En San Juan, desde hace un año se ha comenzado a implementar la medida de no entregar bombillas de plástico para consumir bebidas líquidas, tal es el caso de algunos kioskos que se encuentran en el centro de la ciudad o en los barrios y hasta cadenas de comidas rápidas como McDonalds han decidido formar parte del #stopsucking, la campaña que se muestra en contra de estos productos.
Están en los tragos de todas las fiestas, en los licuados y en los envases de jugo que llevan los chicos al colegio. Las pajitas de plástico o bombillas están en la vida cotidiana y, aunque fueron creadas para reducir el contagio de enfermedades propias de los depósitos donde se guardan los productos, o para ayudar a personas que tienen discapacidades físicas, se convirtieron en el blanco principal de distintos movimientos ambientalistas,
Con fuertes campañas en las redes sociales, buscan reducir o hasta prohibir su uso, y denuncian que con sólo unos minutos de uso, pueden llegar a tardar 150 años en descomponerse y generan un efecto irreparable en los océanos y su fauna. En Argentina, las organizaciones ambientales también comienzan a denunciar las consecuencias ecológicas de los sorbetes.
Según datos de Greenpeace Argentina, en la actualidad hay 12,7 millones de toneladas de plástico que terminan en los océanos cada año, y estiman que para 2020 se usará un 900% más de plástico que en 1980. Debate.
Por su parte, María Ana Ventura quien se ha dedicado toda su vida a la sustentabilidad reconoce que “el problema específico de los sorbetes está en que, por sus dimensiones livianas y pequeñas, muy pocos terminan yendo a reciclaje”.