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Personaje

Lustrabotas de día, doña María de noche: la historia de una de las primeras mujeres trans de San Juan

Carlitos Riveros murió con 77 años, intoxicado con monóxido de carbono. Era habitué del boliche Rapsodia, donde era conocida por llevar siempre un ramillete de flores.

Por Natalia Caballero

Un hombre puede cambiar de religión, de pareja, de profesión, pero nunca podrá cambiar quién es. Carlos Riveros tenía 77 años, falleció el 4 de junio intoxicado con monóxido de carbono luego de que se iniciara un incendio en la humilde pieza en la que vivía en Villa Franca, Rawson. De día, era conocido por su nombre y trabajaba de lustrabotas en la Terminal de Ómnibus; por las noches podía ser quien era: doña María, una de las primeras mujeres trans de San Juan. La comunidad LGBTQ+ la llora y la recuerda como una mujer alegre, llena de luz.

Carlitos empezó limpiando los baños en la Terminal. Luego pasó a ser el lustrabotas oficial de la tarde. Estaba al lado de la imagen de la virgen, dentro del viejo edificio. Se movilizaba en bicicleta. Generalmente repetía el camino: bajaba por General Paz hasta Estados Unidos. Al doblar, saludaba a los vendedores ambulantes, a los remiseros y hasta los choferes lo conocían.

Era una persona muy querida. Todos recuerdan su alegría permanente, sus chistes y sus pequeñas actuaciones que sacaban una sonrisa. Dentro de la Terminal guardaba su cajón de trabajo y lustraba los zapatos de los clientes con mucha dedicación. Era detallista con el calzado, por eso quien se hacía lustrar los zapatos con él, volvía.

En la Terminal todos sabían que era doña María. No lo ocultaba y hay quienes recordaron que entre cliente y cliente cosía con esmero las lentejuelas con las que bordaba sus vestidos. Cuando terminaba de darle vida a un diseño, se los mostraba a sus compañeros de tareas en la Terminal.

“Le gustaba enseñar sus fotos, mostrarnos cómo le quedaban los vestidos que se cosía en la Terminal. Siempre hablaba de su vida en la noche”, contó un histórico vendedor de pochoclo y praliné. Dentro de la reformada Terminal los vendedores de los locales lo recuerdan como un “tipo que nunca tuvo un problema con nadie”.

En los alrededores de su casa, los vecinos lo describen como un hombre solitario. Su hermanastro, Adolfo Agüero, charló con Tiempo de San Juan. Su familia contó que fue un golpe muy fuerte no poder cumplir con el ritual del velatorio.

“Lo ha llorado mucha gente, no se veló por los tiempos que corren. Mi hermano era un tipo bonachón, solitario, soltero, no era muy familiero. Incluso mis hermanas lo invitaron a que se mude a Mar del Plata pero decidió no ir. Tenía unos episodios de demencia senil”, dijo Adolfo.

Justamente el día de su muerte un vecino lo encontró en un negocio de la zona, donde Carlitos dijo que no se sentía bien. Lo ayudaron a llegar a su casa, donde prendió la estufa para intentar conciliar el sueño. Aún no saben cómo se incendiaron sus pertenencias. El hombre terminó muriendo por inhalación de monóxido de carbono, producto de la humareda.

Mientras que en las cercanías de su casa nadie contó mucho más, miembros de la comunidad LGBTQ+ dieron detalles inéditos de la vida de este querido personaje. Doña María era una de las mujeres trans más conocidas de San Juan. Podía ser de noche o cuando se veía con sus amigas. Todos los fines de semana se la podía ver en Rapsodia, antes en Hendrix, otro boliche gay de la provincia.

La rutina en el boliche era siempre la misma. Llegaba como Carlitos, en bicicleta, con la ropa que se iba a poner en un bolsito. En una vianda llevaba un sanguche de mortadela o de salame y queso y una botellita de medio litro de Seven Up con vino adentro. En Rapsodia tenía pase libre, no pagaba entrada.

Al ingresar al boliche, dejaba la bicicleta y en el estacionamiento se ponía su ropa. Ahí iniciaba su transformación: tenía un pequeño neceser con maquillajes, algunos collares y se vestía con los atuendos que se cosía. Carlitos quedaba atrás, ahora le tocaba brillar a Doña María. 

Si algo caracterizaba a Doña María era que bailaba con un ramillete de flores plásticas. En la pista de baile de Rapsodia, ella podía ser.

Con el paso del tiempo, la realidad de la comunidad trans en Argentina ha ido mejorando muy lentamente. Durante la Dictadura las mujeres trans sufrieron todo tipo de vejaciones. Doña María no fue una excepción. Tanto ella como Cassandra, Mafalda y Zulma Marinero vivieron golpizas y detenciones.

Uno de los peores episodios sucedió en una vivienda de Villa Hipódromo. La policía cayó en el medio de una juntada de mujeres trans, las golpearon y para dejarlas libres las obligaron a practicarles sexo oral. Las mujeres trans no tuvieron otra opción más que aceptar el abuso sexual.

Sólo se le conoció un amor estable. El hombre era policía. En un trágico accidente, el uniformado perdió la vida. Tanto en la Terminal como quienes lo veían frecuentemente recuerdan que durante semanas vistió de absoluto luto.

Doña María era una referencia de la comunidad LGBTQ+. Era una de las pocas mujeres trans que llegó a anciana ya que la esperanza de vida del colectivo es de 35 años en la actualidad. Debido a su experiencia, era fuente de consulta de las más jóvenes. 

La función de una flor es producir semillas. Para las plantas, las semillas son la próxima generación y sirven como el principal medio a través del cual las especies se perpetúan y se propagan. Eso dice la ciencia. De alguna forma las flores de Doña María simbolizaban esas semillas de libertad con las cuales pueden vivir las nuevas generaciones –a pesar de que falta mucho camino por recorrer-.

Los que la conocieron, quieren pensar a Doña María bailando. Con sus blusas de lentejuelas y su botellita de Seven Up. Siendo libre en la noche. Siendo ella. Siendo.

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