La renuncia de Martín Guzmán al ministerio de Economía, informada por redes sociales promediando la tarde del sábado mientras Cristina Kirchner, en Ensenada, reducía a la mínima expresión la autoridad presidencial, encontró a Sergio Massa en el cumpleaños de su hermana.
A pesar de no reunirse inmediatamente con Alberto Fernández, ni bien se sacó de encima el compromiso familiar comenzó a fatigar los pasillos de Olivos y las líneas telefónicas buscando una señal redentora.
Es que estaba muy fresca todavía la derrota de días atrás, cuando “Su inminencia”, como lo saludan entre risas maledicentes frentetodistas, se veía como inminente, y de ahí el apodo insidioso, súper funcionario, con la chapa de la Jefatura de Gabinete en su puerta y la botonera de la gestión del Estado sobre su escritorio. La renuncia de Matías Kulfas al ministerio de Desarrollo Productivo era su día de sol.
Pero Alberto Fernández decidió traer desde Brasil al ignífugo Daniel Scioli, y cambió nombre por nombre, sin más.
Esta última chance, con la acefalía de la cartera de Hacienda, era una nueva oportunidad. Y Massa volvió con lo suyo, prácticamente el pedido de la suma del poder público. Todo, menos Desarrollo Productivo, claro, en manos de Scioli.
Massa reclamó para sí nuevamente la Jefatura de Gabinete, y para los suyos el BCRA, Aduana, AFIP, y el ministerio de Economía.
Luego de testear, por iniciativa presidencial, la voluntad de Martín Redrado, (que pidió para asumir nada menos que la Unidad Nacional rubricada por todas las fuerzas parlamentarias), Massa propuso a su hombre: Marcos Lavagna.
Fuentes bien informadas bromearon con que, luego de la tercera negativa, Lavagna estaba estudiando tomarse unas vacaciones en algún lugar sin señal telefónica, con tal de no tener que responder otro llamado.
Las chances de Massa seguían menguando con las gestiones de Estela de Carlotto que acercaban el encuentro Alberto-Cristina. La noche del domingo trajo el nombramiento de Silvina Batakis, y el tucumano Juan Manzur, más vivo que el hambre, aprovechó para sepultar definitivamente las aspiraciones del tigrense a mejicanearle la oficina: “Massa se queda en Diputados”, dijo.
Desde el entorno de Alberto Fernández aseguraron que Massa, que ya había sido invitado a un par de gira internacionales para atemperar su malhumor tras el affaire Scioli, prometió no sacar los pies del plato y colaborar “desde donde me toque”.
Paro nadie cree que Sergio Massa sobrelleve con absoluta resignación el despecho.
El nombramiento de Batakis es una señal más de que la cancha está inclinada para el lado de Daniel Scioli, en este partido sordo que ambos juegan por ser el candidato único, el nombre de la síntesis, el epítome del panperonismo.
De todas formas, en el Frente de Todos reconocen que hay que aliviar el malestar de Massa. Si bien lo han ubicado, a fuerza de negativas, en su lugar de tercera pata (cómoda) de la alianza gobernante, es un hombre de voluntad y acción. Y aunque estas cualidades sean más poderosas que su caudal electoral, desde ambos lados del Frente coinciden en que debe ser contenido.
Esta seguridad es la que quizá fundamente el “por ahora” que Alberto Fernández pronunció después del “no va a haber más cambios”.
Massa, por ahora, hace lo que dice el manual: calla y espera.