de Aurelia), el tenia 44 años y ella 19. Muchas voces hablan del romance entre ellos. Se sostiene la idea de que el conocimiento de su relación fue lo que impulsó la separación de Domingo con su esposa, primera dama de la República Argentina, Benita Martínez Pastoriza en 1869 (Sarmiento fue electo presidente en 1868). Pero según el mandatario, con su pareja mantenían un pacto de distanciamiento a partir de 1860. Por otro lado, este fue un acontecimiento muy complicado para la vida de Domingo y de Aurelia. Hay que recordar que se hablaba del Presidente de la Nación, por lo que los acontecimientos de su vida privada podrían tener una gran repercusión en su imagen pública. Sin embargo, Domingo se mantuvo al lado de Aurelia y no la abandonó pese a sus consecuencias.
Ella fue un gran soporte en la vida del sanjuanino. Luego de reencontrarse en 1855 mantuvieron una relación a pesar de donde la vocación llevara a Domingo. Como gobernador en 1864 de la provincia de San Juan, redactó cartas a su amada. Incluso durante sus viajes al exterior, mantuvo correspondencia con Aurelia, narrándole la belleza de los lugares que visitaba.
Aurelia incluso ayudó al prócer en su campaña para la presidencia en 1868. Hay que recordar que Sarmiento se encontraba en el exterior y su campaña fue encabezada por Lucio Mancilla y en gran medida por Aurelia.
Acompañó a Domingo hasta los últimos años de su vida, no necesariamente con su presencia, pero su imagen no se borraba de la cabeza del ex presidente, quien continuaba enviándole cartas.
Luego de la muerte de Domingo, el 11 de septiembre de 1888, se le erigió un monumento en lo que hoy es Parque Palermo. Ante este hecho Aurelia escribía:
"Me alegra que lo recuerden, pero a mí no me va gustar ver su figura tiesa, convertida en bronce. Porque ese hombre fue mi hombre. Yo lo abracé y lo besé. Apoyé mi cabeza sobre su pecho, y la sostuvo con sus manos grandes y fuertes. Dentro de algunos años, cuando ya no esté, él permanecerá allí, quieto, helado, pero nadie podrá recordar el calor de sus brazos".
Dignas palabras de la mujer de la vida de Domingo Faustino Sarmiento.