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Historias del crimen

La pelea fatal entre un yerno y su suegro que dividió a una familia de Chimbas

Supieron ser buenos amigos, pero después se transformaron en enemigos. El hombre mayor no soportó las golpizas a su hija y las idas y vueltas del muchacho en la pareja. Una tarde se encontraron en la calle y uno mató al otro a balazos.

Por Walter Vilca

Fue como un ultimátum entre ambos. Don Alaniz sentenció a su yerno: “dejá de pegarle a mi hija porque un día te voy a matar…” Murúa retrucó a su suegro: “usted no se meta porque en cualquier momento va a salir con la panza al aire…” 

Esa corta y caliente discusión del viernes 13 de octubre de 1978, no sorprendió. Ellos, que habían sido tan amigos, estaban enfrentados a muerte en los últimos meses. El hombre mayor no quería que el muchacho continuara haciendo sufrir a su hija. Y éste, no permitía que se entrometieran en su vida de pareja. La áspera charla de esa noche fue entonces el preludio de lo que nadie imaginaba, pero lo que el destino apresuró al día siguiente en un segundo encuentro, también tan furioso como el anterior, en una calle de Chimbas. Sólo que allí no hubo más palabras ni vueltas atrás, uno de ellos acabó muerto de tres balazos.

La historia cuenta de cómo las desavenencias de una pareja derivaron en un crimen y en un drama que separó a una familia de Villa El Salvador. Pero hubo un tiempo, si se quiere, en que la armonía parecía reinar en esa casa en la intersección de las calles Sarmiento y Patagonia. Alberto Cayetano Alaniz, de 66 años, había acogido como a un hijo más a Felipe Santiago Murúa, desde que éste se fue a vivir con su hija Soledad Justina Alaniz.

De los ocho hijos, Soledad era la más querida. Sus padres deseaban que esa hermosa joven estudiara y le pagaban clases de danza clásica y español. Ella, en cambio, quiso otra cosa. Con menos de 20 años se enamoró ciegamente de Felipe Murúa y decidió dejarlo todo. Alaniz aceptó esa relación con regañadientes y poco a poco se fue acostumbrado hasta que se hizo amigo de su yerno.

Eran amigos

Don Alaniz era un personaje, cuentan. Tenía una verdulería en su casa, poseía carretelas con caballos que alquilaba y una camioneta en la que salía a vender. Un tipo multifacético que amaba las motos, miembros de la asociación sanjuanina de motociclismo, dirigente del Club Sportivo Villa El Salvador y fanático del boxeo. Tan apasionado del deporte -relataron los vecinos- que junto a otros dirigentes cerraban las calles para realizar algunas carreras de motos en la villa o armaba un improvisado ring en el fondo de su casa para hacer peleas amateurs. Eso lo unía a su yerno Felipe Murúa, un morocho corpulento que practicaba boxeo en el Club Mocoroa y se ganaba la vida como vendedor ambulante arriba de su camioneta Chevrolet.

“Eran bien amigos y compartían muchas cosas. Comían asados con amigos y pasaban largas horas jugando a las cartas”, contó el hijo menor de don Alaniz. En el fondo quizás eran parecidos. Los dos tenían también un fuerte carácter, pero Murúa andaba en la mala vida. En los cuatro años de convivencia con Soledad, la metió en esos ambientes turbios, además la maltrataba y la golpeaba, relató un familiar.

Alberto Alaniz empezó a preocuparse, pues pensaba en el futuro de su hija y sus dos nietos pequeños. Encima, las peleas entre el muchacho y la joven de 22 años derivaban en continuas separaciones e inestables reconciliaciones que afligían a la familia. A principio de octubre de 1978, Murúa otra vez tuvo problemas con Soledad y le pegó de nuevo.

La vìctima. Este era Alberto Cayetano Alaniz.

Harto de la situación, don Alaniz quiso poner en su lugar a su yerno. La noche del 13 de octubre de ese año, dio la ocasión que Murúa fue hasta la casa de un vecino de Villa Salvador y su suegro, al verlo de lejos, lo mandó a llamar. El joven se acercó y tuvieron un fuerte entredicho, que terminó cuando el hombre mayor lo amenazó: “dejá de pegarle a mi hija porque un día te voy a matar…” El otro no se intimidó y redobló la apuesta: “usted no se meta porque en cualquier momento va a salir con la panza al aire…”

Pensándolo o no, fue una sentencia de muerte. Aquella noche, ambos se despidieron en silencio, pero maldiciéndose y prometiendo volver a verse. Y como si se hubiesen puesto de acuerdo, al otro día en horas de la siesta se encontraron. En la causa judicial, se da por sentado que fue pura casualidad. Un hijo de Alaniz asegura aún hoy, que fue premeditado, que Murúa sabía que su padre pasaba por ese lugar y lo esperó con el arma en la mano, dispuesto a atacarlo.

Encuentro fatal

La cita se dio alrededor de las 16 del sábado 14 de octubre de 1978. El lugar: la calle Urquiza, cerca de 25 de Mayo, Chimbas, de acuerdo al expediente judicial. Alberto Alaniz venía en su bicicleta. Murúa hacía lo mismo en su Chevrolet, en sentido contrario. No se sabe quién encaró primero, pero los dos detuvieron la marcha y se pusieron a la par, desafiantes.

Alaniz no se achicó, pese a que ya no era el hombre de antes. Un accidente de tránsito lo había dejado rengo de una pierna y con una seria dificultad en un ojo, más los años que cargaba. Aun así, parece que su yerno le tenía respeto o cierto temor. Como haya sido, yerno y suegro se trenzaron en una furiosa discusión en plena vía pública. Evidentemente se acordaron de todo. De seguro se invitaron a pelear, pero Murúa no le dio chances a Alaniz. Manoteó el revólver marca Tala calibre 22 largo que llevaba arriba del asiento del acompañante y largó los disparos sin titubear. Un balazo impactó cerca de una oreja de su suegro y otros dos le dieron en el abdomen.

Murúa subió a su camioneta y salió a toda velocidad. Se cree que Alaniz cayó al piso, pero se levantó y tambaleando caminó hacia la casa de su hermana, que vivía en las cercanías. Dos jóvenes que pasaban en bicicleta escucharon las detonaciones y, cuando se dieron vuelta, vieron al hombre mayor tomándose el estómago. En esos instantes observaron también a la Chevrolet que se alejaba.

Juan Bautista Ibaceta, un sobrino de Alaniz, declaró que auxilió a su tío que se hallaba herido en la puerta de su casa y éste contó que Murúa acababa de dispararle. Minutos más tarde, lo cargaron al auto de un vecino y lo llevaron rápido a la guardia del Hospital Guillermo Rawson. Los disparos ya habían hecho estrago en el sexagenario, que murió frente a los médicos del Servicio de Urgencias.

Lejos de allí, Felipe Murúa trataba de ocultarse. Fue a la casa de su madre y dejó el arma arriba de un ropero. Después buscó refugio en la casa de un primo. Permaneció prófugo durante tres días hasta que el martes 17 de ese mes se entregó en tribunales.

Heridas que no sanaron

El asesinato destrozó a la familia. Y lo que más dolió a la esposa y a la mayoría de los hijos de don Alaniz, fue que Soledad no apareciera ni siquiera en el velorio. Eso marcó un antes y un después. Es que la joven mujer prefirió continuar al lado de Murúa, el hombre que mató a su padre, y no regresó por muchos años a la casa familiar.

Felipe Santiago Murúa fue sometido a juicio en agosto de 1979. En ese entonces contaba con 29 años. En su defensa, sostuvo en el debate que fue Alaniz quien lo atacó primero con un cuchillo. Eso fue luego desechado de plano, dado que ni los testigos que los vieron discutiendo ni los que luego auxiliaron al hombre mayor observaron un cuchillo. Por el contrario, sí se acreditó que él llevaba ese revolver calibre 22. El mismo lo reconoció. Por otro lado, el arma fue encontrada en la casa de su madre.

El fiscal alegó que Murúa actuó con premeditación, o si no se explicaba qué hacía con ese revólver. También apuntó a que hubo alevosía, por la cantidad de disparos y porque Alaniz estaba desarmado. Agregó que la víctima se encontraba en inferioridad de condiciones por las dificultades físicas que padecía. Los jueces no dieron por acreditado la alevosía ni la premeditación, sólo el agravante de esa diferencia física y de armas entre ambos. Al final, condenaron a Felipe Santiago Murúa a 12 años de prisión por el delito de homicidio simple.

Murúa purgó parte de esa condena en el penal de Chimbas y a los 6 años salió en libertad, contó un hijo de Alaniz. En todo ese tiempo, Soledad Alaniz fue a visitarlo a la cárcel. Cuando éste regresó a la calle, continuaron viviendo juntos.

Los Alaniz relataron que a los años volvieron a reencontrarse con su hermana, pero nunca fue lo mismo. La relación era tensa y se produjeron discusiones a raíz de que ella se ponía irascible hasta que se distanciaron otra vez. No la vieron más. Dicen que “está perdida”. Y de Murúa sólo saben que falleció hace tres años.

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