La pelea entre vecinos por un cargador de celular y un asesinato a sangre fría en el barrio Costa Canal II
Dos familias que ya se llevaban mal volvieron a enfrentarse una tarde de 2005 por el cargador de un celular. Primero pelearon dos mujeres y después sus concubinos. Ahí, uno mató al otro.
Si la relación entre los Páez y los Ruarte ya venía mal, aquel cruce echó más leña al fuego. Un cargador de celular que pasó de mano en mano entre los chicos y apareció roto fue el detonante de una nueva discusión que reavivó los viejos rencores de esas dos familias. Pero antes de que el conflicto escalara hubo un intento de arreglarlo todo, dicen, y lo que era un intercambio de reproches entre mujeres se desbordó en trompadas y mechonazos. Esa escena sería el prólogo del enfrentamiento que sucedió después entre sus maridos, en un furioso altercado que culminó con un disparo mortal en la puerta de una casa del barrio Costa Canal II.
Ese inesperado incidente sucedió el sábado 3 de diciembre de 2005, poco antes de la medianoche, en la puerta del domicilio de la familia Páez, sobre la calle Cerdera del populoso barrio de Concepción. Lo que se dijo aquella vez fue que el conflicto había empezado meses atrás por simples problemas de convivencia entre vecinos y, en el último tiempo, como consecuencia de las peleas entre los hijos.
Casa
La casa donde se produjo el ataque a tiros que terminó con la vida de Javier Páez. Foto de Diario de Cuyo.
Solo los separaba la calle. De un lado estaba la casa de Javier Mauricio Páez, un obrero rural de 25 años que vivía con su madre, su mujer Yesica, sus tres hijos y una hermana con sus sobrinos. Enfrente se encontraba la vivienda de Bety Ruarte, una conocida del barrio y pareja de Marcelo Abel Vargas, que también tenía su familia.
Los testimonios aseguran que no se llevaban bien, pero los chicos de vez en cuando hablaban y se juntaban en la calle, más allá de las diferencias. Fue así que uno de los Ruarte le prestó el cargador de su celular a un sobrino de Páez, sin siquiera imaginar que esa sería la piedra de una nueva discordia.
Eso fue el miércoles 30 de noviembre de 2005. Sucedió que, a la hora de devolverlo, el cargador estaba roto y Bety Ruarte pegó el grito en el cielo. Como era de esperar, la mujer no se calló nada y fue a reclamarle a los Páez exigiendo que se lo pagaran. Ese día fue el primer encontronazo entre las dos familias, pero el viernes 2 de diciembre el sobrino de Páez fue a llevarle dinero a los Ruarte por el accesorio dañado, como una forma de ponerle fin al problema, aunque la tensión continuaba.
Javier Páez todavía seguía caliente y el sábado volvió a cargar contra los Ruarte. En la tarde le pidió a su sobrino que fuera a los vecinos de enfrente y les exigiera que, como ellos le habían pagado el cargador, lo justo era que les entregaran el accesorio roto. La contestación del otro lado fue que ya no lo tenían, que lo habían arrojado al canal.
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La pelea entre las familias se desató en la calle Rogelio Cerdera, en el barrio Costa Canal II, en Concepción.
La respuesta cayó como una provocación, entonces la mujer de Javier Páez atravesó la calle y se trenzó en una fuerte discusión con Bety Ruarte. No hubo ninguna palabra bonita entre ellas. Se dijeron de todo hasta que se fueron a las manos y a los mechonazos en medio del barrio.
El alboroto fue tan grande que una patrulla policial concurrió al lugar para separar a las mujeres y calmar a las familias, que estaban a punto de desatar una batahola. Los uniformados tranquilizaron a los Páez y los Ruarte y les recomendaron dirigirse a la Comisaría 2da para que cada uno hiciera la denuncia y solucionara el problema de otra manera.
Ya era de noche y, lejos de llevar la paz, más tarde la pelea se trasladó a las parejas de esas mujeres. Alguien le contó a Marcelo Abel Vargas -que estaba viviendo en otro lugar- que Bety había tenido una disputa con los Páez y entonces quiso arreglar cuentas él mismo.
Pasadas las 23 de ese sábado 3 de diciembre de 2005, Vargas fue hasta la puerta de la casa de sus vecinos y llamó a los gritos a Javier Páez. “¡Vení, vení! Hablemos”, le dijo Marcelo desde la vereda, quien iba acompañado por otro sujeto.
Javier Páez lo escuchó y salió al jardín de su casa. Por detrás lo siguió su sobrina Claudia Castillo, que estaba de visita. “Mirá. Todo lo que yo tenía que hablar lo hice con la Bety y los botones. No hinchés más las bolas”, contestó tajante el obrero rural, tratando de evitar la pelea con Vargas.
Paez
Este era Javier Mauricio Páez, el joven asesinado. Foto de Diario de Cuyo.
Las palabras de Páez fueron una afrenta para Vargas, que ya iba dispuesto a todo. Fue ahí que éste sacó un revólver o una pistola y, entre la reja del jardín y los cinco o seis metros de distancia que los separaban, largó unos disparos contra el dueño de casa.
Una vecina de apellido Chirino, que chusmeaba desde la vereda, presenció el momento en que Vargas disparaba hacia el interior de la vivienda de los Páez. Otra testigo fue Claudia, la sobrina de Javier. De hecho, ella se salvó de recibir un disparo porque su tío la arrojó al piso.
La muchacha relató que Javier Páez cayó a su lado. En ese instante vio que él se quejaba y que perdía sangre. Aun así, él guardaba fuerza y, a los tirones, ambos se levantaron y corrieron a refugiarse al interior de la casa, mientras continuaban los disparos. También recordó que cuando entraron a la vivienda su tío cayó en un pasillo de la vivienda y se tomó el pecho.
Páez tenía los minutos contados. Quizás sintió la muerte, entonces tomó de la mano a su sobrina y la miró como queriendo decirle algo, aunque no le salían las palabras. Los gritos desgarradores del resto de la familia retumbaron en esa casa, pero los pedidos de auxilio no alcanzaron. El changarín murió tendido en el pasillo mientras esperaban la ambulancia.
Según los testigos, no llegaron a tomar contacto físico. Vargas disparó a Páez a través de las rejas y a una distancia de seis metros. Disparó al menos tres veces, pero solo uno de los proyectiles impactó en el cuerpo de la víctima.
La autopsia terminó de graficar el cuadro tétrico. El informe del médico forense Patricio Tascheret detalló que Páez murió a consecuencia de una hemorragia interna producto de un balazo que impactó en el brazo derecho y que luego le atravesó el tórax. Pese a que jamás encontraron el arma homicida, los testigos directos del crimen y otras pruebas fueron más que suficientes para acusar a Vargas del asesinato. Si bien se mencionó que hubo otra persona junto a él al momento de cometer el crimen, ese otro sujeto no fue identificado. Además, no había tenido participación directa en el hecho.
Marcelo Abel Vargas se sentó en el banquillo de los acusados en marzo de 2007, pero evitó el debate oral y público. Su defensor en aquel momento, el hoy juez Maximiliano Blejman, llegó a un acuerdo con el fiscal de cámara José Mallea y propusieron el juicio abreviado ante el tribunal de la Sala III de la Cámara en lo Penal y Correccional.
En el acuerdo pusieron en consideración una condena de 8 años y 6 meses de cárcel por el delito de homicidio simple. El único que puso objeciones fue el juez Eugenio Barbera, dado que entendió que la pena no se correspondía porque el delito debía tener el agravante del uso de arma.
El voto disidente del magistrado no torció la decisión de sus pares, los jueces Ricardo Conte Grand y Héctor Fili, quienes por mayoría homologaron el acuerdo de juicio abreviado y condenaron a Vargas a 8 años y 6 meses de prisión.
FUENTE: Sentencia de la Sala III de la Cámara en lo Penal y Correccional, artículos periodísticos de Diario de Cuyo y hemeroteca de la Biblioteca Franklin.