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Columna de opinión

Misoginia y prensa, Sarmiento y Telésfora Borrego de Benavidez

Entre la sátira de El Zonda y la figura simbólica de la “Critiquilla”, se tejió un episodio donde lo privado se volvió político y donde la voz femenina, relegada e incomodante, irrumpió en la esfera pública para desafiar la mirada misógina del prócer. Leé la columna del Dr. en Historia Hernán Videla para Tiempo de San Juan.

Por Hernán Videla

Desde la publicación de El Zonda, Domingo Faustino Sarmiento expresó críticas contundentes hacia la realidad nacional y provincial de la Confederación, promoviendo su visión liberal y unitaria. Este semanario, que se atrevió a cuestionar distintos elementos políticos y sociales de la época, provocó un gran revuelo en su contexto. Sin embargo, su existencia fue efímera; solo se publicaron seis números antes de que el gobernador Nazario Benavídez impusiera un impuesto que obstaculizó su continuidad. Este episodio no solo reflejó las tensiones políticas de la época, sino que también puso de relieve la intersección entre género, poder y la construcción de la narrativa histórica en el siglo XIX argentino.

El distanciamiento entre Sarmiento y el gobernador se consideró que se debió a un artículo que hacía referencia a una perra llamada "Critiquilla" (Baltar, 2015; Bataller, 2000), lo que habría ofendido a Telésfora Borrego, quien se sintió aludida. Este hecho resultó revelador, ya que ilustró cómo las mujeres, a menudo relegadas a un segundo plano en la narrativa histórica, podían ejercer una influencia significativa en la política a través de sus relaciones personales y familiares. La ofensa personal no solo reflejó su posición como esposa de un gobernador, sino que también puso de manifiesto cómo las mujeres de su tiempo eran vistas como guardianas del honor familiar y, por ende, del orden político.

La crítica de Sarmiento hacia la sociedad sanjuanina se manifestó en su columna titulada “Testamento”, publicada en el número seis de El Zonda. En esta columna, Sarmiento argumentó que el cierre del periódico fue impulsado por los comentarios y el chismerío de la época, que terminaron por tensionar las relaciones políticas y fiscales con el gobierno provincial. En sus palabras, sostuvo: “En las pocas veces que se reúnen dos o tres ciudadanos, ¿se ocupan acaso de algún asunto de interés público? No, señor; la insignificante y femenil chismografía les ocupa, cuando no otra cosa peor: se casa fulanita, el novio no es igual a ella, es mulato porque la madre de su bisabuela, dicen que era una china” (Sarmiento, 1839).

Esta afirmación reveló no solo el desprecio de Sarmiento hacia las conversaciones que él consideraba triviales, sino también su percepción de que las mujeres eran responsables de tales habladurías. Al calificar estas interacciones como “insignificantes” y “femeniles”, Sarmiento perpetuó un estereotipo que asocia a las mujeres con lo frívolo y lo superficial, relegando sus voces y experiencias a un espacio marginal en la esfera pública.

En sus propios términos, la parte de la sociedad sanjuanina con la que se vinculaba, ciudadanos interesados en cuestiones de Estado, se reunía para dedicarse a habladurías menores y femeninas. Las particularidades de estas habladurías asociaron el machismo, el clasismo y el racismo de forma evidente. Dedicarse a cuestiones menores por parte de la ciudadanía incurrió en conductas íntimas, propias de mujeres, en lugar de preocuparse por asuntos de Estado, que estaban reservados para los varones. Asimismo, las marcas de clase y desigualdad social fueron notables en su prosa, al igual que el racismo imperante en la época, que funcionó como una de las matrices primarias del orden social sanjuanino decimonónico. Al referirse a las “conductas íntimas, propias de mujeres”, Sarmiento no solo deslegitimó las preocupaciones de las mujeres, sino que también reforzó la idea de que los asuntos de Estado eran un dominio exclusivo de los hombres. Esta construcción social de género fue fundamental para entender cómo las mujeres, a pesar de su relegación, habían sido agentes de cambio en la historia, aunque sus contribuciones a menudo fueran invisibilizadas.

Claramente, la figura del testamento, una especie de inscripción casi en el lecho de muerte del diario El Zonda, reveló una denuncia contra las causas por las que se lo persiguió y una apología de la labor periodística de Sarmiento y su equipo. Sin embargo, antes de esto, había explicado cuál fue el motivo de la muerte del diario y la causa de su enfermedad. Mediante una metáfora, identificó al periódico como un transeúnte de una calle de la capital sanjuanina, que prefirió no mencionar. Mientras pensaba en una publicación, el diario fue atacado. Más bien, algo, un animal, y no cualquiera: era una hembra, una perrita según él. No se cuidó del ataque y dejó pasar el tiempo. Mientras tanto, la canina fue aprehendida por el estado provincial, lo que provocó que dejara de ladrar y morder. Pero El Zonda, casi inhabilitado por la locura hidrofóbica y la falta de habla, terminó muriendo.

Es decir, para Sarmiento, El Zonda, personificado como un ciudadano, un varón sanjuanino, había hecho lo rutinario, lo normal, lo cotidiano que se esperaba de él. Pero fue interceptado por lo íntimo, lo doméstico; lo femenino lo atacó: “guau... guau... guau... le sale una perrita cuzca (los amos de esta perrita la llamaban Critiquilla y la idolatraban; era la faldera de la casa), lo ase de una pantorrilla, lo zamarrea a su gusto y le encarna los dientes” (Sarmiento, 1839).

Entonces, la confrontación fue, además, pública, y su contrincante se trataba de una perra poderosa. Era tan poderosa que él no se animó a decir sobre qué calle vivía, según logra describir. Había sobrevivido, a pesar de su ferocidad y su peligro a la reprimenda oficial, hasta después de atacarlo. Conforme a lo registrado en el diario, la cachorra no era una perra callejera; era la perra doméstica dedicada a murmurar, cusca y regalona entre sus dueños, quienes la amaban (Sarmiento, 1839) y la habían nombrado con un diminutivo que reflejaba su principal característica: el chisme.

Esa perra poderosa y peligrosa había atacado El Zonda antes de que el gobernador Benavídez decidiera gravarle el nuevo impuesto. En síntesis, El Zonda, como un peatón humanizado, era una representación del mismo Sarmiento, y su feroz contrincante no era una perra, sino una mujer. Tiempo después del supuesto ataque, El Zonda entró en crisis cuando Benavídez le impuso el nuevo gravamen. Entonces, ¿cuál podía ser esa mujer cercana al gobernador, poderosa e idolatrada en su casa, que había criticado a Sarmiento?

La elección de Sarmiento de referirse a la perra como un “animal” y no como un ser humano es significativa. Esta deshumanización reflejó una visión patriarcal que asoció la ferocidad y la resistencia femenina al subalterno, mientras que lo masculino, lo natural, fue visto como un elemento normal y ordenado. La perra, en este contexto, se convirtió en un símbolo de la amenaza que representaba la voz de las mujeres en la esfera pública. La metáfora de la perra que atacó y que fue aprehendida por el estado provincial sugiere que cualquier intento de las mujeres de alzar su voz habilitó la intervención oficial.

Sarmiento tácitamente caracterizó a la canina como una perra fuerte, capaz de eliminarlo de San Juan. Esta afirmación fue reveladora, ya que sugirió que la figura femenina que representa a Telésfora Borrego es tan influyente que su presencia se convierte en un tabú, porque “marchaba distraído y alegre por la calle... Qué le importa ahora saber como se llama” (Sarmiento, 1839). La perra, que se convirtió en un símbolo de la resistencia femenina, fue vista como una amenaza para el orden liberal que Sarmiento intentó promover.

El cierre del diario, entonces, no se debió únicamente a las críticas de Sarmiento al gobierno, sino que fue impulsado por la reacción de Telésfora, quien se sintió aludida por el artículo. En sus palabras, Sarmiento sostuvo: “si el gobierno, a quien El Zonda no atacaba, no hubiese tenido horror a la luz que se estaba haciendo. Y de aquí vino mi segunda prisión, por haberme negado a pagar veintiséis pesos, que, en violación de las leyes y decretos vigentes, se proponía robarme el gobierno. Débenme don Nazario Benavides (…) veintiséis pesos todos los días que amanece” (Sarmiento, 2007, p. 145). Esta afirmación reveló que el verdadero motivo detrás del cierre del periódico no fueron las críticas políticas, sino un asunto del orden privado y personal, tal como Sarmiento lo detalló al dedicarle en su epitafio varias líneas a la voz de las mujeres y su capacidad para influir en la opinión pública.

Sarmiento fue encarcelado por negarse a pagar dicho impuesto. Mientras estuvo en prisión, y bajo el consejo de sus amigos que cofundaron el periódico, decidió, según sus propias palabras, abonar el impuesto para evitar problemas con el Colegio Santa Rosa de Lima, fundado por el mismo grupo. Este episodio puso de relieve cómo las mujeres, a través de su influencia en el ámbito privado, pudieron tener un impacto significativo en la política y la sociedad. La presión que Telésfora habría ejercido sobre su esposo, aunque no se mencionara explícitamente, es un recordatorio de que las mujeres han sido y siguen siendo agentes de cambio.

La narrativa de Sarmiento, al centrarse en la figura de la perra y en la frivolidad de las habladurías femeninas, reveló una profunda misoginia que permeaba los discursos del siglo XIX. Al descalificar las preocupaciones de las mujeres y asociarlas con lo insignificante, Sarmiento no solo reforzó el patriarcado, sino que también perpetuó un ciclo de violencia simbólica que silencia ese tipo de voces femeninas.

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El relato de El Zonda y la figura de Telésfora Borrego ilustraron de manera contundente cómo lo personal se entrelazó con lo político en el contexto de la Argentina del siglo XIX. La aparente ofensa que Telésfora sintió ante el artículo de Sarmiento, que menospreciaba su papel como mujer, no fue solo un asunto privado, sino que desencadenó una serie de eventos que culminaron en la represión del periódico. Este episodio reveló que las experiencias personales de las mujeres, a menudo desestimadas y relegadas al ámbito doméstico, tienen un impacto significativo en la esfera pública y política del país.

La aparente reacción de Telésfora ante el ataque a su honor familiar se convirtió en un acto de resistencia que desafió el orden patriarcal liberal, en una sociedad donde las mujeres eran vistas principalmente como guardianas del hogar y del honor familiar. La ofensa no se convirtió simplemente en una cuestión de orgullo personal; fue una defensa de la posición de las mujeres en un contexto donde sus voces son sistemáticamente silenciadas frente a la opinión pública.

El hecho de que Sarmiento utilizara la figura de una perra para descalificar a una opositora política y, por ende, a las mujeres en general, fue un claro reflejo de cierta hegemonía patriarcal. Sin embargo, la reacción de Telésfora ante esta descalificación fue un recordatorio de que las mujeres no eran meras espectadoras en la historia, sino que podían actuar como agentes a cargo de la agencia social y política. La respuesta a la burla de Sarmiento, aunque no se documentara de manera explícita, representó un acto de desafío que resonó en el ámbito político, mostrando que lo personal podía tener repercusiones significativas en la esfera pública.

La conexión entre lo personal y lo político se hizo aún más evidente cuando se consideró que ese ataque feroz, femenino y potente, tuvo implicaciones en la relación entre Sarmiento y el gobierno provincial. La decisión de Benavídez de imponer un impuesto que obstaculizaba la continuidad de El Zonda no fue solo una cuestión arancelaria; fue una respuesta a la amenaza que representaba la voz femenina en la política.

Además, el episodio reveló cómo las dinámicas de poder se entrelazaron con las relaciones personales. La doble dinámica de ataque y ofensa tuvo implicaciones más amplias para el gobierno de Benavídez. La presión que la subjetividad femenina no aludida directamente ejerció fue un recordatorio de que las mujeres podían influir en las decisiones políticas a través de sus relaciones personales, como cualquier otro sujeto histórico. Este vínculo entre lo personal y lo político resultó fundamental para entender cómo las mujeres fueron históricamente relegadas en las narrativas a un segundo plano, a pesar de su capacidad para desafiar el orden social.

Este episodio fue un recordatorio de que las luchas individuales por el reconocimiento y el respeto son, en última instancia, luchas políticas que cuestionan las estructuras de poder y la legitimidad de un sistema opresor. Así, el vínculo entre lo personal y lo político se manifestó en la forma en que las acciones y reacciones de las mujeres pudieron influir en el curso de la historia, desafiando las narrativas dominantes y reclamando su lugar en la construcción de la sociedad.

Bibliografía

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