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Historias del crimen

La toma del penal y la gran fuga, el día que San Juan se vio sitiada

Fue en noviembre de 1999. Es recordada como la mayor rebelión carcelaria en la historia de la provincia. Un grupo de presos capturaron a guardias y después a periodistas y a un juez. La toma de rehenes duró 7 horas y finalmente 26 reos escaparon de la cárcel en dos vehículos con tres de sus víctimas. Por Walter Vilca

Por Redacción Tiempo de San Juan

Los primeros días de octubre, los reos del pabellón 4 del penal tomaron de rehenes a cinco penitenciarios para exigir que echaran del sector a los presos procesados y condenados por delitos sexuales. La penúltima semana de ese mes, el conocido delincuente Ramón Guevara retuvo a su mujer e hijos en su celda y se atrincheró reclamando que resolvieran su causa penal. El día 25, veintisiete internos tomaron el pabellón 8 e iniciaron una huelga de hambre que duró tres días en protesta por la mora judicial.

Con esos antecedentes ya se percibía la tensión dentro del penal de Chimbas, los únicos que no la vieron o no la tomaron en serio fueron el director y los funcionarios de Gobierno. Los cabecillas de los reos venían midiendo el panorama y su poder iba in crescendo a espaldas de los guardias, que el mediodía del 3 de noviembre de 1999 se vieron sorprendidos por un reducido grupo de presos, y después por una turba, que tomó el control de la Unidad I del penal. Así dio inicio una toma rehenes nunca vista en la historia de San Juan, con periodistas, un juez y dos funcionarios como víctimas, y una fuga masiva que provocó que el Gran San Juan estuviera sitiada toda una noche.

El levantamiento 

 O fue una puesta en escena casi perfecta, o pura coincidencia, pero la mañana de ese día los incidentes comenzaron con una pelea entre uno de los hermanos Reyes, conocidos en el ambiente delictivo, y otro preso de apellido Molina. La escaramuza fue rápidamente disuadida. El clima de intranquilidad igual se notaba, a decir del oficial Eduardo Mendoza. El horario del almuerzo transcurrió con normalidad y los guardias abrieron los pabellones como de costumbre para el recreo. Pasadas las 14.30, empezaron a ver movimientos extraños dentro de los pabellones 5 y 6. Un dato llamativo es que había varios presos que andaban con pañuelos o pedazos de telas en sus muñecas. Para cuando el oficial Mendoza y su compañero Julio Molina quisieron reaccionar, el reo Gabriel Algañaraz tomó a uno de ellos por el cuello y amenazante le apoyó la punta de una “faca”. Atrás aparecieron los internos Oscar Naveda, Alberto Daniel “El Sandro” Almeida, Javier Peralta, Alberto Sánchez, Jorge Vicente Ibáñez, Matías Bigorado y otros. A los minutos redujeron al penitenciario Alejandro Andrada, otro de los celadores, y la revuelta se convirtió en una toma de rehenes. Otros presos que no eran de la partida se sumaron al motín y el caos se apoderó del interior de seis pabellones, la enfermería y la capilla de la Unidad I. Aún no podían salir al patio porque la puerta del sector estaba con llave y candado por fuera.

Peralta tenía un objeto en una mano y amenazaba a los guardias de que era una granada.  Miguel “El Taza” Albornoz provocaba con una punta, lo mismo con otros presidiarios. Bigorado portaba una pistola Bersa calibre 22 y “El Sandro” Almeida no se anduvo con pequeñeces, él apuntaba con una pistola 9mm. Por medio de uno de los guardias, los presos hicieron saber por el Handy que exigían la presencia del juez y de los periodistas. El oficial Víctor Reinoso tomó nota de la situación y dio la alarma, mientras se aseguraban los puestos de vigilancia y sacaban sus armas. En el momento menos pensado, sintieron golpes y observaron una polvareda a un costado del patio interno. Los amotinados empezaron a salir por un boquete abierto en la pared. Un reo llevaba tironeando del cuello al guardiacárcel Andrada. Reinoso no dudó y largó varios disparos intimidatorios. Otros dos penitenciarios se plegaron e hicieron lo mismo para hacer retroceder a los sediciosos, que intentaron tomar más rehenes. Los guardias consiguieron el objetivo, pero Reinoso terminó herido en ambas piernas. La mayoría de los reos regresaron al pasillo, mientras desde el pabellón 3 otros presos respondían a balazos. Desde distintos lugares se escuchaban gritos, insultos y amenazas de matar a los rehenes. Todo se había desmadrado.               

Los teléfonos de la casa de Gobierno estaban al rojo vivo. El entonces gobernador Jorge Escobar no quería que la situación se desbordara y convocó urgente al Consejo de Seguridad. El Jefe de la Policía provincial, de la Federal y el juez de instrucción Agustín Lanciani discutían con el director de la cárcel, Eleodoro Cortez, que no sabía qué hacer. Luis Salcedo Garay, procurador penitenciario, caminó hasta la entrada del sector y dialogó con los cabecillas de la revuelta, todos ellos ya estaban encapuchados. Ahí le hicieron saber sus exigencias: querían la presencia del juez y la prensa como garantía para liberar a los rehenes, además pedían concretar el encuentro en el patio y nada de represalias.

La toma de rehenes

Los funcionarios subestimaron a los presos, creyeron que nada podía ser peor de lo que ya estaba sucediendo. En la toma del pabellón 8, ocurrida una semana atrás, los reos habían charlado cara a cara con el Defensor del Pueblo y los periodistas, y eso permitió la resolución del conflicto. Eso daba una cuota de optimismo; pero claro, eran distintas circunstancias. Los rebeldes tenían armas, rehenes y acababan de tirotearse con los guardias.

El análisis de situación fue errado y accedieron al pedido de los sediciosos. El juez Agustín Lanciani, como siempre se encomendó a Dios y aceptó el insólito convite. Y fue más allá, ordenó que hicieran entrar a los periodistas apostados en la puerta del penal para que lo acompañaran. La columna integrada por el subdirector Rafael Rojo, el procurador Salcedo Garay, el juez Lanciani y los periodistas Eduardo Manrique y Orlando Arias de Diario de Cuyo, María Silvia Martín y CarlosTaillant de Canal 8 y Patricia Moreno de Radio Sarmiento caminó como quien iba entregarse a un pelotón de fusilamiento. El único de ellos que no se confió y presintió que algo podía fallar fue Manrique que, como viejo conocedor de los presos, tomó la precaución de entregar su billetera a un guardia antes de entrar a la unidad I.

Los cabecillas los esperaron en la puerta del sector y los llevaron por el pasillo supuestamente en dirección al patio, pero en el camino cambiaron de planes y los invitaron a pasar a la Enfermería. En principio insinuaron sus reclamos por la mora judicial, pero de inmediato el tono de la charla cambió y cerraron la puerta de esa sala. El juez Lanciani preguntó: ¿qué pasa? Uno de los voceros de los presos respondió sin vueltas: “aquí no hay conferencia. De aquí nadie sale…”, a la vez que los amenazaban. Oficialmente les comunicaron que quedaban en condiciones de rehenes. Los guardias cautivos permanecían en el interior de un pabellón. Se enteraron de lo que sucedía cuando un recluso gritó: “se pudrió todo, agarraron de rehenes al juez y a los periodistas…”, con aplausos de fondo.

Patricia Moreno transmitió en directo los incidentes hasta que Almeida le quitó el teléfono celular con el cual se comunicaba con la radio. Taillant, el camarógrafo, filmó mientras pudo. A Manrique le pusieron una punta en la cintura. A los otros reporteros los encañonaron. Nadie se salvó. Lanciani era hostigado duramente, los presos le reprochaban el maltrato que tenía con ellos en el juzgado. Reinaba la confusión y los que dirigían las negociaciones eran Ibáñez y Naveda, por detrás operaba Almeida, que era el más exaltado, según testimonios de los funcionarios.

Los reos estaban divididos. Algunos no participaron del motín, sabían que eso no iba a acabar bien. Entre ellos estaba Rolando “El Patón” Ochoa, en otrora líder del penal, y el conocido Ramón Guevara, que trataban de calmar los ánimos y pedían para que no lastimaran a los rehenes.

El juez procuró convencer a los presos para que depusieran su actitud, pero le taparon la boca con un “vos no estás en condiciones de exigir nada”. Las órdenes las daban ellos. De hecho intimaron a que les entregaran armas, chalecos antibalas, municiones y vehículos para abandonar el penal. Las charlas con el mediador y los funcionarios se alargaron por horas. La conmoción fue tal que hasta llegó monseñor Ítalo Severino Di Stefano a tratar de interceder. El gobernador Escobar veía preocupado que esto se le había ido de las manos y no tenía alternativa, de modo que dispuso acceder a la petición de los rebeldes. La vida del juez y los periodistas, además de los funcionarios, estaba en juego. Así fue que entregaron una Trafic y un auto Ford Falcón, un fusil FAL, una pistola ametralladora 9mm, una pistola 9mm, municiones y chalecos antibalas.

El escape

Armados hasta los dientes, un total de 26 sediciosos abordaron ese Ford Falcon y la trafic. En el auto subieron al juez Lanciani y en la combi al jefe penitenciario Rojo y el camarógrafo Taillant, quienes viajaban encañonados y como escudos humanos de sus captores. Pasadas las 21 de ese miércoles, se abrieron los portones de la entrada principal de la cárcel y, como en una película, asomaron los dos vehículos que salieron raudamente por Avenida Benavidez en dirección al Este. La escena fue impactante. Afuera había una multitud entre familiares de los presos, de los periodistas, curiosos y decenas de policías, que observaban boquiabiertos cómo desde las ventanillas de los rodados los evadidos apuntaban desafiantes con sus armas.

Los retenes apostados en las cercanías de la cárcel no evitaron el escape. Las sirenas se escuchaban a varias cuadras a la redonda, mientras los policías y los equipos periodísticos seguían en caravana a los fugitivos. Desde los medios radiales y televisivos recomendaban a la población no salir de sus domicilios.  El Gran San Juan estaba sitiada por el caos.

La fuga y persecución se extendió hasta el barrio Aramburu, ahí se armó el desbande de los evadidos que tomaron distintos caminos tras abandonar a los tres rehenes y los vehículos.

Eran las 21.30 cuando los fugados Jorge Vicente Ibáñez, Lucio Brizuela, Oscar Naveda, Juan Ortiz, Matías Bigorado y Alberto Sánchez apuntaron con el FAL y la ametralladora a Mario Gallo y a su familia y le robaron su auto VW Polo. Esos presos huyeron en el coche en dirección al Sur. A la misma hora, “El Sandro” Almeida y Javier Peralta tomaron cautiva a Zulma Marinero en la puerta de una casa de la manzana 28 de ese barrio.

Fue una acción desesperada. Los policías los tenían rodeados; fue así que Almeida agarró del cabello a la mujer, después la sujetó del cuello y le puso su pistola 9mm en la cabeza. Los efectivos trataban de convencerlos de que se entregaran y liberaran a la víctima. Peralta amenazó con hacer estallar la “granada”, aunque posteriormente se quebró y no opuso resistencia. Almeida, en cambio, se atrincheró en la entrada de una vivienda, sentado en el piso junto a la señora mientras maldecía a los policías de civil. Estaba jugado. No quería entregarse: advertía que estaba dispuesto a matar a la mujer o a suicidarse. Nada de eso ocurrió, al final reflexionó y se rindió, sólo pidió que no lo asesinaran.

A eso de las 23, los seis reclusos que huyeron en el VW Polo, aparecieron en las calles 11 y América en Pocito. Le cruzaron el auto a la Toyota 4x4 que conducía Fernando Isnardo y lo obligaron a detenerse. Allí abandonaron el auto y subieron a la camioneta, llevando de rehén a ese productor agrícola.  La idea era fugar hacia Mendoza a través de El Encón. Partieron en esa dirección, pero en el trayecto vieron las luces de un patrullero y dieron la vuelta. Temiendo que estuviesen cercados, decidieron estacionar la camioneta al costado de la ruta. Los reos bajaron del vehículo para seguir a pie a campo traviesa y ordenaron a Isrando que manejara en dirección a San Juan y no se detuviera por nada del mundo. La aventura no les duró mucho, la mayoría fue recapturado en horas de la madrugada en la vecina provincia.

Con el correr de las horas, los fugitivos fueron cayendo. A unos los atraparon en el predio de la Escuela de Enología, a otros en los barrios Del Carmen y Huazihul y en la zona de Carpintería. En los días siguientes recapturaron al resto en distintos departamentos de la provincia. El 15 de enero de 2000 apresaron “El Taza” Albornoz en Rawson.

El histórico motín con toma de rehenes y ese escape cinematográfico será recordado por siempre. Lo mismo que a sus protagonistas, esos delincuentes que pusieron en vilo a todo San Juan. El episodio derivó en una fuerte reestructuración en las medidas de seguridad dentro del penal y de los protocolos de cómo actuar en los motines con rehenes. Aún hoy se lamentan el haber expuesto a los periodistas y a un juez a semejante peligro.

Los fugitivos pagaron caro su osadía. Un total de 22 presos fueron llevados a juicio en septiembre de 2002 en la Sala II de la Cámara Penal por aquel recordado episodio. Otros no llegaron al debate, o porque fueron dados por fallecidos u otras razones. Los jueces Ernesto Kerman, Juan Carlos Noguera y Félix Herrero Martín fueron duros con los cabecillas de la revuelta. A Daniel Alberto “El Sandro” Almeida y a Alberto Ceferino Sánchez le dieron 20 años de prisión por la toma de rehenes (adentro y fuera de la cárcel), por la evasión y robo. Jorge Víctor Ibáñez y Javier Antonio Peralta recibieron el castigo de 17 años de cárcel. A Matías Bigorado, 15 años; a “El Taza” Albornoz  11 años, y Oscar Naveda, 10. El resto de los presos tuvieron condenas que iban de 2 años y 6 meses a 5 años de cárcel.

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