No era la primera vez que Ismael llegaba borracho, tampoco sorprendía que empezara a provocar. Ismael tenía la costumbre de acordarse de cosas del pasado y se ponía violento, especialmente con su padre anciano. Hilario, que conocía a su hermano mayor, trató de calmarlo y ponerlo en su lugar: “si tenés algún problema, no vengas curado. Vení mañana y lo arreglamos”. Más que tranquilizarlo, Ismael lo tomó como una afrenta y, aunque siguió largando insultos, lo pensó dos veces y se retiró. La discusión igual no culminó ahí. Éste último volvió al rato, más enojado todavía. Fue la peor decisión de todas. Aquella tarde del 27 de noviembre de 1993, la inesperada pelea entre hermanos terminó mal y destruyó para siempre a esa familia de Pocito.
La tragedia sacudió a la familia Mendoza. Ismael Antonio Mendoza, de 40 años, murió a las horas en el Hospital Guillermo Rawson. Su hermano Hilario Ángel, de 32 años, al enterarse de la desgracia se entregó voluntariamente en la Policía. Nadie superó ese drama, que fue un dolor que don Antonio Mendoza –testigo presencial del incidente- cargó hasta el último día de su vida por la desdicha de sus dos hijos.
Los Mendoza eran agricultores, tenían una chacra y criaban animales en la zona de Médano de Oro. Su casa aún está sobre la calle Alfonso XIII, al Sur de 12, en Pocito. Don Antonio había enviudado y en ese entonces compartía sus días con Hilario, uno de sus siete hijos, todos adultos. Ismael, el mayor de los varones, poseía una casa en la calle América y llevaba una vida complicada como consecuencia de las malas juntas y sus frustradas parejas. “Era un tipo trabajador, en ese sentido yo lo admiraba”, recuerda su hermano menor. Así también tenía el defecto de ser un bebedor, con mal carácter, resentido y pendenciero.
Cuentan que años antes Ismael estuvo preso por matar a otro hombre en una riña. No le iba bien y andaba enfadado con la vida, a veces se lo hacía saber a su familia cuando aparecía borracho por la casa paterna y repartía reproches a todos. Lo peor era que en ocasiones le levantaba la mano a don Antonio, que ya estaba viejo y soportaba los maltratos.
Hilario sabía de esto, en tres oportunidades vio cómo Ismael le pegaba a su papá. Y si bien intervenía, su hermano mayor no aprendía. Por eso preferían ignorarlo o seguirle la corriente y no discutir. Y eso mismo intentaron hacer el mediodía del sábado 27 de noviembre de 1993, en el momento en que Ismael arribó en su moto, otra vez ebrio.
Un mal día
Don Antonio e Hilario estaban almorzando y lo invitaron a sentarse a la mesa debajo de la galería del rancho, pero Ismael venía de mal humor y respondió con sus típicos insultos. Se quedó a un costado del patio mientras vocifera contra su padre y amenazaba con pegarle.
Hilario, que estaba cansado de sus arranques y que no iba a dejar que golpeara a su papá, lo cruzó: “si tenés algún problema, no vengas curado. Vení mañana y lo arreglamos”, le dijo, sin ánimo de confrontar. Ismael no lo tomó bien. Es que siempre imponía su autoridad de hermano mayor y de matón. Entonces no se la dejó pasar y lo llamó a pelear, pero segundos después salió a la puerta tragándose la saliva, arrancó su moto y se marchó a las puteadas.
Pasado el mal rato, Hilario entró a lavar los platos. Pero no transcurrieron muchos minutos que escuchó de nuevo los gritos de su hermano mayor en el patio. Había vuelto, pero sin la moto y más irritado. Con el primero que se agarró fue con don Antonio, que estaba afuera y al que amenazó con pegarle.
El más joven de los Mendoza tomó uno de los cuchillos de la cocina y salió a los trancos a querer frenarlo. Ismael se desfiguró de la bronca y agarró el espaldar de una cama de hierro que hacía de tranquera en la entrada al rancho, dispuesto a enfrentarlos.
La versión es que, en principio, Ismael encaró contra su papá para golpearlo con la pesada estructura. En el camino se interpuso Hilario, entonces su hermano mayor se abalanzó sobre él. Ahí cayeron los dos. Y por esa maldita suerte del destino, la hoja del cuchillo se coló por entre las barras de hierro y se incrustó en el estómago de Ismael.
Don Antonio Mendoza se acercó desesperado a levantarlo para separarlos, en ese instante vieron que brotaba sangre del cuerpo de Ismael. Éste se puso de pie y quiso tomar a trompadas a Hilario, pero sintió el dolor del puntazo y se apartó. Dio unos pasos hasta la entrada. Su rabia hacía que continuara desafiando a pelear a su hermano, aunque finalmente optó por marcharse a pie en dirección al Norte por calle Alfonso XIII. Los relatos señalan que en el camino encontró a un amigo, que lo auxilió y lo trasladó a un centro asistencial.
Hilario y su papá quedaron preocupados y no supieron nada durante varias horas, hasta que apareció un vecino muy nervioso y contó que Ismael había muerto en el Hospital Guillermo Rawson. También les dijo que la Policía ya andaba buscando al más joven de los Mendoza para detenerlo. Éste sintió que todo se le derrumbaba, había asesinado a su propio hermano. Resignado y a la vez aturdido, pidió a don Antonio que partiera a la casa de su hermana y se quedara allí, que él iba entregarse a la Policía. Y así lo hizo.
Triste final para todos
Hilario Ángel Mendoza pasó los peores meses de su vida dentro de la cárcel. Por más que repitió y juró que jamás tuvo la intención de matar a su hermano, debió esperar hasta el juicio para contar su verdad. En cada una de las audiencias que se realizó en la Sala II de la Cámara en lo Penal y Correccional había una doble sensación. Por un lado, el dolor por la muerte de Ismael, y por otro, la angustia de ver preso a Hilario.
El joven relató con detalle cómo se dieron los hechos el sábado 27 de noviembre de 1997. Devastado por los recuerdos, insistió que nunca quiso asesinar a su hermano mayor. Su padre, que no ocultó su sufrimiento por la pérdida de Ismael, contó frente al tribunal que fue su hijo mayor el que inició la pelea y que su muerte fue producto de un accidente. Por el debate también pasaron otros testigos, entre ellos la ex mujer del fallecido, que declaró que éste era violento y que muchas veces la golpeó. Eso reforzó la hipótesis de que Ismael originó el incidente que después le costó la vida. El informe forense respaldó esa teoría, dado que el médico que intervino en la autopsia explicó la posible posición que tenía la víctima al momento de recibir el cuchillazo. Esto coincidió con todo lo que contó el hermano y el padre del difunto.
La pesadilla de Hilario Mendoza, o parte de ella, culminó a mediados de febrero de 1995. Los jueces Ramón Avellaneda, Félix Herrero Martín y Juan Carlos Peluc Noguera condenaron a este obrero rural –que tenía ya 34 años- a la pena de 2 años de prisión por el delito de homicidio simple cometido con exceso en la legítima defensa. Como él ya llevaba casi un año y medio preso, recuperó la libertad.
Nada sanó las heridas y ni todo lo que tuvieron que padecer los Mendoza. En aquel entonces, vendieron sus animales y la chacra para costear la defensa del joven obrero. Quedaron en la ruina. Don Antonio falleció a los años, sin poder desterrar la pena por la muerte de su hijo mayor. Hilario no se repone del todo. “Me acuerdo de mi hermano y me duele un montón lo que pasó porque yo lo quería mucho. Y me lamento siempre. Todo eso me arruinó la vida”, afirma hoy el obrero y padre de familia, a quien le costó volver a conseguir trabajo y rehacer su vida.