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HISTORIAS DEL CRIMEN

Brito, el hachero de Marayes apodado “El Mataniños”

Es el increíble caso de un trabajador de campo que en 1986 y 1988 fue noticia por las muertes de dos de sus hijastros. En los dos casos fue señalado como el autor de los asesinatos, pero sólo fue condenado por uno de esos crímenes.

Por Walter Vilca

Le pusieron el mote de “El Mataniños”. Otros lo llamaron “El Chacal”. Su historia se conoció en la segunda mitad de los años 80 y, aunque no se pudo comprobar todo lo que se dijo de él, su nombre fue asociado a la crueldad misma. Al peor de los delitos, el de asesinar a un niño.

Más de 30 años pasaron, en aquel entonces Gregorio Antonio Luis Brito era un completo desconocido. Un hombre de campo, el del duro oficio de hachador y del carácter rudo, cuyo nombre fue mencionado por primera vez en las noticias en diciembre de 1986. El título en Diario de Cuyo era: “Niño de dos años habría sido muerto a golpes por su padre”.

La crónica decía que un niño llamado Ricardo Raúl Quiroga, de 18 meses, había ingresado sin vida al hospital de San Agustín en Valle Fértil, el 26 de diciembre de 1986. También se señalaba que el pequeño presentaba golpes y que supuestamente esas lesiones eran producto de la feroz golpiza propinada por su padrastro en la noche de Navidad. Esa persona era Gregorio Antonio Luis Brito, que convivía con la mamá del niño y otros dos hermanitos.

Brito era oriundo del poblado caucetero de Marayes, pero había formado pareja con esa mujer y por razones de trabajo se mudaron a un rancho en el paraje vallisto de Aguas de las Tunas, entre las localidades de Las Tumanas y Aguas Cercada.

Los testimonios recogidos por la Policía hacían sospechar que el hachero le había dado una paliza al bebé porque lloraba. Sus vecinos relataron, según la crónica periodística, que Brito era un sujeto agresivo y que cada vez que se emborrachaba golpeaba ferozmente a su mujer y a los niños. Una de las versiones que circularon fue que días antes de la muerte del pequeño, el hombre le arrojó a ese bebé agua caliente en el cuero cabelludo y en el rostro y le produjo lesiones.

La situación de violencia en ese hogar era supuestamente extrema, al punto que una hermana del propio Brito pidió ayuda en el puesto policial de Astica por temor a que sucediera algo peor con su cuñada y los niños. De allí la derivaron a la comisaría de la villa cabecera de Valle Fértil, pero los policías les dijeron que debía denunciar el hecho en un Juzgado de Menores en Capital. La cuestión es que no se hizo. Y el 26 de diciembre se conoció la muerte del pequeño Ricardo Raúl.

El condenado. Gregorio Antonio Brito cuando fue detenido. Foto de Diario de Cuyo.

Brito fue señalado en ese momento como sospechoso de haber matado a golpes al bebé. Hay versiones de que estuvo detenido, pero todo hace suponer que no se comprobó que haya sido el responsable de esa muerte. O no hubo pruebas suficientes. En los medios no se volvió a hablar más del caso y todo quedó en la nada. Es más, el obrero rural volvió a vivir con Susana Quiroga, la mamá del pequeño, y los otros dos hijos de ésta.

Quedaron las dudas y las intrigas. Brito siguió siendo el mismo, con su irascible carácter y sus violentas reacciones que lo convertían en una bestia cuando se enfurecía. O sino cómo explica lo que aconteció el 6 de julio de 1988 en la casa que la familia tenía en Marayes. Hay dos versiones de cómo empezó todo.

Una fue que Brito mandó a su hijastro Segundo Ramón Quiroga, de 5 años, a comprar tabaco al almacén del pueblo. Que el niño cumplió la orden, solo que regresó con unos caramelos en la mano porque no tenían vuelto para darle. Y que eso molestó tanto al hachero, que se la agarró con el niño.

La otra versión fue que en realidad el enojo vino porque el niño y su hermano se pusieron a pelear por un balde. Que entonces la mamá le pidió a Brito que los reprendiera y éste, como todo lo arreglaba a los golpes, se ensañó con los niños, en especial con el más chico.

Esa tarde se escucharon los gritos desgarradores del niño, de su hermano y de su madre. Porque Brito castigó al pequeño con una brutalidad tremenda. Los golpes de puños fueron lo de menos, también le pegó patadas en el piso y después continuó el castigo con un rebenque hasta dejar exhausto y moribundo al chico.

Los vecinos tuvieron que intervenir al escuchar los lamentos de la mamá, que salió con el niño en brazos buscando ayuda. Alguien la auxilió y cargó al pequeño en un vehículo para trasladarlos al Hospital César Aguilar de Caucete. Pero no hubo caso, el pequeño llegó muerto al nosocomio. Las heridas evidenciaban que había sido víctima de una feroz golpiza.

Susana contó lo ocurrido y ese mismo día detuvieron a Gregorio Antonio Luis Brito. El hachero no tuvo empacho de reconocer que él había golpeado a su hijastro, pero aseguró que lo hizo por su mal comportamiento. En su casa secuestraron el rebenque con empuñadura de hierro y lonjas de cuero trenzado. La autopsia al cadáver del pequeño reveló que presentaba múltiples heridas y que uno de los golpes le había provocado la rotura del ventrículo izquierdo del corazón. Esta es la cavidad que bombea sangre rica en oxígeno al resto del cuerpo.

Brito fue imputado del delito de homicidio. Así, a secas, sin ningún agravante pese a que a la vista estaba que el sujeto había arremetido de una forma demencial contra un niño de 5 años que no se podía defender. En ese momento, recordaron que el hachero ya había estado sospechado de la muerte del hermanito menor de esta última víctima y que también se había hablado de una golpiza.

En una de las publicaciones periodísticas sobre el caso se aseguró que, durante la indagatoria, Brito confesó los asesinatos del chico de 5 años y del bebé de 18 meses. Ahí fue que un periodista lo calificó como “El Chacal”, por otro lado, unos policías lo llamaron “El Mataniños”. Pero si confesó o no la autoría del primer hecho, de eso no hay constancia. Todo hace suponer que no y que los investigadores judiciales no pudieron reactivar la causa de 1986 contra el obrero rural. Fue así que finalmente sólo acusaron a Brito por el asesinato del niño de 5 años.

Brito fue juzgado en junio de 1989 y su defensa planteó la teoría de que no tuvo la intención de matar al niño. El juez del caso igual fue contemplativo con él. Calificó el hecho como homicidio simple y, si bien podría haberlo castigado con hasta 25 años de cárcel, lo condenó a 16 años de prisión.

Su abogado defensor no salió conforme y apeló la sentencia insistiendo que la pena era excesiva y la calificación del delito no se correspondía. Para el letrado, a lo sumo debían castigarlo por homicidio preterintencional. El argumento fue que no hubo dolo, que Brito nunca tuvo la intención de asesinar y solo quiso “corregir” al niño. Además, dijo que el pequeño ya tenía problemas del corazón. Y solicitó que consideraran que Brito, por la vida que tenía, era “una persona ruda, rústica, de escasa instrucción y acostumbrado a la situación extrema”, según un fallo judicial.

Los jueces Félix Herrero Martín, Mirtha Ivonne Salidas de Duano y Ramón Avellaneda estudiaron el fallo y llegaron a la conclusión que no había motivos para revocar la sentencia ni cambiar la calificación. En la causa estaba demostrado que no se justificó el accionar del hombre. Era una pelea del niño, nadie en su sano juicio podría haber castigado de esa manera a un chico. La cantidad y la intensidad de los golpes y la utilización de un rebenque -un elemento que sirve para dominar o azuzar a los caballos, mulas o vacas-, mostraba a las claras su perversa animosidad.

El 12 de julio de 1990, el tribunal de la Sala II de la Cámara en lo Penal y Correccional desechó los argumentos de la defensa, ratificó la pena dictada en 1989 y confirmó la condena de 16 años de prisión. Brito no tuvo más que cumplir su pena en el Servicio Penitenciario Provincial.

En el penal de Chimbas recuerdan su paso por allí, pero no tienen presente ni tampoco encuentran los registros de cuándo abandonó la unidad carcelaria. Sí existe la certeza de que no regresó a la cárcel por otro delito. Hoy tiene 65 años. Y por averiguaciones, se sabe que sigue vivo y reside en su pueblito natal, Marayes.

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