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Historias del Crimen

El capataz de cuadrilla de Albardón que fue arrojado al canal por tres cosechadores

Una noche de 1981, hallaron el cadáver de un capataz de finca en las aguas del canal de Las Tapias. Creyeron que fue un accidente o un suicidio, pero era un asesinato.

Por Walter Vilca

En las primeras horas del 5 de febrero de 1981, apareció el cuerpo de un hombre flotando en las rejillas de un canal del paraje albardonero de El Rincón. Se habló de un posible accidente o el resultado de la decisión drástica de una persona desesperada. Más tarde identificaron a la víctima como el capataz de una finca vecina Con el correr de los días, las piezas del rompecabezas se movieron en otra dirección y, lo que parecía una cuestión fortuita o un suicidio, reveló un asesinato.

El caso de Autiliano Montoya, de 56 años, empezó con la intriga sobre una misteriosa muerte en un poblado en el que nunca pasaba nada, pero cuyos entretelones encubrieron el pacto asesino de tres amigos riojanos que habían llegado a San Juan como obreros golondrinas. Ignacio Fabián Agüero, Félix Eloy Escudero y Catalino Fernando Ávila habían venido de Chepes y formaban parte de las cuadrillas, justamente, que estaban bajo el mando de Montoya, un rawsino que trabajaba de capataz de viña en la finca Olivares del distrito Las Tapias.

En el trabajo a veces no hay amigos y, aparentemente, Montoya no gozaba de mucha simpatía entre los obreros rurales. Los tres riojanos habían tenido algunos roces y discusiones con el capataz. El rencor existía en ellos, pero el encargado desconocía que ese encono u odio era grande.

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El capataz y los obreros riojanos trabajaban en una finca del distrito Las Tapias, en Albardón.

El capataz y los obreros riojanos trabajaban en una finca del distrito Las Tapias, en Albardón.

La tarde del miércoles 4 de febrero de 1981, después de una dura jornada, los tres cosechadores y otro riojano se arrimaron al bar de Vicente Andrada en el mismo paraje para tomar un vino y hacer una picada con fiambres. Estaba anocheciendo cuando Montoya llegó al bolichón, saludó a todos y se sentó con los obreros rurales para compartir el encuentro.

El dueño del bar contó que los cinco hombres comieron y bebieron cuatro vinos a lo largo de su extensa estadía en el salón. Uno de los riojanos luego se marchó y Montoya se quedó conversando con Agüero, Escudero y Ávila. El alcohol y la charla del trabajo pusieron sobre la mesa las desavenencias y los cruces que venían teniendo y se armó la discusión.

Montoya, quien tenía aires de patrón, no tuvo empacho en plantarse frente a los tres riojanos y les recriminó muchas cosas del trabajo. A esa altura la discusión ya era una pelea a gritos entre un encargado de finca y tres de sus subordinados. El capataz se enojó tanto que, en un momento, amenazó con que en la mañana siguiente los echaría del trabajo y, en medio del amague de irse a las manos, largó: “Los voy a matar”.

Los cuatro habían estado tomando juntos en el bar, pero se suscitó una discusión entre el capataz y los tres obreros riojanos.

Estas últimas palabras dieron por terminada la reunión a la medianoche o los primeros minutos del jueves 5 de febrero de 1981. Autiliano Montoya se paró y puteando en voz baja encaró en dirección a la calle para caminar hacia la finca. Catalino Ávila, Ignacio Agüero y Eloy Escudero también se pusieron de pie alrededor de la mesa con intenciones de retirarse, pero ahí mismo cruzaron miradas cómplices y a los segundos salieron enceguecidos por detrás del capataz.

Al poco andar lo alcanzaron en un tramo oscuro de una calle de ripio, en cercanías del canal del Norte, en el distrito Las Tapias. Pero allí fueron ellos quienes increparon al capataz y lo llamaron a pelear. Estaban en ventaja: eran tres contra uno. Los changarines rodearon a Montoya, lo golpearon y a la rastra lo llevaron hacia el cauce. En ese corto trayecto aprovecharon para sacarle los dos relojes que llevaba puestos y, cuando pisaron el borde del canal, lo arrojaron sin piedad a la correntada.

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En un canal como este arrojaron al capataz Montoya. Foto de Diario de Zonda.

En un canal como este arrojaron al capataz Montoya. Foto de Diario de Zonda.

Los tres obreros habían cobrado venganza contra el capataz. No está claro si la idea de tirarlo al agua fue consensuada, pero los changarines se juraron guardar el secreto y regresaron a las carpas de la finca. Tenían una coartada. En el regreso se pusieron de acuerdo en que, si les preguntaban, dirían que salieron del bar, que tomaron otra calle y que no sabían qué hizo Montoya.

Pasadas las 2.30 de la madrugada del mismo jueves 5 de febrero, un operario de la usina de la Electrometalúrgica Andina que recorría las cámaras de descarga del canal, a la altura del distrito El Rincón, advirtió que algo grande flotaba y golpeaba contra una de las parrillas. No eran ramas. Pedro Guerra, el obrero, alumbró con la linterna para observar qué era y se espantó cuando descubrió que se trataba del cadáver de una persona.

Lo que parecía un accidente o un suicidio, resultó ser un asesinato. Si bien murió ahogado, existía la sospecha que el capataz fue arrojado al cauce. Además, presentaba lesiones que podía ser producto de una golpiza.

El operario avisó a un compañero, que de inmediato buscó a los policías de la Comisaría 18va. Más tarde los bomberos retiraron el cuerpo y las primeras conjeturas fueron que podía ser la víctima de una caída accidental o de un suicidio. En algunos lugares de la provincia, los canales tienen la mala fama de “quita penas”. Más allá de algunos magullones, no presentaba heridas que evidenciaran un asesinato, fueron las primeras especulaciones.

En la mañana supieron que el fallecido era Autiliano Montoya, el capataz de la finca Olivares. La autopsia empezó a dar forma a las conjeturas: indicó que la causa de muerte fue asfixia por inmersión. Además, reveló que el cuerpo presentaba excoriaciones y golpes que podían ser producto del arrastre dentro del cauce, pero no descartaban que fuesen consecuencia de una golpiza. La ciencia no alcanzaba por sí sola para explicar qué había detrás de la muerte del capataz, pero marcaba un camino. El informe destacó que la víctima había bebido vino y encontraron restos de comida en su estómago. Por otro lado, los familiares destacaron que al fallecido le faltaban los dos relojes que solía llevar en ambas muñecas.

Los policías de la Brigada de Investigaciones siguieron esa pista y buscaron reconstruir las últimas horas con vida de Montoya. Así, haciendo averiguaciones, confirmaron que esa noche el capataz había estado en el bar de Andrada, en Las Tapias. En efecto, el dueño del local y otros parroquianos relataron que el encargado de finca estuvo allí. No solo eso: contaron que se encontraba acompañado por tres obreros golondrinas riojanos y que durante ese encuentro mantuvieron una acalorada discusión. Agregaron, incluso, que vieron que Montoya se retiró después del entredicho y que a los pocos minutos esos changarines también se marcharon.

Esos relatos sustentaron la teoría del incidente previo en el bar, la golpiza en la calle y la muerte violenta de Autiliano Montoya dentro del canal, línea que sustento la hipótesis del asesinato. Los policías luego individualizaron a las personas que habían estado con el encargado de finca. Se trataba de Agüero, Escudero y Ávila, quienes fueron detenidos en los días siguientes en la finca Olivares.

Al ser arrestados, los tres riojanos se quebraron. Agüero, Escudero y Ávila confesaron entre titubeos que habían salido del bar detrás de Montoya, que lo enfrentaron y que ellos mismos lo tiraron al canal. Es más, uno de ellos admitió que le quitaron los relojes y los escondieron debajo de unas piedras para luego buscarlos. Esa primera declaración la realizaron en sede policial y la ratificaron ante el juez de la causa.

Los tres riojanos fueron acusados del delito de homicidio simple, pero su posterior retractación luego daría un vuelco al resultado del juicio.

Esas declaraciones se convirtieron en la primera prueba clave de la causa. Sin embargo, con el paso de las semanas y asesorados por defensores, los tres acusados se retractaron y negaron todo: insistieron en que no habían seguido al capataz y que no sabían nada de su destino aquella noche. También sostuvieron que sufrieron apremios ilegales para confesar el asesinato.

El juicio oral llegó sustentado por el resultado de la autopsia, los testimonios del bar y esas confesiones iniciales que luego fueron desmentidas. Pero la defensa supo sembrar dudas sobre la supuesta participación de los tres implicados y, el 18 de marzo de 1982, el tribunal resolvió absolverlos por falta de pruebas categóricas que confirmaran el homicidio.

La historia no terminó allí. El fiscal apeló la sentencia e insistió en que había pruebas para condenarlos. El fallo fue revisado por la Cámara Primera en lo Penal de San Juan, que en un acuerdo del 20 de agosto de 1982, dictó una resolución clave. Los jueces Arturo Velert Frau, Alejandro Hidalgo y José García Castrillón analizaron nuevamente la prueba y concluyeron que las confesiones de los acusados, sus retractaciones posteriores que resultaron mendaces, la desaparición de los relojes y los testimonios de los parroquianos del bar, no dejaban dudas: Montoya había sido víctima de un homicidio a manos de los tres obreros golondrinas.

Así, los camaristas revocaron la absolución de marzo de ese año y condenaron a Ignacio Fabián Agüero, Félix Eloy Escudero y Catalino Fernando Ávila a la pena de 9 años de prisión como autores responsables de homicidio simple.

FUENTE: Sentencia de la Cámara Primera en lo Penal de San Juan, artículos periodísticos de Diario de Cuyo y hemeroteca de la Biblioteca Franklin.

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