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HISTORIAS DEL CRIMEN

Una borrachera y el crimen de 20 cuchillazos en el barrio Belgrano de Rawson

La tarde de 16 de noviembre de 1994 encontraron a un hombre muerto producto de múltiples heridas corto punzantes. El peor final para un hombre soltero que se reunió a beber con dos conocidos y fue masacrado a cuchillazos.

Por Redacción Tiempo de San Juan

“Nadie sabe por qué se juntó con esos tipos y por qué los hizo entrar a la casa ese día”. Es la pregunta que siempre se hace Lucía, la hermana de Teófilo Talquenca. Al día de hoy ni siquiera establecieron cuál fue el verdadero móvil del crimen. Porque no se explica cómo fue que el encuentro de ese jornalero con dos vecinos, en una borrachera descomunal, culminó en un brutal asesinato de 20 puntazos. Entre esos, un cuchillazo que le atravesó parte del rostro.

“Chacho”, como apodaban a Teófilo Talquenca, tuvo una muerte tan atroz como inesperada la tarde del 16 de noviembre de 1994. El escenario, su propia casa en la calle José López y Planes del popular barrio Belgrano de Rawson. Lucía, su hermana, sigue sin entender qué pasó ese día. “Esos tipos no eran sus amigos y mi hermano no se juntaba con cualquiera”, afirma.

Talquenca, de 51 años, vivía allí solo en esa vivienda desde que su mamá, Rosa Ochoa, murió en junio de 1993. Era la única compañía de su madre desde que ésta enviudó y sus nueve hermanos formaron sus familias. Sus changas o trabajos ocasionales le eran suficiente para subsistir en su vida austera y sin lujos. “Él estaba bien. Tenía la casa impecable, jamás la vi mugrienta. Y tomaba de vez en cuando, pero no era un borracho ni de mala juntas. Muy respetuoso. Acá en el barrio todos lo querían”, agrega la hermana.

Posiblemente por esa cordialidad que siempre mostraba el “Chacho”, fue que Julio Alberto Cejas y Marcelo Víctor Heredia se acercaron o tomaron confianza con él. Eso nunca estuvo claro. De lo que hay seguridad es que la mañana del 16 de noviembre de 1994, Cejas buscó a Talquenca y empezaron a beber. Después se sumó Heredia.

Apenas si se conocían. Julio Cejas, de 48 años en ese entonces, y Marcelo Heredia, de 17, hacía poco que estaban en el barrio. Los dos venían de Mendoza y trabajaban como obreros golondrinas en las cuadrillas de cosecha que manejaba un tal Hernán Domínguez, vecino del “Chacho”. Nadie lo sabía, pero el más grande de ellos había practicado boxeo y cargaba con un asesinato. Después se conoció que purgó una condena en la cárcel de Mendoza por matar a golpes a otro hombre.

Los dos reconocieron que se reunieron a tomar desde la mañana. El propio Cejas contó que empezaron a desfilar los vinos dentro de la casa de Talquenca. Dijo que primero compraron cuatro botellas. Al mediodía almorzaron caballa y ensalada. En la tarde trajeron tres vinos más.

Es imposible conocer con certeza qué sucedió esa tarde. Cejas y Heredia dieron versiones contrapuestas. Los dos se acusaron entre sí y culparon al otro de haber atacado a Talquenca a sangre fría. Para los investigadores, hubo una discusión. Lucía cree que el móvil fue el robo. “Algunos cajones estaban revueltos. A lo mejor pensaban que mi hermano tenía dinero o guardaba una herencia”, explicó.

Al margen de las suposiciones, lo cierto es que los tres estaban borrachos ese día y Talquenca fue agredido con una violencia inusitada. Le reventaron una botella en la cabeza. Y le propinaron cuchillazos en distintas partes del tórax y la espalda, incluso le dieron un puntazo que entró por el costado izquierdo de su cara y llegó al cuello. Julio Cejas aseguró que el mismo le sacó el cuchillo que tenía clavado en el rostro, pero apuntó a su amigo Heredia como el agresor.

Estiman que el asesinato ocurrió alrededor de las 18. El cuerpo de Teófilo Talquenca quedó tendido en el piso de su dormitorio, al lado de la cama. Heredia y Cejas abandonaron presurosos la casa. José Alcucero, un policía vecino, los vio salir de la vivienda a las 18.30. Notó que cerraban a las apuradas el pequeño portón de chapa e intentaban cubrirse los rostros. Claro, le llamó la atención esa actitud, pero en ese momento no sabía qué había pasado en el interior del domicilio.

Cejas y Heredia caminaron hasta la casa de los Domínguez –los cuadrilleros- y le pidieron dinero porque debían viajar urgente a Mendoza. El joven se duchó. Ambos prepararon sus bolsos y partieron a la Terminal de Ómnibus de la capital sanjuanina a tomar un colectivo que los trasladara a la vecina provincia.

Como a las 19, arribó Alfredo Noriega. Este era amigo de Talquenca y lo visitaba cada tanto. Descubrió que la puerta del frente estaba abierta. “¡Chacho!¡Chacho!, gritó. Como mi hermano no contestó, entró a la casa y lo encontró bañado en sangre en el piso de su dormitorio”, relató Lucía. El espanto hizo que el hombre saliera corriendo a buscar ayuda. A los minutos llegaron los policías y confirmaron que estaban frente a un asesinato. El médico legista, y luego el forense, contabilizaron 20 heridas de arma blanca en el cuerpo de Talquenca.

Uno de los vecinos que se acercó al lugar fue justamente el policía José Alcucero, que habló con los investigadores y les confió que una hora antes había visto salir de esa casa a Cejas y Heredia, dos obreros rurales que se hospedaban en el domicilio de los Domínguez. Los policías se trasladaron a la casa de ese otro vecino y entrevistaron a Hernán Domínguez. Este contó que los dos changarines le solicitaron la paga y se marcharon de manera precipitada. Tenían planeado viajar a Mendoza, aseguró.

Esos datos fueron claves. Pasada la 1 de la madrugada del 17 de noviembre de 1994, los uniformados del puesto policial del Control San Carlos, en el límite entre San Juan y Mendoza, subieron a un colectivo de la empresa TAC y detuvieron a Heredia y Cejas, que iban de incógnitos entre los pasajeros. En uno de sus bolsos encontraron el arma homicida, un cuchillo tipo carnicero que todavía tenía rastros de sangre. Entre sus ropas hallaron algunas prendas con las mismas manchas.

Las pruebas lo complicaban. Al menos tres vecinos los habían visto entrar y salir de la casa de Talquenca. Ambos terminaron de confesar que estuvieron allí, pero su acusaron entre sí sobre la autoría del crimen. En su declaración, Julio Cejas aseguró que era amigo de Talquenca. Detalló cuántos vinos tomaron y contó que no hubo discusión hasta que él se fue a dormir al dormitorio de la víctima, mientras los otros continuaron bebiendo. Su versión fue que luego despertó, vio a Talquenca sentando en la punta de la cama y a Heredia de pie. Que ahí éste le pegó el botellazo en la cabeza y empezó a propinarle los cuchillazos. También dijo que no intervino, que reaccionó sólo para quitar el cuchillo incrustado en el rostro de Talquenca. Para hundir más a su amigo, sostuvo que Heredia le expresó: “no le sigo pegando de lástima”.

Marcelo Víctor Heredia dio otro relato. Aseguró que la discusión se originó porque Talquenca quería echar a Cejas de la casa y éste no quería irse. Los dos estaban sentados en la mesa frente a frente, que en medio de la pelea Cejas agarró la botella y se la reventó en la cabeza, según sus dichos. La víctima supuestamente cayó al piso, entonces el otro se apoderó del cuchillo, se le tiró encima y le clavó los puntazos. El jovencito juró que buscó frenarlo, pero que su amigo lo apartó: “no te metás. Esto es entre él y yo”. Contrario a lo que afirmó el otro hombre, dijo que fue él quien extrajo el cuchillo del cuerpo de Talquenca.

Con relatos totalmente disímiles, ambos fueron llevados a juicio en noviembre de 1997 en la Sala III de la Cámara en lo Penal y Correccional de los tribunales de calle Rivadavia. En ese momento, Heredia ya tenía 20 años. El fiscal de cámara Gustavo Manini responsabilizó a los dos por igual en el asesinato y pidió la pena de prisión perpetua para ambos por el delito de homicidio, triplemente agravado por el ensañamiento, alevosía y premeditación. Esto por el supuesto ataque traicionero, la cantidad de heridas y la acción planificada de quitarle la vida.

Durante el juicio, los dos acusados se abstuvieron de declarar. La doctora Alicia Pontoriero, la defensora de Cejas, refutó los argumentos del fiscal. Explicó al tribunal que no estaba probada la autoría de su cliente en el crimen, que a lo sumo podían condenarlo por participación secundaria en el asesinato y, en el extremo de los casos, encubrimiento. Dijo que Cejas era amigo de Talquenca.

Horacio Merino, el defensor de Heredia, también sostuvo que el joven no fue el agresor. Apeló a resaltar su bajo nivel cultural y su personalidad que lo hacía dependiente de Cejas. A la hora de los alegatos pidió que lo castigaran sólo por encubrimiento.

Los jueces Alfredo Conte Grand, Héctor Fili y Agustín Lanciani leyeron su sentencia el 10 de noviembre de 1997. El fallo sorprendió a muchos. Condenaron a Julio Alberto Cejas a la pena de 13 años de prisión y Marcelo Víctor Heredia a 7 años de cárcel, a ambos por el delito de homicidio simple. En sus fundamentos reconocieron que hubo una agresión feroz y excesiva, pero recalcaron que no se daban los supuestos para considerar los agravantes que planteaba el fiscal Manini. En su escrito señalaron que se debía evaluar el propósito subjetivo y no la cantidad de heridas inferidas a la víctima. En ese marco expresaron que no se probó que Cejas y Heredia se hayan puesto de acuerdo para atacar a Talquenca, que no planearon el momento exacto para agredirlo y menos que tuvieran intenciones de hacerlo sufrir.

Cejas y Heredia purgaron sus condenas en el penal de Chimbas. Cuando salieron de la cárcel, el mayor de ellos volvió como cuadrillero a la casa de los Domínguez en el barrio Belgrano. “A los años, después de que yo vine de vuelta al barrio con mi familia, me enteré que Cejas andaba por acá. Mis hijos eran chicos y jugaban en la vereda, cuando un vecino les dijo: ‘sabes que ahí está el hombre que mató a tu tío’. Así me enteré”, contó Lucía.

Al tiempo no supo más nada de ese hombre. Sobre Marcelo Víctor Heredia, lo que sabe es que tuvo un final trágico. El joven se estableció en Mendoza y formó pareja. Lucía Talquenca contó que, por los conocidos que tenía en el barrio Belgrano, tomó conocimiento que el muchacho murió asesinado a cuchillazos por su mujer tras una discusión.

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