"No estamos extintos", dice María Zalazar, quien a punto de cumplir 70 años es la cacique de la comunidad huarpe Colchagual, la referente de 90 familias que confían en ella para vivir mejor.
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SUSCRIBITE"No estamos extintos", dice María Zalazar, quien a punto de cumplir 70 años es la cacique de la comunidad huarpe Colchagual, la referente de 90 familias que confían en ella para vivir mejor.
Nació un 16 de noviembre de 1953, en Colonia Fiscal, Sarmiento, una localidad distante a 50 kilómetros de la ciudad de San Juan. "Yo siempre explico que el pueblo nunca se ha ido. Vivimos acá, somos integrantes del pueblo. Yo nací dentro del pueblo huarpe", dice.
Se crió en un hogar humilde, de 12 hermanos, siendo ella la más chica de las mujeres. Se acostumbraron a ayudar de niños con lo que hubiera que hacer. Su padre perdió un brazo trabajando para el ferrocarril y no era sencillo. A esta altura, recuerda, él tendría 140 años. Recuerda que su niñez fue linda, siempre humilde, como pasaba en todos los pueblos. " Teniamos nuestro propio juego, sano. A través de los juegos se iban aprendiendo cosas". María estuvo allí hasta los 7 años de edad y luego la familia se tuvo que ir a vivir a Media Agua.
Cuenta ella que el gobierno de ese entonces, hace unos 60 y pico de años, les quitó las tierras, su lugar, que nunca fueron grandes sino lo suficiente amplias para criar animales y cultivar para comer. Es la historia de casi todos los suyos. "El pueblo huarpe fue sacado de su lugar. Nosotros hemos estado siempre. Nuestros ancestros no tenían algo escrito que certificara la tierra pero supieron hacer el canal de regadío. Porque antes tenían bañados el rio y la tierra se mantenía húmeda, no hacía falta estar regando. De los 500 años para adelante, cuando se empezó a enderezar el rio están los vestigios de los bañados y me he criado viendo todo eso", dice.
Reflexiona sobre su pueblo contando que días atrás hablaba con una "persona importante" acerca de las distintas culturas. "Yo le comentaba que algunas han dejado estructuras enormes, pero cuántas vidas mataron ahí. Estamos llamados a cuidar la vida, no por construir un monumento, quizá por eso no estamos tan visibilizados, estamos llamados a cuidar la naturaleza la vida y la cultura. Eso nos llama a hacer la etnia, guiados por el espíritu ancestral", cuenta.
Así criaron a sus hijos, asegura. En pos de que no se extingan, María abrió una escuelita, que funciona los sábados, donde concurren chicos y chicas de diferentes edades. Es para el niño y para el abuelo. En su casa, junto a otros colaboradores, ella les enseña sobre su cultura. Mantiene viva la llama de los huarpes. "Yo estoy a cargo pero en nuestra lengua no existe la palabra 'profesor' sino compartir sabiduría". Y apunta que "hay que explicar todo, según el tema que tratemos", es decir que ponen las enseñanzas en contexto. Los chicos y chicas que asisten a la "Escuela Aula Abierta a la Vida" van a la escuela común de lunes a viernes y los fines de semana van con María.
Esta escuelita funciona hace más de una década. "No se había hecho público hasta ahora, porque invitamos a gente de la UNSJ y yo les agradezco que no vienen a querer enseñar, sino a aprender, porque en los libros se habla de lo que era los huarpes pero no era, es. Que sepan que no estamos extintos", reflexiona.
"Vivo en un barrio pero me gustaría vivir en un campo. Cuando nos fuimos a Media Agua nos fuimos a padecer ahí, porque se acabaron los animales, el trabajo en común, se acabo todo y empezamos a sufrir muchas necesidades. Para sobrevivir, mi mamá a mis hermanos mayores de 17 o 19 años, les preparaba un desayunito, y ellos se volvían a Colonia Fiscal u otro lado a buscar trabajo. Nos enseñaron que si uno trabaja no come, esa es la cultura nuestra", dice.
Para ella la cultura de trabajo es clave desde la infancia. "Los del gobierno si ven un niño de 15 años trabajando te sacan multa. Está mal, porque el niño sin ser maltratado aprende trabajando. No tiene que esperar que alguien le dé o le convide. En mi comunidad hay gente que trabaja en albañilería, metalurgia, orfebrería, que hace dulces y conservas", remarca.
Así pasa sus días María, buscando "que no se pierda la esencia de lo que hemos sido mandados ser". Respetan sus costumbres ancestrales, siempre en puja con el mundo que los rodea, que muchas veces los excluye. También tienen sus tiempos de festejo de la etnia. Ahora están en plena organización de un viaje a Lavalle, Mendoza, donde van a compartir la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, de la que la comunidad es devota, al igual que de la Virgen de Luján.
A María le gusta que le digan que es una referente más que cacique. "Soy igual a cualquiera en la comunidad, mi jerarquía es si hay que hablar o firmar", dice. "Tenemos un Consejo de Ancianos o Mayores, uno hace las gestiones y yo como jefe tengo que mediar con otras instituciones. Trabajamos con la UNSJ, con distintas áreas de gobierno", detalla.
La historia del pueblo huarpe está marcada por el sufrimiento y ahora es parte de la realidad que viven todos los que menos tienen en las condiciones en las que está el país. "Acá en el hospital tenés que ir medio muerta para que te atiendan", asegura.
Son 90 familias las de la comunidad Colchagual, palabra distinta a la que designa el distrito Cochagual. Cuenta María que "Cochagual es un derivado, es una nutria. Colchagual quiere decir 'hombre que cuida el agua'. Creo que fue con este sistema, desde que vino el invasor a gusto y conveniencia, supongo que cuando se repartieron los lugares le quitaron la L a propósito", sugiere, como otra forma de invisibilizarlos.
Para la supervivencia, dice, los miembros de su grupo están repartidos en varios sitios. "No hay otra forma, vivimos dispersos, la mayoría son empleados de viñas, de terratenientes con contratos de 3 meses. Yo tengo muchas familias que viven eso. Están en Cochagual, Media Agua, Cañada Honda, Pocito y 25 de Mayo, por razones de subsistencia".
En esas 90 familias que la tienen como jefa hay 130 mujeres entre adultas y mayores y unos 145 niños de cero a 14 años. Los demás son hombres, según describe. "La etnia es una sola, todos son hermanos", enfatiza la cacique.
"Todos nos esforzamos, ninguno se queda, hay que gestionar, por eso es necesario que nosotros les enseñemos cómo buscarse la vida", destaca. En la comunidad se cuentan con los dedos de una mano los que llegaron a la universidad. Una de las mujeres se recibió hace unos 15 años y "por la desidia de una profesora no puede trabajar. Tampoco se quedó quieta, ella se hizo profesorado de folklore y es chef", pone de ejemplo. También hay una chica que estudia para maestra jardinera y una mujer que va a estudiar a la par de sus hijos en la Facultad de Sociales y todos los días van en colectivo largas distancias para cumplir el sueño de recibirse.
Las necesidades de su pueblo "son cosas que da impotencia. No porque sea de mi sangre, me preocupa todo. Hay que tener paciencia de ir, ver y escuchar, es el lugar que me toca. Con la gente hacemos reuniones mensuales y ahí escuchamos lo que quieren exponer", cuenta. Ahora estos encuentros los están haciendo en su casa porque ella está con un problema de columna, que no la detiene.
Este domingo prevén hacer una reunión importante. Decidirán si María sigue como conductora. "Hace como 15 años que estoy y las veces que quiero cambiar me dicen que no, hasta que no salga la personería jurídica". Para cumplir con esa meta están trabajando junto a los dos representantes del CPI (Consejo de Participación Indígena) del pueblo huarpe, Nadia Gómez y Franco Gil, designados por el INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas).
En San Juan las comunidades huarpes son aproximadamente 26, describe María. La de ella y 25 más con sus propios jefes, de los cuales la mayoría son mujeres. "Nos llevamos bien. Cuando el gobierno llama, tenemos que estar todos, dos o tres de cada comunidad. Creo que somos más de 10.000 huarpes en San Juan. Hay veces que nos juntamos todos y si hay que ir a Caucete o 25 de Mayo, estamos", explica.
María acusa dolores de columna, por lo que está con tratamiento médico, pero reconoce que "no me puedo quedar quieta. Voy al médico del PAMI. Puedo estar a cargo tranquila, tengo ayuda. La comunidad es de todos, somos todos". Es ella quien se echa al hombro la representación de su gente, pero aclara que "no todos pueden hacerlo pero está el aporte cuando hay que deliberar cosas".
En su rol, la líder huarpe tuvo varias satisfacciones como poder conocer al Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel. "Fue un honor grandísimo compartir con él, porque es guaraní, es muy bello encontrarse con gente así", cuenta. También valora lo que llama "pequeños logros" de su gestión, como "que mi gente tenga asistencia con módulos alimentarios mensuales, todo el año. Es una manera de paliar la situación, dura dos días pero ayuda". También "emprendimientos que ayudan a muchas personas, talleres de conservas y dulces y hemos hecho con Franco y Nadia, un relevamiento para la restitución del territorio, en Cochagual, sobre la costa del rio, para que trabaje la comunidad". Y dice "la escuelita es un logro de la comunidad para aprender. Cuando empezamos con esto de una escuelita lo hicimos con la comunidad de Cuyum que con Educar a la Vida vinieron hace más de 20 años y continuamos con la labor y decidimos ponerle un nombre nuestro", cuenta. Además, está contenta de poder haber llevado un grupo de 50 personas de su gente a Chapadmalal, con ayuda oficial. Y gestionar que uno de los integrantes de la comunidad pudiera ir a hacer una importante escultura a Italia.
Destaca también que este mes, en colaboración con la Secretaría de Ciencia y Técnica provincial lanzaron el programa Conocimiento para el Desarrollo (CODE), por la que el Gobierno Provincial financia un trayecto formativo para recuperar los saberes y tecnologías propios de la ancestral comunidad, enfocados en la economía popular. Es un curso que será dado por miembros de la comunidad originaria y coordinado pedagógicamente por la Facultad de Arquitectura de la UNSJ.
La cacique tiene un esposo y 6 hijos, 16 nietos, y un bisnieto. Su marido está jubilado y fue obrero rural toda la vida.
Extraña el campo. "He tenido antes del barrio, gallinas, chanchos... Pero en el barrio no es lo mismo. Me iba a trabajar en la cosecha de uva y en las atadas. No es que no me preocupe porque el que tiene huerta y animales vive bien, pero si tuviera todo eso no podría hacer lo que hago ahora, organizar reuniones, la escuelita... Es mucho trabajo. No me da el cuerpo para eso. Mi mamá decía 'donde no hay perros, gallinas, ni niños no es un hogar'", analiza.
Ahora que peina canas recuerda que no tuvo la posibilidad de conocer abuelos, solo a su abuela materna Cruz. "No sabía leer ni escribir pero tenía sabiduría. Nosotros tratamos de parecernos a ellos. Queríamos tener su sabiduría, el aprender a sostenerse ayudó a que estemos aquí. Por ahí algunos llegan y me dicen que su papá tenía raíces huarpes. Yo les explico que si se reconocen huarpes está bien. Lo fundamental no es estar por el beneficio sino porque la persona verdaderamente sienta que quiere cultivar sus raíces", advierte.
Si se consigue la personería, y el domingo en la asamblea deciden que puede dejar el cargo, que otro u otra sea guía, cargo para el cual "hay varias mujeres y hombres" calificados, a María no le gustaría retirarse. "No creo que pueda nunca retirarme, una no se puede desligar de algo con lo que se ha crecido, pienso seguir. Si me toca salir, voy a seguir aportando, podré no hacer gestiones pero sí indicar con qué personas, lo que corresponde, aconsejar. Creo que eso es mi futuro, si Dios me lo permite", promete.
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