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Columna

Boho Chic en la tierra del Sol: la elegancia que fluye con el viento sanjuanino

En San Juan, donde el viento enseña y el sol deja huella, este estilo encuentra su hogar natural. El Boho Chic no impone: acompaña. Leé la columna de Raffa Andrada en otro miércoles con "M" de moda en Tiempo de San Juan.

Por Raffa Andrada

Hay estilos que no nacen en pasarelas ni en revistas, sino en la vida real. Estilos que se construyen en los viajes, en los silencios, en los caminos recorridos, en los amores que dejan huella y en esas tardes donde una siente que la belleza puede ser suave. El Boho Chic es uno de esos estilos. No viene a imponer nada, no viene a ordenar ni a corregir. Viene a acompañar.

Su historia nace en la bohemia artística de los años 60 y 70, cuando un grupo de mujeres y hombres decidió que la libertad también podía vestirse. Que el cuerpo podía tener movimiento, que la ropa no tenía por qué oprimir ni endurecer. Que la moda podía ser un refugio. Los músicos, los viajeros, las poetas, las mujeres que no le temían al viento: ahí germinó esta forma de expresarse. Con el tiempo, esa libertad tomó elegancia y ahí apareció el “chic”: el buen ojo, la elección precisa, el gesto de saber qué sumar y qué dejar ir.

El Boho Chic es suave. No en el sentido débil, sino en el sentido más profundo: lo suave que abraza, lo suave que no invade, lo suave que da lugar. Es un estilo que se mueve con la persona, que la deja respirar. Sus prendas no aprietan, acompañan. No marcan la forma del cuerpo, sino la forma del alma.

¿Y qué lugar en el mundo entiende esa suavidad mejor que San Juan?

Acá donde el sol nos doró la piel, donde la tierra es color terracota y las montañas parecen siempre más antiguas que la memoria. Acá donde el viento, cuando quiere, nos recuerda que no controlamos nada. San Juan tiene alma Boho desde antes de que la moda lo nombrara.

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La mujer sanjuanina conoce la fuerza que no se grita. Esa fuerza que está en las manos, en la mirada, en la forma en que camina. Una fuerza dulce, clara, resistente. El Boho Chic se lleva bien con ella porque no la obliga a ser otra. No le exige símbolo, ni etiqueta, ni pose. La deja ser.

Imagino a una mujer en la mañana, antes de salir. Abre su placard y elige un vestido largo, liviano, de esos que se mueven como si tuvieran viento adentro. No porque “esté de moda”, sino porque su cuerpo respira mejor así. Se pone un cinto de cuero gastado, de esos que parecen haber vivido más que nosotros. Se peina sin peinarse, deja que el cabello caiga como quiera. Se mira al espejo, no para corregirse, sino para reconocerse. Eso es Boho.

El color también habla. Son tonos tierra: arena, oliva, mostaza, óxido, beige. Colores que no compiten con la piel, que no obligan a esconderse. Colores que se mezclan con el paisaje sanjuanino como si siempre hubieran estado ahí. Porque el Boho no busca destacar desde el ruido; destaca desde la armonía.

La textura es importante también. El lino áspero, el algodón suave, la viscosa que se desliza. Telas que dejan pasar el aire, que acompañan el movimiento del día. El Boho no piensa en la inmediatez, piensa en la permanencia. Y se nota. No es ropa que se usa una vez: es ropa que se vive.

Pero como todo estilo que nace desde la libertad, tiene su delicadeza. Si lo cargamos demasiado, se transforma en disfraz. Si lo dejamos fluir, se vuelve identidad. El secreto no está en sumar cosas, sino en escuchar. ¿Qué pide tu cuerpo hoy? ¿Qué pide tu ánimo? ¿Qué pide tu piel después del viento?

Porque la moda, cuando es honesta, no es un uniforme para impresionar a otros. Es un lenguaje íntimo. Es una manera de decir “acá estoy, esta soy yo, así quiero habitar el mundo”.

El Boho Chic no importa si tenés veinte, cuarenta o setenta. No importa si sos alta, baja, con curvas, sin curvas. No importa si mirás la vida desde la intuición o desde la lógica. El Boho solo pide algo: que estés dispuesta a sentirte ligera. A moverte con los ritmos de tu propia vida. A no pedir permiso para ser cómoda, auténtica, libre.

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Quizás hoy no quieras vestirte Boho por completo. No hace falta. A veces alcanza con un detalle. Un kimono suave. Un vestido largo un día de calor. Un sombrero que te acompañe en la siesta. Una pulsera tejida que te recuerde quién fuiste cuando soñabas más alto.

A veces, un estilo no viene a transformarte. A veces, viene a devolverte algo. Y cuando una vuelve a sí misma, todo se acomoda.

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