El arte ofrece una infinidad de ejemplos. Miles de películas, libros, series y canciones tratan sobre romances con protagonistas de diferentes estratos sociales y económicos. Pero en San Juan la realidad superó la ficción, con un caso ocurrido a principios del siglo pasado. La historia de amor fue protagonizada por una chica de la clase más acomodada y un español que la remó de abajo.
Nydia Aubone fue la única hija de Saúl Aubone y María Luisa Luraschi Graffigna, quienes contrajeron matrimonio en 1909. Los apellidos de sus padres hablan por sí solos en esta tierra. La joven fue descendiente de familias de alta alcurnia. El clan fue dueño de una importante bodega en Santa Lucía y otras propiedades de alto valor. La frutilla del postre llegó en 1922, con la construcción del chalet Aubone, ubicado en calle General Acha y actualmente considerado una de las piezas arquitectónicas más icónicas de la provincia.
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El chalet Aubone, la joya arquitectónica de Trinidad y edificio emblema de la provincia.
En su juventud, Nydia conoció a un muchacho español. Él era Francisco González, quien llegó del ‘Viejo Continente’ cuando tenía ocho años, junto con su familia -integrada por sus padres y diez hermanos-. Familiares de González lo describieron como un hombre que trabajó toda su vida y supo desenvolverse en varios rubros. “Es un ejemplo para toda la familia”, expresaron.
González trabajó en la industria vitivinícola de la provincia. Durante años se desempeñó como empleado administrativo de la bodega López Peláez. Es más, fue íntimo amigo de Rogelio López Peláez. Fue en ese periodo, entre finales de los años ’20 y principios de los ’30, cuando conoció a Nydia y comenzó un vínculo amoroso con ella.
El amorío no le generó dolores de cabeza a Saúl. “Nunca hubo un ‘no’ por parte del padre”, contó Brizuela. La confianza que le tuvo como empleado se trasladó con éxito a su rol de yerno. Sabía que su hija estaba en buenas manos. El espaldarazo fue tan grande que el poder de González tuvo un crecimiento abismal, hasta convertirse en un integrante más de la clase acomodada.
Tras un tiempo de novios, Nydia y Francisco concretaron su amor en el altar de la vieja Catedral sanjuanina. Los tortolitos dieron el “sí” el 15 de diciembre de 1932. La joven lució un vestido blanco perla con un velo larguísimo y con la cabeza cubierta, característico de los años ’20. Él arribó al templo con galera, un traje y zapatos negros junto con una camisa y pañuelo blanco. La fiesta tuvo lugar en la mítica casona de la novia. La creme de la creme sanjuanina los acompañó en la ceremonia religiosa y el festejo en el chalet Aubone, posteriormente llamado chalet González Aubone.
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Francisco y Nydia tras dar el "sí" ante el cura en la Catedral sanjuanina. Foto gentileza: Fundación Bataller.
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La fiesta del casamiento en el chalet familiar. Foto gentileza: Fundación Bataller.
González, uno más del clan
La familia creció en todo sentido. Francisco y Nydia tuvieron siete hijos (Saúl, Armando, Juan Carlos, Horacio, María Luisa, María Nydia y María Verónica) y el patrimonio aumentó tras varias inversiones que se convirtieron en negocios históricos para la provincia.
Gracias al legado de don Saúl y el liderazgo de Francisco, el clan aumentó los números de bodegas y producción de vino e incursionaron en el rubro inmobiliario. Crearon el hotel más moderno de Cuyo, conocido como el City Hotel, y tras el terremoto de 1944 levantaron el Hotel Selby, el cual funciona hasta la actualidad en la esquina céntrica de Rioja y Rivadavia.
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El Hotel Selby continúa a cargo de la familia González Aubone.
También fueron celebridades destacadas de la primera mitad del siglo XX, y no únicamente por la fortuna familiar. Son conocidos los actos benéficos tras la catástrofe sanjuanina, cuando albergaron a los sobrevivientes en sus propiedades. Además, colaboraron con obras de bien público y donaron el terreno para el colegio María Auxiliadora. Durante ese lapso, Francisco se dedicó a la política y fue concejal capitalino.
El regalo de Francisco a Nydia
Luego del terremoto, González adquirió varios elementos de la Catedral, aquel lugar donde decidieron unir sus caminos por siempre. Según el testimonio de Brizuela, en 1944 el marido compró una camionada de revoque y las cúpulas de latón de las torres del templo. Todo fue un obsequio para su amada.