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Historias del Crimen

El peón rural de Carpintería que mató a su padre para que no "sufriera más"

El estremecedor caso sucedió en 1963 en la localidad de Carpintería. El peón rural denunció la muerte de su padre, después se descubrió la aterradora verdad.

Por Walter Vilca

El anciano permanecía de costado y tendido sobre su vieja cama de hierro. Su cuerpo ya estaba rígido, su piel tenía un color grisáceo y había rastros de vómitos en su boca. No se le detectaba ni el más mínimo signo vital, don Francisco Ferreyra se encontraba muerto de hacía horas.

Herman Ferreyra, su hijo, juró que lo encontró en ese estado y que no escuchó ningún quejido de su padre durante la noche. Eso fue lo que dijo ante los policías de la Comisaría 7ma en Villa Aberastain, que escucharon asombrados el relato del peón rural que hacía referencia al hallazgo del cadáver de un hombre mayor en su casa en Carpintería.

El comisario Lázaro Atencio, el oficial sumariante Mario Arias y otros policías junto al médico del pueblo, de apellido Ochoa, partieron en un móvil rumbo a la finca Recabarren en la calle 21 de Febrero en Carpintería. Esa mañana del sábado 13 de julio de 1963 aquel doctor confirmó el deceso de Francisco Ferreyra.

Agua envenenada

Su primera conclusión fue la de una muerte por intoxicación. Al rato, encontraron la prueba que sustentaba esa teoría. Dentro del rancho encontraron una tinaja con agua que despedía el típico olor de los agroquímicos. Por si acaso, nadie quiso probarla y el jefe policial ordenó preservar ese líquido.

Mientras los uniformados inspeccionaban los distintos lugares de la casa en busca de rastros, Herman Ferreyra salió disimuladamente en dirección a los parrales. Un policía no lo perdió de vista y observó que el peón rural enterraba algo en un bordo.

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El envenenador. Este era Herman Ferreyra, el peo rural que envenenó a su padre.

El envenenador. Este era Herman Ferreyra, el peo rural que envenenó a su padre.

Ese mismo agente alertó a sus compañeros sobre los movimientos sospechosos de Herman Ferreyra y caminaron hacia él. Ahí vieron que el obrero trataba de ocultar un jarro de lata. Le ordenaron que se detuviera y le quitaron el recipiente, que curiosamente despedía un tufo a insecticida.

El peón intentó hacerse el desentendido, pero tartamudeaba y se ponía nervioso frente a cada pregunta de los policías. El jefe policial lo increpó y fue directo. Lo arrinconó diciéndole que, aparentemente, el agua de la tinaja tenía una sustancia tóxica y le preguntó qué estaba pasando. Herman, que transpiraba y sentía agitación, no pudo contenerse y confesó angustiado que el recipiente con agua contenía veneno.

Las mentiras

Buscó en vano culpar a su exmujer Elba, a quien la acusó de meterse a su casa y querer envenenarlo. Pero como todo lo que expresaba eran puras contradicciones y no podía sostener sus mentiras, terminó por quebrarse. En una confesión, a medias, reconoció a los policías que él mismo había echado folidol a esa tinaja con agua, pero aclaró que la idea inicial fue matar a su expareja y no a su papá.

El Folidol es un producto insecticida, un organofosforado con un alto poder toxico y solvente. Contiene Paratión Metílico y es empleado para controlar hormigas y otros insectos en los cultivos. Justamente el análisis de laboratorio de la muestra del agua de la tinaja reveló que contenía ese producto químico y el informe forense confirmó que el anciano había muerto intoxicado por dicha sustancia.

El peón rural caía en contradicciones cada vez que hablaba, eso lo delató.

La declaración de Herman Ferreyra dejó estupefactos a los policías, que sospechaban que podía tratarse de un accidente, pero jamás imaginaban una acción ex profesa. Pero la dramática muerte del anciano de 73 años encubría algo más aterrador.

Ese sábado 13 de julio de 1963, el peón rural de 37 años fue oficialmente detenido y trasladado a la Comisaría 7ma en calidad de imputado por el homicidio de su padre. En principio, el relato de Herman cerraba, muchos conocían de su rencor contra su exmujer y madre de sus dos hijos. Sin embargo, fue el propio obrero quien más tarde, en esas horas de angustia y confusión que lo atormentaba, instaló otra versión sobre lo sucedido.

La terrible verdad

Ahogado por la culpa y el arrepentimiento, Herman se quebró y admitió al juez que fue un invento eso de que el veneno era para su exmujer. En una nueva declaración aseguró que la verdad fue que quiso acabar con la vida de su padre y también planeó suicidarse, pero no tuvo el coraje de concretar esto último.

Con una mirada perdida, pero bien seguro lo que decía, expresó: “Pensé que la vida que llevábamos era muy sacrificada… No teníamos quien nos haga las cosas en la casa, ni qué comer y mi padre estaba enfermo por sus problemas del reuma ciático y el corazón. No quería que sufriera más”.

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Reconstrucción. Como parte de la investigación, el juez del caso ordenó la reconstrucción de la maniobra asesina. Herman explicó como echó el veneno en la tijada de agua de su casa en Carpintería.

Reconstrucción. Como parte de la investigación, el juez del caso ordenó la reconstrucción de la maniobra asesina. Herman explicó como echó el veneno en la tijada de agua de su casa en Carpintería.

En otra parte habló de su situación particular. “Hace un mes que mi mujer me dejó y no puedo ver a mis hijos. Vivo completamente amargado y no tenemos a nadie más. En fin, no era vida la que llevábamos”, confesó.

Herman se refería a la dura vida del obrero rural y su mal momento. El rancho que poseían en esa finca de Carpintería estaba dentro de la propiedad de su patrón, la paga era magra, su padre anciano no podía trabajar y estaba enfermo y él atravesaba una profunda depresión producto de la separación, además de que su exmujer se había llevado a los chicos.

Todo eso quedó plasmado en las hojas del expediente judicial, pero Herman Ferreyra después se retractó quizás por consejo de su abogado defensor y volvió sobre la versión del atentado fallido contra su expareja y el asesinato involuntario en perjuicio de su anciano padre.

En esa otra declaración reiteró que estaban enfrentados con Elba. Hacía responsable a la mujer de la separación y la describía como una mala persona, que incluso llegó a denunciarlo falsamente por un robo para que lo metieran preso. También afirmó que ella le impedía que viera a los chicos, con tal de hacerlo sufrir.

El juicio

Sus dichos eran excusas y argumentos, no del todo ciertos, que buscaban atenuar su complicada situación en prisión y sobre todo victimizarlo en un hecho tan grave como el crimen de su padre. Pues el fiscal del caso lo acusó del delito de homicidio doblemente agravado, por el vínculo y la premeditación y alevosía.

El juez Wilson Vaca le creyó al peón rural al momento del juicio, realizado en 1965. El titular del Juzgado del Crimen de Cuarta Nominación dio crédito a esa declaración de Ferreyra que señalaba que envenenó el agua con el propósito de matar a su expareja. Esa teoría quedó respaldada, para el magistrado, por los testimonios de al menos cuatro conocidos de la pareja, que aseguraron que el obrero guardaba mucho rencor a su mujer.

El magistrado que juzgó en primera instancia dio por acreditado que Herman Ferreyra actuó con dolo, pero que no tuvo la intención de asesinar a su padre.

Ferreyra, además, declaró que puso el veneno en la tinaja el viernes a la tarde porque sabía que su expareja concurría por esas horas a la finca a buscar unos muebles y que su padre no estaría en el rancho. Según él, confiaba que la mujer bebería del agua y nunca previó que su padre sería víctima de esa trampa mortal. Mientras tanto él se fue a trabajar y estuvo dando vueltas esperando que se hiciera de noche para regresar al rancho.

Para el fiscal resultaron burdas sus explicaciones y su coartada no tenía asidero, por eso insistió al juez en que tomara como válida aquella declaración en la que Ferreyra confesó lisa y llanamente que mezcló el folidol con el agua de la tinaja para que se envenenara al beber el líquido y “no sufriera más”.

El juez Vaca no tuvo dudas de la autoría de Herman Ferreyra en el crimen del anciano, pero consideró que el ataque no estaba dirigido a él. Aun así entendió que debía responder por el delito de homicidio simple y en su sentencia, leía el 16 de junio de 1965, lo condenó a la pena de 18 años de prisión.

Apelación y duro revés

El representante del Ministerio Público Fiscal apeló la sentencia y recurrió el fallo ante los integrantes de la Cámara Primero en lo Penal. El fiscal sostuvo que existían suficientes pruebas que demostraban una acción dolosa de parte de Herman Ferreyra contra su padre y se debía agravar la condena.

Entre otros argumentos, señaló que Ferreyra admitió en una de sus declaraciones que echó folidol al agua con la intención de envenenar a su padre y que la idea era suicidarse después. El fiscal también afirmó que el peón rural actuó con premeditación y tuvo “un proceder alevoso y traicionero” ante una persona indefensa.

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El homicida. Herman Ferreyra en una de las fotos que le tomaron en la Policía.

El homicida. Herman Ferreyra en una de las fotos que le tomaron en la Policía.

La calificó como una maniobra cobarde, más viniendo de un hijo, y remarcó que el envenenamiento provocó en don Francisco Ferreyra “crueles dolores y un sufrimiento innecesario”. Fue así que pidió al tribunal que ajustara la calificación del delito y condenara a Ferreyra hijo a prisión perpetua.

El 6 de junio de 1966, el juez Tristán Balaguer Zapata junto a sus pares, Alejandro Fidel Martín y Carlos Graffigna Latino, firmaron la resolución que significó un duro revés para el peón rural. El tribunal confirmó la sentencia condenatoria del junio de 1965, pero modificó la calificación de homicidio simple por la de homicidio doblemente agravado, por el vínculo y premeditación y alevosía. Con esto también agravaron la pena contra Herman Ferreyra, que pasó de 18 años de cárcel a prisión perpetua y confinaron a Herman Ferreyra por largos años en la alcaidía pública de San Juan.

FUENTE: Sentencia de la Cámara Primera en lo Penal, artículos periodísticos de los diarios Tribuna y Diario de Cuyo y Biblioteca Franklin.

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