Hace 28 años que Teresa recorre distintos barrios con su panadería ambulante. Lo que empezó como una necesidad, tras una dura enfermedad y una separación, se transformó en un estilo de vida que la conecta con la gente y le da sentido a sus días.
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SUSCRIBITECon pan casero, tortitas y facturas, Teresa Montenegro recorre barrios enteros desde hace 28 años. Lo que empezó como una necesidad, se transformó en un estilo de vida marcado por la constancia, la fe y el amor por la comunidad.
Hace 28 años que Teresa recorre distintos barrios con su panadería ambulante. Lo que empezó como una necesidad, tras una dura enfermedad y una separación, se transformó en un estilo de vida que la conecta con la gente y le da sentido a sus días.
Teresa Montenegro tiene 28 años de experiencia pedaleando por las calles con una bicicleta que adaptó para vender pan casero, tortitas, facturas y semitas. Recorre barrios enteros ofreciendo sus productos y una mano amiga a quienes la necesitan.
Su historia comenzó en un momento difícil: tras superar un cáncer y quedar sin trabajo en una perfumería, encontró en la venta ambulante una salida. “Me entregaron en mi casa para pasar mis últimos días, pero cuando me recuperé decidí salir a trabajar. Descubrí que el aire, la calle y la gente eran vida”, recuerda emocionada.
Desde entonces, su bicicleta no solo le permite sostenerse económicamente, sino también generar vínculos. “Soy como una psicóloga para muchos. Me piden favores, me consultan sobre trámites, me esperan para charlar. Más que vendedora, soy amiga. Eso me llena el alma”, asegura.
Su rutina arranca temprano, a las 6:30, con una oración. Luego recibe a proveedores o se cruza con ellos en el camino. “Tengo calculado el horario de cada cliente, sé dónde tengo que estar y a qué hora. Algunos me esperan en la ventana, otros en la puerta de su casa. No los puedo fallar”, dice.
Trabaja mañana y tarde, y aunque las jornadas son largas, asegura que lo hace con amor. “Antes me costaba, venía de otro ambiente, pero aprendí a valorar a la gente en cualquier nivel social. Eso me cambió la vida”.
Con su trabajo pudo criar a sus dos hijas, quienes hoy son profesionales: una está por recibirse de periodista y la otra es traductora internacional. También ayudó a sostener a su nieta. “Pude mantenerlas, pagar sus estudios y salir adelante. Ahora trabajo para mí y para ayudar a los demás”, explica.
La constancia y el esfuerzo fueron sus aliados. “Al principio me cerraban las puertas porque no me conocían, pero con perseverancia logré que me aceptaran. Aunque llueva, sople viento o se pinche la bicicleta, yo paso igual, porque sé que hay personas mayores que dependen de mí”, cuenta con orgullo.
Hoy, con casi tres décadas de experiencia, asegura que no piensa dejar. “Mis hijas me dicen que ya tendría que parar, pero yo lo amo. Amo a la gente, amo lo que hago. Empecé llorando y ahora no me imagino otra vida. Mi bicicleta me cambió el destino”.