El 18 de julio de 1994 quedó grabado en la historia argentina como uno de los días más trágicos. A las 9:53 de la mañana, un coche bomba explotó frente al edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en pleno centro porteño, dejando 85 muertos y más de 300 heridos. Entre las víctimas fatales se encontraba Jorge Lucio Antúnez, un joven sanjuanino de 18 años que trabajaba como mozo en un café de la zona.
Jorge había nacido en el departamento San Martín y se había trasladado a Buenos Aires apenas un año antes del atentado, con la esperanza de tener nuevas oportunidades. Se había instalado junto a un familiar que era encargado de un edificio en Capital Federal y había comenzado a trabajar en un bar cercano a la AMIA. Su rutina incluía llevar café a los encargados de los edificios del barrio y, entre sus últimos trayectos, estaba la mutual judía que aquel lunes por la mañana se convirtió en blanco del terrorismo.
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El bar donde trabajaba Jorgito.
Tras la explosión, su familia en San Juan comenzó a recibir llamados preocupantes. Jorge no había regresado al bar luego de salir con un pedido. Empezó así una intensa búsqueda por parte de sus allegados, con recorridas por hospitales, morgues y barrios cercanos, esperanzados en encontrarlo con vida. La angustia creció a medida que pasaban los días sin noticias concretas.
Una semana después del atentado, su cuerpo fue hallado entre los escombros, en la planta baja del edificio, junto a otros jóvenes que también trabajaban en la zona. Jorge había sido alcanzado por la explosión en plena tarea laboral. La noticia confirmaba el peor final para su familia, que lo esperaba con vida en su provincia natal.
El joven regresó a San Juan en un ataúd, acompañado por símbolos de las dos religiones predominantes en su familia: la Estrella de David y un crucifijo. Sus restos fueron velados en la casa de su abuela y enterrados en el cementerio del departamento San Martín, donde aún descansan.
La historia de Jorge Antúnez es una de las tantas que quedaron marcadas por el atentado. Un joven que había partido en busca de futuro y cuya vida fue interrumpida por un acto de violencia que aún hoy, 31 años después, permanece impune. Su nombre forma parte de las 85 víctimas que cada 18 de julio son recordadas en actos oficiales, pero también en los hogares, con dolor y memoria viva.