Con una historia de redención que a más de uno podría ponerle la piel de gallina, Jonathan Vera, más conocido como el 'pastor tumbero' del Penal de Chimbas, abre las puertas de su mundo y cuenta por qué decidió predicar tras las rejas. Defensor de las segundas oportunidades, entiende que su misión es rescatar vidas donde la esperanza es un bien preciado que sólo algunos pocos encontraron.
Tiene 33 años y el detalle no es menor con todo lo que vivió, ya que estuvo en el fondo de la oscuridad y, con la llegada de Dios, su vida cambió por completo. Así lo afirma el hombre que encabeza el Ministerio de Evangelización Carcelaria, el movimiento de la Iglesia Evangélica que comparte las enseñanzas de la biblia en las unidades penitenciarias.
Su padre, Osvaldo Vera, fue quien comenzó con la tarea en San Juan a fines de los '80 y principios de los '90, cuando la misión -dice- se presentó en estas tierras. Sin embargo, el creador de la iniciativa falleció en 2011 y a partir de entonces él tomó las riendas. Hoy, junto a su esposa y su madre visitan a diario el Servicio Penitenciario no sólo para compartir la palabra de Dios con los reclusos, sino también con sus familias.
Si bien reconoce que la sociedad está resentida con la población carcelaria, pues cometieron delitos y provocaron daños difíciles de reparar o incluso irreparables, el pastor asegura que la asistencia espiritual es tan necesaria como el agua y un plato de comida. Es que nadie mejor que él para entender cómo son los días detrás de las rejas.
Aunque su papá fue pastor y sus primeros recuerdos son en una iglesia, la buena educación y las exigencias de su familia no evitaron que atravesara una adolescencia más que rebelde que lo llevó al peor de los mundos: el de la droga y la delincuencia.
"Me descarrilé por completo. Me peleé con mi papá, me fui de mi casa y terminé con malas juntas que robaban y consumían de todo", recuerda quien comenzó ese camino cuando tenía 14 años. "Pensaba que mi papá no me quería, que no me amaba, aunque daba todo por nosotros y por eso encontré refugio en la calle", confiesa.
Abandonó la escuela y, como le costaba encontrar un trabajo que le permitiera mantenerse por sí sólo, descubrió que lo más sencillo era robar y durante varios años integró una banda delictiva que se dedicaba asaltar casas y comercios. De menor, entró y salió de las comisarías en innumerables ocasiones, hasta que cumplió 18 años y fue a parar al Penal de Chimbas.
Según rememora, todavía estaba molesto con su padre y no comprendía por había sido tan estricto con él. "Él siguió misionando en la cárcel y por eso, cada vez que lo veía de lejos, le gritaba y le decía de todo. Estaba resentido", admite.
Por esos días no hacía más que consumir drogas y encerrarse en sí mismo entre las cuatro paredes de su celda. "No tenía rumbo, hasta que un día sentí la mano de Dios. Estaba alucinando por lo que había consumido, acostado en mi cama, y de repente empecé a llorar. No podía parar de llorar, tenía una angustia que me ardía el pecho", recuerda y sigue: "En ese momento, se acercaron unos compañeros del pabellón que estaban con la biblia en la mano, preparándose para orar, y me preguntaron 'querés que Dios te perdone'".
Tras responder que sí, cuenta que las lágrimas no cesaron pero su sensación fue otra. "Me sentí más liviano, como que me había sacado un enorme peso de encima, era la angustia, la culpa, la vergüenza", sostiene y agrega: "Conocía los pasajes de la biblia por mi pasado, pero nunca había experimentado el amor de Dios. Me leyeron los últimos versos del padre nuestro y lo primero que entendí era que tenía que perdonar a mi papá".
Para él, tuvo que atravesar ese tormento personal para llegar hasta el lugar donde hoy se encuentra. "El hombre nace con un vacío y lo único que lo puede llenar es la fe, es Dios. Dentro del penal he visto cosas mágicas que sólo la religión lo puede lograr. Gente que se juraba la guerra porque se habían matado familiares, que luego terminó abrazada llorando y perdonándose mutuamente. Eso no lo consiguen las leyes, ni las terapias. Donde no llega la ciencia, ahí llega Dios", asevera.
Después de encontrar la paz en ese episodio que relató, su proceso de cambio inició. Se reencontró con su padre, se fundieron en un abrazo y comenzaron de nuevo. Una vez en libertad, colaboró con la causa y, con la seguridad de que en la cárcel hacía falta más presencia religiosa, reunió a otras personas del culto para predicar en aquel lugar.
"Trabajamos de lunes a viernes, estamos hasta en el sector de las mujeres con mi mamá y mi esposa al frente. Vemos resultados todos los días. Personas que se equivocaron y que están arrepentidas, que buscan el perdón, que quieren paz", comenta el pastor de la iglesia situada en Villa Krause.
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"Lo que nosotros rigurosamente predicamos es encontrar a Dios para tener una libertad espiritual y no física, si no no tendría sentido. SI uno pregunta quién quiere la libertad en la cárcel, seguramente todos levanten la mano. Sin embargo, pocos son los que dicen que quieren cambiar sus vidas y que quieren dejar atrás los males que hicieron para ser mejores personas. Con ellos son con quienes trabajamos y ayudamos", señala.
En 2015, el Ministerio abrió una panadería que funciona en el mismo lugar donde está emplazado su templo y su finalidad es ser una fuente de trabajo para quienes salen de la prisión y necesitan generar ingresos para no caer en las viejas prácticas. "Hemos tenido gente viviendo acá, trabajando y jamás faltó nada. Fue un envión con el que cambiaron sus vidas para siempre", declara con orgullo.
Con una frase bíblica resume y describe lo que su tarea representa: "Si aún es necesario rescatarlo del mismo fuego, entonces rescátalo". "En eso estamos, aunque sea uno, dos, tres o los que sean. Más allá de las dificultades que se nos presenten, del calor, las largas esperas para ingresar, de las actitudes de algunos guardias, resistimos", concluye.