La cita del encuentro fue a las 23 horas del jueves 27 de enero de 2000 en la cancha del Club Obrero Rawson, a metros de “La Rotonda” y del Centro de Adiestramiento Rawson. El equipo de Pocito, conformado por los primos y hermanos Quilpatay y sus amigos, vestían camisetas blancas con franjas verticales en el pecho de color verde. Junto con ellos también estaba Javier Ceferino “El Planchón” Castro, acompañándolo como espectador.
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La cancha. Así se ve hoy la cancha de fútbol donde se produjo el fátidico hecho de enero de 2000.
En frente se encontraba un rejunte de amigos y vecinos de esa zona de Rawson, con camisetas rojas con mangas blancas. Entre ellos, unos jóvenes de apellidos Rojo, Aldeco, Zevallos y Federico Barrios. Este último de 18 años, que se puso el pantalón corto y la camiseta, pero quedó en el banco de suplentes.
Un partido caliente
El encuentro empezó pasadas las 23 del jueves, sin árbitro. Es decir que podía suceder cualquier cosa. Los primeros minutos del encuentro se desarrollaron con normalidad, nadie quería dar ventajas y desde el principio aparecieron las piernas fuertes. El clima fue poniéndose tenso con cada jugada y las polémicas que despertaban las faltas de uno y de otro lado.
Poco importa ahora cuánto goles metieron y quién iba ganando en esos primeros 40 minutos del primer tiempo. Justamente, cuando ya entraban al final de la etapa inicial -para pasar al entretiempo-, surgió una jugada sobre uno de los laterales y Osvaldo Quilpatay y Fernando Rojo fueron al choque. Uno fue a derribar al otro y ambos terminaron en el piso.
Ninguno de los dos se quedó callado y se largaron puteadas. Al ponerse de pie, los jugadores se empujaron y amagaron con tirarse trompadas. Ya se arrimaron otros jugadores, algunos para separarlos y otros con el ánimo de pelear, y el tumulto se hizo cada vez más grande. Hasta que uno lanzó un golpe de puño y todo se desmadró en el costado sur del área grande del arco ubicado en extremo este de la cancha.
Una batahola
Volaron las piñas y las patadas, mientras otros empujaban y trataban de alejar a los revoltosos. Uno de los que estaba en medio de la batahola era Federico Barrios, que recibió una trompada en la cabeza o un empujón y cayó de espaldas. Algunos testigos afirmaron que fue “El Planchón” Castro el que lo tumbó y que después se le fue encima, cuando el joven de 18 años se hallaba en el piso boca arriba.
Las versiones son confusas, pero todos afirmaron que Javier “El Planchón” Castro atacó a Barrios mientras éste permanecía tendido. Lo identificaron por la camiseta de Argentina que llevaba y su pantalón tipo buzo. Un testigo sostuvo que le propinó dos patadas en el pecho. Otro relató que, en realidad, le dio una especie de pisotón o planchazo sobre el tórax del joven.
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El agresor. Javier Ceferino Castro (sentado) junto a su defensor en ese entonces, el abogado Pablo Flores. Foto de Diario de Cuyo.
El golpe fue alevoso e injustificado porque ni siquiera el problema era entre ellos dos. Todos los jugadores que testificaron en la causa recordaron la estremecedora escena en la que vieron que Federico Barrios entró en shock, que no podía respirar, que parecía convulsionar y que sus ojos se le desorbitaron. En esos instantes, sus amigos le lanzaron algunos golpes a Castro y lo corretearon por la cancha hasta que éste escapó del predio.
Después volvieron a asistir al joven herido, que no reaccionaba. La situación preocupó a todos, tanto que ahí dejaron de gritar y pelear. Fabio Aldeco, un amigo de la víctima, declaró en la causa que “Federico no volvía en sí. Él se encontraba tirado boca arriba, pálido y con los ojos hacia atrás. Con la boca abierta, haciendo como arcadas”. Algunos de los presentes le “salpicaban gotas de agua en la cara y otros le echaban aire con las camisetas a fin de que reaccione. Otro le flexionaba las piernas”, agregó en su testimonial.
Leonardo Maldonado, el tío, metió el auto a la cancha y con ayuda de los otros jóvenes cargaron a Federico en el asiento trasero para llevarlo a la guardia del Centro de Adiestramiento Rawson. Su amigo Fernando Rojo se subió con él para sostenerle la cabeza.
Un golpe mortal
El médico Raúl Núñez recibió al joven, que ya había entrado con un paro cardiorrespiratorio. El profesional junto con el personal de guardia le practicaron maniobras de resucitación durante varios minutos, pero no hubo caso, Federico Barrios murió arriba de la camilla. En la puerta de la sala aguardaban sus amigos y sus familiares, que quedaron enmudecidos cuando recibieron la noticia del deceso del joven.
La autopsia realizada por el médico forense Alejandro Yesurón reveló que Barrios sufrió un "estallido cardíaco" producto de un traumatismo en el tórax y, especialmente, sobre el corazón. También explicó que fue a consecuencia de un aplastamiento o un fuerte golpe con un elemento contundente o una patada.
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Un tradicional club. Aquí se jugó el partido que terminó con la muerte de Federico Barrios, en 2000.
Los policías de la Comisaría 6ta y Seguridad Personal de la Brigada de Investigaciones arribaron al rato al puesto sanitario para investigar lo que literalmente era un homicidio. Los amigos de Barrios ahí describieron al agresor, el muchacho de la camiseta de Argentina. Pero como existían diversas versiones, los policías trasladaron a los integrantes de uno y otro equipo –los que aún permanecían en el lugar- a la seccional de Rawson en la madrugada del viernes 28 de enero de 2000.
Barrios sufrió un "estallido cardíaco" producto de un traumatismo en el tórax y, especialmente, sobre el corazón, según la autopsia.
Los integrantes del equipo de Pocito identificaron al muchacho de la camiseta de Argentina y dieron su nombre: Javier Ceferino Castro, de 25 años. También describieron la escena que generó la pelea, pero dijeron que puntualmente no vieron cómo fue la agresión a Barrios. Quizás intentaban encubrir a su amigo, aunque sí reconocieron que Castro protagonizó el incidente que dejó gravemente herido al joven.
A las 4 de la mañana del 28 de enero de 2000, la Policía allanó una casa de Villa El Nylon –hoy barrio La Estación- y detuvo a “El Planchón” Castro, quien procuraba en vano ocultarse en el domicilio de un conocido suyo.
La acusación y la condena
El jornalero estuvo preso durante un mes y medio y fue excarcelado en razón de que el juez de la causa entendió que cabía atribuirle el delito de homicidio preterintencional, agravado por la ley en contra de la violencia en espectáculos deportivos.
El Código Penal Argentino, en su artículo 81, inciso B, contempla el delito de homicidio preterintencional. Esto es cuando una persona actúa y agrede a otra con la intención de provocarle un daño y le termina causando la muerte. Se trata de una figura intermedia entre el homicidio simple, en donde existe el dolo o la intención, y el homicidio culposo, que es la muerte accidental por la imprudencia, negligencia o impericia. Se entiende que el agresor se representó la idea de la peligrosidad de su acción, pero no la evitó y, sin pretenderlo, ocasionó la muerte del otro.
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Sentencia. Javier Ceferino Castro en el momento en que escucha la sentencia. En la imagen también aparecen su abogado defensor y el tribunal que lo juzgó. Foto de Diario de Cuyo.
La causa estuvo parada casi seis años. Recién en marzo de 2006, Javier Ceferino Castro fue juzgado en la Sala I de la Cámara en lo Penal y Correccional. Nadie puso objeción acerca de la acusación, fue así que el abogado Pablo Flores –exjuez- y el fiscal Gustavo Manini llegaron a un acuerdo para abreviar el juicio.
Fue un trámite. Los jueces Raúl Iglesias, Arturo Velert Frau y Diego Román Molina refrendaron el acuerdo y, a la hora de dictar condena, consideraron como atenuantes el bajo nivel educativao de “El Planchón”, su arrepentimiento y la falta de antecedentes.
En su fallo del 10 de marzo de 2006, el tribunal resolvió condenarlo a la pena de 3 años de prisión de ejecución condicional. Además, le impusieron reglas de comportamiento y la obligación de realizar trabajos gratuitos durante cuatro horas semanales, y por el término de un año, en el área de deporte del municipio de Rawson.
FUENTE: Sentencia judicial de la Sala I de la Cámara en lo Penal y Correccional, artículos periodísticos de Diario de Cuyo y hemeroteca de la Biblioteca Franklin Rawson.