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Historias del Crimen

La sanjuanina que se hartó de su marido violento y lo acribilló a balazos

Una madrugada de 1977, el hombre volvió a golpearla. La mujer no soportó más años de abusos, tomó un revólver y lo mató a tiros en su casa de Capital. El caso ocurrió en plena dictadura y nunca fue contado en los diarios.

Por Walter Vilca

Estaba cansada de los insultos, de los golpes y hasta de las infidelidades. Pero Isabel aguantó y aguantó hasta que, una madrugada de 1977, otra vez Osvaldo llegó ebrio y comenzó a maltratarla, como era su costumbre. En su mente volvió ese miedo mezclado con odio y la amargura de tantos años de sufrimiento; en esos segundos, entonces, esa asfixia que sentía por dentro la llevó a agarrar el revólver que había en su casa y darle a su marido su propio remedio.

Resulta perturbador, pero la historia fue real y no hay registros periodísticos sobre aquel suceso ocurrido la noche del 14 de febrero de 1977 en una calle de Rivadavia -hoy Sarmiento-, cerca de Estados Unidos, en San Juan Capital. El diario local no publicó nada sobre ese asesinato, quizás como una señal más de lo que pasaba en esos feroces años de la dictadura militar argentina, cuando la censura era moneda corriente y muchos crímenes políticos y dramas domésticos quedaban sepultados en expedientes judiciales y no salían a la luz.

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El asesinato se produjo en un domicilio sobre calle Rivadavia, hoy Sarmiento, en Capital.

El asesinato se produjo en un domicilio sobre calle Rivadavia, hoy Sarmiento, en Capital.

Aquella madrugada no hubo serenatas ni flores. Eran cerca de las seis cuando Osvaldo Sarmiento regresó a su casa después de otra de sus tantas noches de borrachera y comenzaron los problemas. Lo que atormentaba no era su estado de ebriedad, sino que eso sacaba lo peor de él. Según quedó acreditado luego en la causa judicial, el hombre llevaba años con una conducta violenta, desordenada y marcada por reiteradas relaciones extramatrimoniales. Cuando bebía, los insultos y los golpes se tornaban una pesadilla en carne viva para su joven esposa y sus hijos.

Isabel Gálvez de Sarmiento había soportado todo eso durante años. En su declaración indagatoria, la mujer relató que su matrimonio estuvo signado por el maltrato físico, la humillación constante y la angustia de ver cómo su marido despilfarraba el dinero en sus aventuras amorosas, mientras ella debía sostener la casa y cuidar a los chicos. Esa noche, de nuevo, la discusión escaló rápidamente y Osvaldo volvió a levantarle la mano. Los gritos y los golpes despertaron viejos miedos y una rabia acumulada que la mujer ya no pudo contener.

Cuando el hombre se alejó, ella casi instintivamente caminó hacia el dormitorio matrimonial y buscó el revólver calibre 22 largo que guardaban en un cajón. La resolución judicial menciona que efectuó “varios” disparos contra el cuerpo de Osvaldo Sarmiento. Los tiros fueron certeros, tanto que el hombre ni siquiera pudo ser auxiliado y murió dentro del domicilio.

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La mujer empleó un arma similar a esta para atacar a su marido.

La mujer empleó un arma similar a esta para atacar a su marido.

La mujer después entró en sí y se quedó aguardando a la Policía. Los uniformados que llegaron a la vivienda, alertados por los vecinos que escucharon los tiros y los llantos de la dueña de casa y sus hijos, confirmaron el deceso de Osvaldo Sarmiento. Ahí mismo secuestraron el arma homicida, todavía con las vainas servidas, y detuvieron a Isabel, que destruida confesó que ella misma le había dado muerte a su esposo.

Todo coincidía con el relato de la imputada sobre cómo se había producido el incidente y eso la colocó como la única responsable del asesinato. Sin embargo, el expediente reveló algo más profundo que un simple homicidio. Y es que Isabel relató sus penurias y los maltratos constantes de su esposo.

En la causa hasta declaró una amante de Sarmiento, una chica de apellido García, que confirmó que el hombre llevaba una vida paralela con ella y que la mantenía a costa de privarle cosas a su familia. También testificó Alicia Flores, la empleada doméstica, quien contó todo lo que veía en la casa de calle Rivadavia y respaldó los dichos de María Isabel. Incluso incorporaron al expediente una carta escrita por otra mujer, que fue considerada como evidencia de los vínculos amorosos de Sarmiento y que eran motivo de los permanentes conflictos de pareja.

La mujer relató que sufría constantes maltratos físicos y psicológicos, además de continuas infidelidades. De hecho, en la causa declaró la amante del hombre asesinado.

Para el juez, no cabían dudas de que ese cúmulo de situaciones había producido una alteración profunda en el ánimo de María Isabel, que debilitó sus frenos inhibitorios y la llevó a reaccionar de una manera criminal bajo un estado de emoción violenta.

La sentencia fue clara al respecto. El magistrado sostuvo que no hubo discontinuidad entre la conmoción emocional producto de las agresiones de esa noche y el acto homicida, y que la inesperada respuesta de la mujer fue consecuencia directa de una causa ajena a su voluntad. Además, valoró su falta de antecedentes policiales, su comportamiento sincero durante todo el proceso y la responsabilidad con la que asumió lo ocurrido.

No había mucho que hurgar y los testimonios colocaron a María Isabel como la otra víctima de ese asesinato. Fue así que la causa judicial se resolvió en menos de un año. El 7 de noviembre de 1977, el titular del Quinto Juzgado Penal resolvió declarar a la joven mujer autora responsable del delito de homicidio calificado —por el vínculo— en estado de emoción violenta y le impuso una pena de 2 años de prisión de ejecución condicional. En los hechos, María Isabel no fue a la cárcel. La sentencia reconoció, de algún modo, que la mujer había vivido durante años una forma de encierro y maltratos de todo tipo en manos de su marido dentro del propio hogar, lo que hoy conocemos como violencia de género.

Chapa de violencia de género
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