Hay personas que logran obras tan importantes en la vida, que su destino pareciera estar delineado de antemano. Raúl Ernesto Alonso Fuego era un joven sanjuanino que tenía el sueño de ser médico, allá a finales de la década del ’40. Pero su familia, no tenía el dinero suficiente para solventar la carrera. Sin embargo, en el momento justo, llegó la suerte: su padre ganó el Gordo de Navidad y con el premio pudo enviarlo a Córdoba a estudiar. Aquel profesional lleno de ganas, regresó a la provincia ni bien se recibió y se terminó transformando en uno de los médicos que creó el Programa de Atención Primaria de la Salud en el país, lo rediagramó para ejecutarlo en San Juan y lo difundió en gran parte de América Latina.
Él murió hace 31 años, pero su obra continúa vigente y su nombre aún resuena. De hecho, hace 10 días, el Gobierno de la provincia inauguró la refuncionalización de un centro de salud en el Quinto Cuartel, una localidad alejada de Pocito, que lleva su nombre. Un reconocimiento que simboliza el legado de un hombre que caminó, literalmente, por la salud de San Juan.
“Mi padre y mi madre, Ana María Sapia, ambos médicos, llegaron a San Juan recién recibidos. Los destinaron a Barreal, en Calingasta. A él como director del hospital”, recuerda con orgullo Gabriel Alonso, uno de los cuatro hijos del matrimonio. En esa época, los caminos eran difíciles y los accesos escasos. Raúl recorría pueblos alejados, a veces a lomo de mula, para llegar a zonas tan remotas en ese momento, como Manantiales.
Durante casi dos años, la joven pareja vivió en el departamento cordillerano. Sin embargo, por su destacada tarea, Raúl fue enviado por el Ministerio de Salud a cursar lo que entonces se llamaba Diplomatura en Salud Pública, hoy equivalente a una maestría. Al terminar su especialización, se mudó con su familia a Capital y fue designado a cargo del área de Salud Rural, conocido actualmente como Atención Primaria de la Salud. Al frente de esa función y junto a otros cinco médicos del país, el sanjuanino diseñó ese programa, que luego adaptó a la provincia con particular énfasis en la prevención y cobertura de zonas alejadas.
En San Juan, el Día del Agente Sanitario se celebra el 9 de diciembre, en conmemoración del natalicio del Dr. Raúl Alonso Fuego, padre del Programa de Atención Primaria de la Salud, fundamental para la salud comunitaria y aplicado en varios países.
“Dentro de ese programa, mi padre diagramó en San Juan todo el sistema de Agentes Sanitarios, a través del cual organizaba las rondas de los profesionales, casa por casa. Según su plan, en cada casa de zonas alejadas, debía pasar un médico cuatro veces al año. Me cuesta decirlo, porque soy su hijo, pero su proyecto fue aplicado después en gran parte de Latinoamérica e, incluso, tomado como referencia en parte de España”, confía Gabriel al rememorar la tarea del médico pionero.
Y resalta que, su papá estaba tan pendiente del programa en la provincia que, para ejecutarlo, recibía él directamente los fondos que enviaba Nación para su desarrollo y se encargaba de la administración. “Durante una época, cuando Nación suspendió el programa por una crisis económica, él lo sostuvo un año más en San Juan con fondos que había ahorrado personalmente”, relata su hijo. Al tiempo que suma, “de hecho, como su obsesión era reducir la mortalidad maternoinfantil, con los mismos fondos había implementado incluso un sistema de pago de plus, que premiaba a los agentes sanitarios que detectaran embarazadas sin controles o niños sin vacunas, asegurando su atención”.
La pasión que no se jubiló
Al momento de su muerte, en enero de 1994 en una sala de operaciones en medio de un cateterismo tras un infarto de corazón que había sufrido 10 años antes, Raúl Alonso Fuego era responsable de cuatro áreas clave dentro del Ministerio de Salud: Atención Primaria, Medicina Sanitaria, Epidemiología y Chagas. Todos los fondos para el funcionamiento de estás reparticiones eran administrados por él. Y, aunque ya se había jubilado un año antes, había pedido prórroga. “No podía dejarlo, era un apasionado”, dice Gabriel.
Raúl no se limitaba al escritorio. Caminaba los barrios, supervisaba en persona a los agentes sanitarios, y si hacía falta, volvía a subirse a una mula o a un helicóptero para llegar a lugares de difícil acceso como las Sierras de Chávez o de Elizondo, en Valle Fértil. Trabajaba doble turno, pero cobraba sólo por uno.
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Raúl junto a su esposa, Ana María.
“Es increíble, porque siendo médicos mi madre y mi padre, él siempre tuvo el mismo auto, un Peugeot 504 rojo. Y jamás llegaron a tener una casa propia. Él trabajaba por vocación, no por cobrar”, sostiene emocionado Gabriel, quien siguió los pasos de sus progenitores y también se dedica a la medicina.
“Nos crió a nosotros, sus cuatro hijos, sin dejarnos herencia material. Pero las enseñanzas que nos inculcó con su ejemplo, no tienen precio”, resalta. Y asegura para finalizar: “Llegó incluso a rechazar ser ministro en otras provincias y un cargo en España, porque decía que su lugar estaba aquí. ‘¿Quién se va a preocupar por la salud de San Juan si no lo hago yo?’, solía decirnos”.
