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La iglesia sanjuanina, entre la preocupación y el pedido de diálogo a la clase política

En el Tedéum del 25 de Mayo oficiado en la iglesia Cristo Rey de Caucete, el obispo auxiliar Gustavo Manuel Larrazábal advirtió a la clase política sobre peleas y pobreza.

Por Redacción Tiempo de San Juan

"Nos preocupa que al celebrar los 40 años ininterrumpidos de la Democracia en nuestro país el clima que percibimos sea de confrontación, malos tratos y peleas. También los medios de comunicación nos transmiten esa realidad. Los momentos o situaciones de desencuentro producen sufrimiento y desazón. Pero especialmente, esto se percibe en el crecimiento de la pobreza que se expande y crece", lanzó el obispo auxiliar Gustavo Manuel Larrazábal, en su homilía dentro del tedéum que se celebró en la Parroquia Cristo Rey de Caucete, en el marco de los festejos por el 25 de mayo.

A la ceremonia asistió Sergio Uñac junto a su esposa Silvana Rodríguez, el vicegobernador Roberto Gattoni, como así también numerosos funcionarios provinciales y de distintas comunas. En ella, las palabras del religioso estuvieron centradas en la parábola del Buen Samaritano y pidió diálogo a la clase política.

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El obispo auxiliar, ante la mirada atenta del gobernador y ministros, entre otros dirigentes sanjuaninos, destacó en otro apartado que "es urgente ponernos a trabajar codo a codo en un mismo rumbo". Y detalló: "Hay que dar señales claras que no alcanza una selfie con telón de fondo en contextos de pobreza. Hay que buscar - todos tenemos que hacernos cargo de la parte que nos toca- curar heridas, cargar al sufriente sembrando sentido de esperanza cierta de superación. Ponerse la Patria al hombro es hoy un desafío que no podemos soslayar, que exige capacidad de dialogo concreto y evaluable, ceder en algo para que ganen los que siempre pagan los platos rotos".

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La tradicional misa se ofició en el departamento Caucete, que se eligió como sede del desfilo patrio cívico militar. Tras varias ceremonias de rigor en Capital, las autoridades se trasladaron a la comuna esteña para ser recibidos por el obispo Larrazábal. Se dio el traslado de las Banderas del Regimiento de Infantería de Montaña 22, Xª Agrupación San Juan de Gendarmería Nacional, Agencia Regional Cuyo de Policía Federal Argentina, División Unidad Operativa Federal “San Juan” de la Policía Federal Argentina, Policía de la Provincia y Servicio Penitenciario Provincial, al costado del Altar. Y luego se dio el solemne tedéum que acompañó el coro universitario de San Juan.

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La homilía completa

El tiempo pascual es un llamado a renacer de lo alto. Al mismo tiempo es un desafío a hacer un profundo replanteo, a resignificar toda nuestra vida -como personas y como Nación- desde el gozo de Cristo resucitado para permitir que brote, en la fragilidad misma de nuestra carne, la esperanza de vivir como una verdadera comunidad.

Desde este misterio de alegría íntima y compartida, sentimos resurgir un sol de Mayo al que los argentinos, como siempre, deseamos ver como un recuerdo que es destello de resurrección. Es el esperanzado llamado de Jesucristo a que resurja nuestra vocación de ciudadanos constructores de un nuevo vínculo social. Llamado nuevo, que está escrito, sin embargo, desde siempre como ley fundamental de nuestro ser: que la sociedad se encamine a la prosecución del Bien Común y, a partir de esta finalidad, reconstruya una y otra vez su orden político y social.

La parábola del Buen Samaritano es un ícono iluminador, capaz de poner de manifiesto la opción de fondo que debemos tomar para reconstruir esta Patria que nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el Buen Samaritano. Toda otra opción termina o bien del lado de los salteadores o bien del lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del dolor del herido del camino.

Y "la Patria no ha de ser para nosotros -como decía un poeta nuestro- sino un dolor que se lleva en el costado". La parábola del Buen Samaritano nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que sienten y obran como verdaderos socios (en el sentido antiguo de conciudadanos). Hombres y mujeres que hacen propia y acompañan la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se aproximan -se hacen prójimos- y levantan y rehabilitan al caído, para que el Bien sea Común.

Al mismo tiempo la Parábola nos advierte sobre ciertas actitudes que sólo se miran a sí mismas y no se hacen cargo de las exigencias ineludibles de la realidad humana. El pueblo de nuestra Nación demuestra, una y otra vez, la clara voluntad de responder a su vocación de ser buenos samaritanos unos con otros: ha confiado nuevamente en nuestro sistema democrático a pesar de sus debilidades y carencias, y vemos cómo se redoblan los esfuerzos solidarios para volver a tejer una sociedad que se fractura.

Nos preocupa que al celebrar los 40 años ininterrumpidos de la Democracia en nuestro país el clima que percibimos sea de confrontación, malos tratos y peleas. También los medios de comunicación nos transmiten esa realidad. Los momentos o situaciones de desencuentro producen sufrimiento y desazón. Pero especialmente, esto se percibe en el crecimiento de la pobreza que se expande y crece. Muchas veces, ante discusiones estériles o agresiones, me pregunto: ¿Qué pensaran al respecto los más pobres? ¿Los que no tienen trabajo? ¿los que viven amuchados en una misma pieza? ¡Por eso si la Nación sufre, más sufren los pobres! Este es un reclamo de una deuda que sigue vigente y se acrecienta y que además se lee en los rostros de miles de hermanos que no llegan a vivir conforme a su dignidad de hijos de Dios.

No hay tiempo que perder. Es urgente ponernos a trabajar codo a codo en un mismo rumbo. En estos días la Iglesia en la Argentina ha hecho un aporte a través de la Comisión Nacional de Justicia y Paz con propuesta de trabajar 10 temas y alcanzar consensos sobre demandas sentidas de la comunidad. Hay que dar señales claras de no pasar delante del que sufre con indiferencia. Hay que dar señales claras que no alcanza una selfie con telón de fondo en contextos de pobreza. Hay que buscar - todos tenemos que hacernos cargo de la parte que nos toca- curar heridas, cargar al sufriente sembrando sentido de esperanza cierta de superación.

Ponerse la Patria al hombro es hoy un desafío que no podemos soslayar, que exige capacidad de dialogo concreto y evaluable, ceder en algo para que ganen los que siempre pagan los platos rotos. Hacen falta rostros, brazos y firmeza para no rehuir al compromiso de proponer caminos de encuentro que dejen de lado facilismos retóricos que trastoquen el auténtico sentido de libertad por el que trabajaron generaciones de argentinos que nos han precedido. Todos los días hemos de comenzar una nueva etapa, un nuevo punto de partida. No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan: esto sería infantil, sino más bien hemos de ser parte activa en la rehabilitación y el auxilio del país herido.

Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia religiosa, filial y fraterna para sentirnos beneficiados con el don de la Patria, con el don de nuestro pueblo, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos. Como el viajero ocasional de nuestra historia, sólo falta el deseo gratuito, puro y simple de querer ser Nación, de ser constantes e incansables en la labor de incluir, de integrar, de levantar al caído.

Aunque se automarginen los violentos, los que sólo se ambicionan a sí mismos, los difusores de la confusión y la mentira. Y que otros sigan pensando en lo político para sus juegos de poder, nosotros pongámonos al servicio de lo mejor posible para todos. Comenzar de abajo y de a uno, pugnar por lo más concreto y local, hasta el último rincón de la patria, con el mismo cuidado que el viajero de Samaria tuvo por cada llaga del herido.

No confiemos en los repetidos discursos y en los supuestos informes acerca de la realidad. Hagámonos cargo de la realidad que nos corresponde sin miedo al dolor o a la impotencia, porque allí está el Resucitado. Donde había una piedra y un sepulcro, estaba la vida esperando. Donde había una tierra desolada nuestros padres aborígenes y luego los demás que poblaron nuestra Patria, hicieron brotar trabajo y heroísmo, organización y protección social.

Las dificultades que aparecen enormes son la oportunidad para crecer, y no la excusa para la tristeza inerte que favorece el sometimiento. Renunciemos a la mezquindad y el resentimiento de los internismos, de los enfrentamientos sin fin. Dejemos de ocultar el dolor de las pérdidas y hagámonos cargo de nuestros faltas, desidias y mentiras, porque sólo la reconciliación reparadora nos resucitará, y nos hará perder el miedo a nosotros mismos.

No se trata de predicar un eticismo reivindicador, sino de encarar las cosas desde una perspectiva ética, que siempre está enraizada en la realidad. El samaritano del camino se fue sin esperar reconocimientos ni gratitudes. La entrega al servicio era la satisfacción frente a su Dios y su vida, y por eso, un deber. El pueblo de esta Nación anhela ver este ejemplo en quienes hacen pública su imagen: hace falta grandeza de alma, porque sólo la grandeza de alma despierta vida y convoca.

No tenemos derecho a la indiferencia y al desinterés o a mirar hacia otro lado. No podemos "pasar de largo" como lo hicieron los de la parábola. Tenemos responsabilidad sobre el herido que es la Nación y su pueblo. Nuestra Patria está signada muy profundamente por la fragilidad: fragilidad de nuestros hermanos más pobres y excluidos, fragilidad de nuestras instituciones, fragilidad de nuestros vínculos sociales… ¡Cuidemos la fragilidad de nuestro Pueblo herido! Cada uno con su vino, con su aceite y su cabalgadura. Cuidemos la fragilidad de nuestra Patria. Cada uno pagando de su bolsillo lo que haga falta para que nuestra tierra sea verdadera Posada para todos, sin exclusión de ninguno. Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, actitud de projimidad del Buen Samaritano.

Que nuestra Madre, María Santísima de Luján, que se ha quedado con nosotros y nos acompaña por el camino de nuestra historia como signo de consuelo y de esperanza, escuche nuestra plegaria de caminantes, nos conforte y nos anime a seguir el ejemplo de Cristo, el que carga sobre sus hombros nuestra fragilidad.

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