El “Chiquito” sabe todo lo que quiere Betty, una clienta de varios años que pasa de lunes a viernes religiosamente por la frutería de San Luis y General Acha. Antes que pida, el vendedor metió en una bolsa tres bananas. Aparte requirió cerezas. Bien brillantes. Así las quiere. Se llevó una bolsa y pagó con $2.000. Esta escena se repite casi como en un loop en el puesto de Héctor Francisco Pena, conocido por todos como el “Chiquito”, un laburante que cumplió 50 años vendiendo frutas y verduras en distintos lugares de Capital.
Héctor nació en Capital, en calle Galetti y Alem. Sus padres tenían una fábrica de conservas y allí aprendió sobre frutas y verduras. Estuvo dos años en la Marina, fue radiotelegrafista, pidió la baja a los 19 años y desde ese momento, no paró más con la venta de verdura y fruta.
Siempre eligió el centro. Estuvo en Ignacio de la Roza y Las Heras, en Córdoba y Las Heras (por más de 20 años) y en la esquina de San Luis y General Acha. Al principio ocupaba la esquina, pero luego, cuando los propietarios construyeron locales comerciales, la familia Ales le prestó la sede de SUPO.
“Me levanto a las 6, voy a la feria del centro, compro la fruta y la verdura, no cualquiera porque en el centro les gusta la mercadería de muy buena calidad. Cuando elegí todo, me la trae un fletero y abro la verdulería hasta las 14, después almuerzo, duermo la siesta y tipo 18 abro hasta las 21”, detalló el “Chiquito”.
El mayor dolor de cabeza del frutero se lo causa la inflación. Dijo con resignación que el cajón de bananas subió un 100%, que el cajón de manzanas vale $5.500 y que ahora la gente compra por unidad y hasta por medio kilo.
Un trabajo tan esclavizante como la verdulería demanda mucha paciencia si se tiene una compañera. Es que no hay cumpleaños, acto escolar, consulta médica con presencia asegurada. Héctor está casado desde hace 48 años con Estela Carrizo. Ambos tienen 4 hijos, tres varones y una hija mujer. Son todos grandes, así los describen, y a ninguno se le dio por el rubro.
“Estar al lado de un verdulero es una lucha porque por ahí va a la feria y vuelve con la cara larga, está acostumbrado a vender fruta linda para la clientela. Hace unos años se enfermó de unas úlceras y tengo que cuidarlo así que lo acompaño siempre. No podemos salir a ningún lado, es una esclavitud la verdulería pero es la forma de vida que nos permitió criar bien a mis hijos. Siempre soñé con la casa propia pero nunca pudimos”, contó Estela mientras le pasa una bolsa a su marido.
En el centro, los capitalinos compran más fruta que verdura. Fue el verdulero de varios políticos, entre ellos Ricardo Colombo -a quien definió como un amigo de su padre-, Leopoldo Bravo y Alfredo Avelín. Sobre Bravo, el “Chiquito” dijo que compraba cajones de fruta y verdura pero sobre Avelín relató una anécdota desopilante. “Avelín era un hombre muy bueno, era un fanático de las sandías, las más grandes siempre se las guardaba. Una vez le vendí una sandía de más de 18 kilos, era inmensa, nos costaba cargarla hasta el auto. Le encantaban”, narró.
Como pasa con los taxistas, en el verdulero o frutero, los clientes comentan todo. “Ya vinieron tres clientes y ya me contó una que tiene problemas con el marido, amigo mío, porque tiene una enfermedad y se quebró la pierna, pero no lo pueden operar ni enyesar. Esto es así, acá todos se desahogan”, acuñó.
El “Chiquito” es fanático del Club Atlético Trinidad, antes Club Los Andes. Iba a la cancha y todo, pero no practicó fútbol. Lo que sí practicó fue judo. “He practicado durante años judo, con el profesor Molina, con el profesor Fernández y con el profesor Meritello. Ya no existe el lugar donde practicaba, lo hacía porque me gustaba, no para competir”, agregó.
Y la otra pasión que tiene Héctor es la cerámica. Tomó clases con el artista Mario Vinzio e hizo un mural junto a su profesor y al alumno Jorge Saavedra enfrente de la comisaría tercera. Es un sueño que le quedó pendiente, dedicarle más tiempo a la cerámica.
Si algo emociona a este hombre es que la gente lo salude en la calle y se acuerde como una buena persona. Dice que va a abrir la frutería hasta que le dé el cuerpo. Llegó una clienta mientras charla. Y otra vez empieza el loop.