Con una mochila y las manos en los bolsillos, el “Tata” sale de su vivienda entusiasmado a hacer los mandados como todas las tardes. Está abrigado y lleva cubrebocas. También una sonrisa de oreja a oreja porque aquellas salidas al almacén del barrio se convirtieron en sus únicos “paseos” fuera de su casa. Cosa rara para el sanjuanino más callejero, aquel que un domingo cualquiera podía recorrer hasta tres canchas de fútbol en una misma tarde.
Hugo Horacio Brottier (59) aún vive en Rawson, en el mismo lugar donde en el 2003 un terrible incendio destruyó su humilde casa de adobe y techo de caña. Aún vive con Ester, su hermana, la mujer que lo adoptó como un hijo cuando tenía 16 años y había quedado huérfano tras la muerte de su mamá. Aún conserva regalos de políticos y deportistas, y un cuadro de River Plate que atesora y guarda en su habitación, la que exhibe con orgullo.
Sus días en cuarentena no son como los de cualquiera. El Tata nació con retraso madurativo y con un problema de habla. Sin embargo, esto nunca le impidió desenvolverse con total normalidad y recorrer, en soledad, de punta a punta San Juan. Ahora en plena emergencia sanitaria tuvo que adaptarse a una realidad desconocida para él, como lo es el encierro.
Los primeros días fueron difíciles. Estaba “empacado” y había dejado de comer. Tampoco quería ver televisión, su pasatiempo cuando llegaba de noche a su casa. “No quería tomar té, ni los remedios. No quería nada, bajó mucho de peso. Estaba tan enojado que le llevaba la comida a la cama. Es callejero y esto le costó. Si bien él al mediodía y a la noche ya estaba en la casa, a él le gusta salir”, cuenta Ester.
Pero con el tiempo fue acostumbrándose al aislamiento, a estar lejos de los partidos de fútbol, de los actos políticos y largos viajes en colectivo. “Le conté que había una peste, que no se podía salir por un tiempo y si lo pillaban en la calle se lo llevaban preso. Ahora ya tomó conciencia, anda con el jabón para todos lados y ve la televisión, se sorprende cuando hablan de muertos”, agrega su hermana.
Para no romper la cuarentena el Tata se entretiene con la limpieza, sobre todo la del fondo, su rincón favorito de la casa. Sale a caminar por las calles del barrio y cuida a los siete perros que tiene con su hermana. “Chiquita”, así la llama, es su favorita y la que lo recibe con cariño cada vez que regresa de sus aventuras por la ciudad.