Las palabras que elegimos para nombrar no son neutras. Cargan historia, creencias, emociones. En San Juan, como en el resto del país, hay un nombre femenino que alguna vez estuvo presente en actas de nacimiento, en padrones escolares y en cédulas de identidad, pero que hoy parece haber sido tragado por el silencio del tiempo: Angustias.
Según los registros civiles, no hay inscripciones oficiales con ese nombre desde hace más de 70 años. Una ausencia que no pasa desapercibida si se piensa en lo que ese nombre representa. “Angustias” proviene del latín angustia, que significa “dolor profundo” o “aflicción”. Tiene origen religioso y hace referencia a Nuestra Señora de las Angustias, una de las advocaciones de la Virgen María en la tradición católica, que simboliza el sufrimiento de una madre al ver morir a su hijo.
El nombre fue frecuente en familias profundamente creyentes, sobre todo en épocas donde la fe moldeaba también la elección de los nombres. Llamarse Angustias era, de algún modo, llevar consigo una carga de devoción y resignación. Pero con el paso del tiempo -especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XX- esa costumbre se fue apagando.
Hoy, el nombre ya no aparece en las partidas de nacimiento sanjuaninas. Y probablemente, quienes aún lo llevan, lo hagan como una rareza generacional: mujeres de más de 70 años que crecieron en una San Juan muy distinta, donde el sufrimiento también se ofrecía como acto de fe.
La desaparición de Angustias refleja más que un cambio de moda. Habla de una transformación cultural, de una sociedad que fue dejando atrás la solemnidad y el dolor como valores para nombrar. En su lugar, se impusieron nombres que evocan fuerza, alegría, libertad, belleza o esperanza.
Ya nadie quiere que una niña cargue con un nombre que suene a pena.
Y así, como un susurro que se pierde en las viejas iglesias o en los papeles amarillentos del Registro Civil, Angustias se convirtió en uno de los nombres olvidados de San Juan y el país.