Alejandra "Cachi" Comerio: la sanjuanina que volvió a caminar, enfrenta un cáncer y transforma su dolor en fuerza para otros
Madre de dos hijos, atravesó un accidente que la dejó cuatro años en silla de ruedas, pasó por 17 cirugías y hoy enfrenta un cáncer de ovario. Trabaja en la Cooperativa Santa Josefina y sigue estudiando. Su historia, una verdadera lección.
Alejandra del Valle Comerio, a quien todos llaman “Cachi”, nació en San Juan y aprendió desde muy joven que la vida puede cambiar en cuestión de segundos. En 2013 sufrió un accidente que la llevó a enfrentar uno de los procesos más duros que una persona puede atravesar: dolor, incertidumbre, cirugías interminables y una lucha diaria por recuperar cada pequeño avance.
A partir de aquel accidente, su pierna derecha se transformó en un territorio frágil, vulnerable. Una bacteria hospitalaria se alojó en el hueso y complicó todo. “Tengo 17 cirugías en mi pierna derecha”, cuenta. Fueron años de intervenciones, infecciones, recaídas, rehabilitación y cansancio. A veces parecía no haber salida.
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Pasó cuatro años en silla de ruedas. Después vinieron varios más usando muletas. Recién hace dos años pudo volver a caminar sin ningún apoyo.
Ese logro, que para otros sería cotidiano, para ella fue un regalo. Una señal. Una segunda oportunidad. Y en el centro de todo, la razón más importante para no rendirse: sus hijos.
“Juan Cruz tenía tres años y María Valentina seis o siete. Éramos los tres solitos, porque yo me había separado cuando mi hijo tenía un año. Le pedí a Dios que me diera fuerza para seguir adelante, para poder criarlos”, recuerda.
Una madre joven, con un cuerpo golpeado y dos pequeños que la necesitaban. Su fe fue siempre su ancla.
Con el tiempo, la vida le devolvió una alegría inesperada. Este año, en julio, la Cooperativa Santa Josefina le ofreció trabajo. Allí acompañan a jóvenes con diversas discapacidades, y para Alejandra fue como volver a un mundo que ya amaba: antes del accidente había estudiado para ser maestra especial.
Ella lo sintió como un guiño del destino. “Para mí fue algo increíble. Dios me puso esta oportunidad”, expresa.
En la cooperativa ayuda en la caja, en la atención al público y en lo que haga falta. Habla con admiración de los chicos con quienes comparte los días. “Ellos se desenvuelven de manera increíble. Sus papás también son increíbles. Tengo mucho apoyo”, señala.
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Ese entorno, dice, es otro de sus motores para seguir peleando.
Pero cuando parecía que recuperaba un poco de estabilidad, otra noticia volvió a sacudir su vida.
En 2022 comenzó a sentir dolores fuertes: espalda, pierna, cabeza. Pensó que era consecuencia de su pierna operada tantas veces. Pero una noche se descompensó y terminó en el hospital Rawson. Lo que encontraron los médicos la dejó sin palabras.
“Caí al hospital con una pelota en los ovarios”, relata. Era un tumor de 25 centímetros. La operaron de urgencia. Los días siguientes fueron un torbellino de estudios, resonancias, diagnósticos, silencio y miedo.
Cuando la citaron para darle los resultados de la biopsia, su mundo se frenó. “Lo único que le pregunté al médico fue si me iba a morir”, recuerda. El temor que atraviesa a cualquiera que recibe la palabra cáncer.
No hubo tiempo para quimioterapia. En menos de un mes, el cáncer ya estaba en el otro ovario. Entró al quirófano de nuevo. Fue una cirugía larguísima, desde la madrugada hasta la tarde.
Después llegó lo más difícil: seguir viviendo la vida cotidiana mientras el cuerpo se adaptaba a los tratamientos, a los cambios hormonales, a la vulnerabilidad constante.
Hoy continúa bajo control médico permanente. Cada dos meses debe hacerse estudios: resonancias, densitometrías, análisis que permitan identificar a tiempo cualquier célula cancerígena. También toma medicación hormonal debido a la menopausia adelantada que le provocaron las cirugías.
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Pero la lucha no es solo corporal: también económica.
“Estoy haciendo una rifa para cubrir los gastos del estudio y la medicación”, cuenta. El gobierno de San Juan dejó de brindar la ayuda oncológica pública y hoy Alejandra debe costear tratamientos y controles por su cuenta. En el sistema público no le hacen todos los estudios necesarios, y la medicación, que es cara, tampoco la proveen.
Aun así, sigue. Se mueve. Pide ayuda. Pone el alma.
El golpe emocional también fue enorme.
“Lloraba cuando estaba sola, cuando los chicos se iban al colegio. Mi hijo más chico sufrió muchísimo. Valentina trató de ser más fuerte, pero también”, dice.
Intentó guardar silencio para no provocar pena en el entorno. “No le dije a nadie para que nadie sintiera lástima”, agrega. Pero el miedo estaba ahí, cada noche. La oración, también.
El médico que la atendió le dijo que la veía fuerte, que si había soportado 17 cirugías en la pierna también podría atravesar esto. Alejandra le creyó. Le creyó porque se lo dijo con verdad. Le creyó porque ella misma necesitaba creer.
Y aun cuando el cuerpo la obliga a pausas, ella sigue avanzando. Sigue creciendo.
Estudia la carrera de Industria de la Alimentación. Está en segundo año y ya aprobó el examen para obtener el certificado de manipulación de alimentos. Si todo sale bien, se egresará el año que viene.
Las fotos, con delantal, sonriendo, trabajando y estudiando, hablan por sí solas: Alejandra no renunció a su proyecto de futuro. Ni a su dignidad. Ni a su alegría.
Además, tiene una hermana con síndrome de Prader-Willi. Quizás por eso su sensibilidad con la discapacidad siempre fue profunda y auténtica. En la Cooperativa Santa Josefina no encontró un simple trabajo: encontró una misión.
“Compartir con estos chicos es algo muy especial. Ellos me dan la fuerza que necesito para seguir adelante”, reitera.
Su mensaje final no es ingenuo ni liviano. No viene de alguien que la tuvo fácil. Viene de una mujer que pasó por 17 cirugías, que volvió a aprender a caminar, que enfrentó un cáncer agresivo y que hoy sigue bajo tratamiento. Una mujer que se sostuvo sola, con dos hijos pequeños, pidiéndole a Dios fortaleza para no caer.
“No hay que bajar los brazos. Dios nunca nos abandona. Amo la vida. Quiero seguir viviendo muchos años más”, reflexiona.
Y cuando lo dice, no es una frase bonita: es una declaración de guerra. Una afirmación de amor. Una certeza ganada en la adversidad.
Alejandra Comerio —madre, trabajadora, estudiante, luchadora— camina cada día con cicatrices visibles y otras invisibles. Pero camina. Y en cada paso sostiene la fe y la esperanza que la han acompañado siempre.
“Amo la vida”, repite. Y esa frase, dicha por ella, es un acto de valentía.
Cómo ayudar a Alejandra
Alias: Alecomerio83, a nombre de Alejandra del Valle Comerio.
CBU: 4530000800012671092837. Caja de ahorro en pesos 1267109283, titular
Alejandra Del Valle Comerio Cachi. CUIL: 27297784698. Naranja X.