Caso Roberto Sánchez: un cadáver rodeado por el misterio y un asesinato que no fue
Al peón lo hallaron sin vida, con algo de sangre y dos orificios en la cabeza. Fue en mayo de 2001 y todo indicaba un homicidio. Incluso detuvieron al casero de la finca donde vivía, en Chimbas. La autopsia reveló una verdad inesperada.
“Esto es un asesinato”, dijeron desde un primer momento. Todo parecía confirmarlo. El cuerpo del peón tendido boca abajo y con el rostro hundido en la tierra, los rastros de sangre y dos heridas en la cabeza. Además, había unos palos rotos en el corral y faltaban chanchos.
El médico legista que realizó un primer examen del cadáver también consideró que estaban frente a un crimen. Se habló de que esos dos orificios podían ser heridas de bala. Algunos investigadores hasta dieron por sentada la hipótesis del robo seguido de muerte y otras conjeturas, incluso contra el casero de la finca, que pintaban el escenario de un brutal homicidio. Pero el caso escondía una verdad que nadie imaginaba y que terminaría por derrumbar todas las teorías iniciales.
La verdad es que ese lunes 7 de mayo de 2001 todos estaban susceptibles y nada sorprendía a los investigadores judiciales y policiales. Había sido una semana negra para la provincia. Tres días antes, el 4 de mayo, asesinaron de un tiro al dueño de un negocio de quiniela en un intento de asalto en Rawson. En el medio, el sábado 5, también mataron de un disparo en la cabeza a un joven durante un ajuste de cuentas en el interior del barrio Lebensohn, en Chimbas.
Titular
El titular de Diario de Cuyo en relación a la muerte del obrero de finca de Chimbas.
El clima estaba convulsionado, marcado por la ola de violencia e inestabilidad social que se vivía en esos meses. La provincia y el país atravesaban una crisis política, con un gobierno desgastado que venía aplicando medidas de ajuste en un marco de alto desempleo, crecimiento de la pobreza y una recesión que, tarde o temprano, fue la antesala del estallido popular que acabó con la presidencia de Fernando de la Rúa.
No resultaba raro entonces que la muerte de ese obrero rural llamado Roberto Sánchez, de 59 años, fuera otro crimen en ocasión de robo. El que encontró su cadáver fue Aurelio Salinas, casero y compañero de trabajo del “Tucumano” —así apodaban al fallecido— en esa finca situada en las calles Balcarce y Centenario, en Villa María, Chimbas.
El hallazgo fue a las 8 de la mañana de ese lunes, a veinte metros de la casa de adobe que compartían los dos obreros rurales. Salinas contó que salió a iniciar sus tareas rutinarias y, mientras caminaba hacia los corrales, se topó con una imagen que lo dejó helado. A los lejos vio el cuerpo del “Tucumano” Sánchez tendido entre el chanchero y un pequeño canal de regadío.
Al instante se dio cuenta de que estaba muerto. Lo tocó y estaba frío. Ni se movía; además, estaba boca abajo, con su rostro hundido en la tierra. Notó que no tenía las botas que habitualmente usaba. Ahí mismo vio rastros de sangre. Más allá, en el corral, había palos quebrados y faltaba una chancha de unos cien kilos y tres lechones.
foto de polo Uriza
Una foto del conocido fotógrafo Leopoldo Uriza captó cómo encontraron al cuerpo del obrero.
La Policía llegó pronto y no dudó en encuadrar el hecho como un posible crimen. La víctima presentaba una herida cerca del pómulo y la oreja izquierda, y otra en la parte posterior del cráneo, detrás del mismo pabellón auricular. Esas lesiones en la cabeza parecían orificios provocados por un arma de fuego y la sangre dispersa reforzaba la idea de un ataque, dijeron las fuentes policiales en ese momento. Tampoco se descartó que esas heridas fueran producto del golpe con un elemento punzante o una herramienta como una horqueta, tan común en el trabajo rural. El médico legista de la Policía lanzó esas primeras conclusiones, aunque sabían que lo determinante era la autopsia y el informe forense.
Ese informe preliminar sustentó desde el inicio una línea investigativa que hablaba de un asesinato. Los investigadores policiales partieron de esa base, mientras que los jefes de la fuerza y funcionarios judiciales sostuvieron esa teoría. “La ola de asesinatos no se detiene” y “Asesinaron a un obrero en una finca y apresan a su compañero”, destacaba el diario local en sus títulos principales, en función de las versiones oficiales.
Así dieron por sentado el asesinato bajo el móvil del robo. Y el que quedó bajo sospecha fue Salinas, cuyo relato generaba dudas. De Sánchez no sabía mucho. Era un trabajador golondrina que había llegado por casualidad a San Juan y que hacía tres años trabajaba en esa propiedad donde le cedieron un lugar para vivir. No tenía hijos ni familiares en la provincia. Los vecinos comentaron que le gustaba tomar, pero no era conflictivo y lo apreciaban.
Salinas
El otro trabajador de finca que quedó detenido por un error de los investigadores.
Salinas contó a los investigadores que Sánchez salió de la casa de madrugada para ir al baño y que él se acostó a dormir. Aseguró que eso fue a la una del lunes. Dijo que no escuchó ruidos ni sintió nada extraño y que recién a la mañana, cuando despertó y salió a trabajar, encontró el cuerpo. Para los policías, algo no cerraba en esa declaración. Cómo fue que no escuchó posibles disparos o el chillido de los chanchos cuando se los robaban era una incógnita.
El juez Agustín Lanciani, que concurrió a la supuesta escena del crimen, llevó a Salinas al interior de la casa y ordenó que azuzaran a los chanchos. Quería confirmar en persona si se escuchaban los chillidos de los animales desde la vivienda, situada a 20 metros del corral.
Los policías espantaron a los cerdos y hasta el juez los oyó, pero Salinas insistió en que no los escuchaba porque era medio sordo. La explicación no convenció a los investigadores. Según ellos, cuando le hablaban entendía todo y no aparentaba tener ninguna dificultad para oír. En ese clima enrarecido de sospechas y piezas que no cerraban, el magistrado del Segundo Juzgado de Instrucción dispuso la detención del único testigo y compañero de la víctima. En los medios de comunicación ya se hablaba de un crimen y de un casero que quizá había mentido para cubrir a sus cómplices o a los verdaderos autores del ataque.
A esa altura nadie ponía en duda la teoría oficial, pero horas más tarde la autopsia dio un giro inesperado a la causa. El equipo forense confirmó que las heridas que Sánchez presentaba en su cuerpo no correspondían a balazos ni a golpes mortales.
En dos días, los investigadores policiales y judiciales pasaron de la teoría del crimen a la de una muerte por causas naturales.
La explicación que dieron los médicos a los investigadores judiciales fue que el peón tenía un corazón muy grande, padecía hipertensión severa y riñones deteriorados. Entre las conclusiones señalaron que sufrió un derrame cerebral que lo fulminó en el acto y cayó de frente contra el suelo. Las marcas y la sangre en la cabeza que parecían indicar heridas de bala o golpes no eran más que lesiones a consecuencia de la caída. La escena completa había engañado incluso a policías con más experiencia.
Cuando el informe médico llegó al juzgado, Salinas recuperó la libertad. Así, las sospechas del robo, del ataque brutal y del asesinato quedaron reducidas a una serie de errores e interpretaciones equivocadas. Nadie pudo establecer con seguridad qué pasó con los animales faltantes. Algunos creyeron que fueron robados, otros que escaparon por algún hueco del chiquero. La duda persiste hasta hoy.
Al final de cuentas, el “Tucumano” Sánchez no murió por resistirse a un robo ni por una agresión. Falleció simplemente por su deteriorado y frágil estado de salud, que probablemente desconocía. Aun así, puede que haya quienes sigan sosteniendo que fue un asesinato no resuelto.
FUENTE: Artículos periodísticos de Diario de Cuyo, testimonios de los policías que trabajaron en el caso y hemeroteca de la Biblioteca Franklin.