Este jornalero tenía de 33 años cuando lo encontraron muerto el 12 de abril de 1956 dentro de su casa en inmediaciones de la calle Chacabuco y avenida Benavidez, en Santa Lucía. Su deceso fue producto de la conmoción cerebral por el fuerte golpe que recibió en la cabeza. Si bien los interrogantes fueron muchos, la Policía y sus hermanos no tardaron en descubrir que Roque Pereyra había sido atacado por otro hombre en la puerta de un bar de la zona.
Un caso confuso
Desandando los pasos de Pereyra, supieron que el agresor era Eleodoro Andrés Gómez, otro jornalero de la zona que estuvo en el bar y que mantuvo un altercado con Roque. Ese mismo 12 de abril detuvieron a este otro hombre de 38 años y domiciliado en Villa Marini. También apareció un testigo clave, Francisco Castro, el dueño de ese “despacho de bebida” –tal como se decía en la época- situado en la calle San Lorenzo, cerca de Chacabuco, en Santa Lucía.
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La noticia. Así daba a conocer Diario de Cuyo la noticia de la muerte de Roque Tránsito Pereyra.
En apariencias, el caso estaba resuelto: tenían un muerto, el presunto asesino y un testigo presencial, pero había puntos poco claros. Incluso hasta hoy, como en muchas Historias del Crimen, persisten las dudas de qué pasó esa noche. Si fue un asesinato lisa y llanamente, un crimen en defensa propia o un homicidio preterintencional, o sea una agresión desmedida cuyo propósito no era acabar con la vida de la otra persona. Es que principal acusado dio una versión y el único testigo dijo otra cosa.
Noche de tragos
Eleodoro Gómez confesó que esa noche llegó minutos después de las cero horas del 12 de abril de 1956 al bar de Castro en calle San Lorenzo, cerca Chacabuco. Compró cigarrillos y de paso pidió un porrón. Vio a Roque Pereyra –al que no conocía- sentado en una mesa. Contó que mientras tomaba su cerveza en el mostrador, escuchó una carcajada. Cuando se dio vuelta notó que era ese otro hombre –por Pereyra- que se reía socarronamente y lo miraba.
“De qué se ríe”, preguntó Gómez. Pereyra respondió: “¿Qué, cree que me rio de usted?”, según el acusado. Prosiguiendo con su relato, dijo que continuó apoyado en el mostrador, dando sorbos a su vaso de cerveza, hasta que sintió que le gritaron: “gordo puto”.
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El lugar. En esta zona ocurrió el ataque que terminó con la muerte de Pereyra. En aquel entonces no existían las calles pavimentadas y tampoco estaba la avenida Circunvalación.
El insulto venía de parte de Pereyra, que encima se paró, caminó hacia él y le tocó los glúteos a modo de provocación. Gómez aseguró que esto lo enojó y entonces lo increpó diciéndole: “¡Qué hace!”, pero este otro hombre lo miró sonriente y todo desafiante.
Gómez lo pensó dos veces. “Era más joven y fuerte”, admitió. Entendió que la llevaba de perder, así que prefirió marcharse y salió a la calle para dirigirse a su casa. Su versión fue que, en eso que caminaba por la calle San Lorenzo, Roque Pereyra le apareció por detrás. Ahí éste último le pegó con el inflador de metal en la cara. Según él, corrió al oeste para escapar, pero el otro hombre lo persiguió arriba de su bicicleta. Al verse acorralado y temiendo una golpiza, en esos instantes alzó una piedra de la calle y se la lanzó de frente.
Él sostuvo que ni siquiera supo si alcanzó a pegarle, que sólo lo hizo para amedrentarlo. También dijo que en ningún momento vio caer a Pereyra de la bicicleta. Recordó que, después de tirarle la pedrada, corrió hacia la calle América y se fue a su casa. Recién al otro día, cuando la Policía lo buscó, se enteró que ese hombre había muerto y que se llamaba Roque Tránsito Pereyra.
La otra versión
Francisco Manuel Castro, el dueño del bar y testigo presencial, declaró otra cosa. Relató a los investigadores que fue verdad que Gómez y Pereyra estuvieron en su boliche en la primera hora del jueves 12 de abril de 1956, pero afirmó que no tuvieron problemas ni cruzaron palabra alguna. No había nadie más a esa hora, aclaró.
Contó que el incidente entre ambos se desató en la calle y no sabía los motivos. De acuerdo a sus dichos, Gómez tomó su cerveza y se marchó. A los minutos salió Pereyra, que infló una de las cubiertas de su bicicleta en la entrada a su local y encaró hacia la calle.
El dueño del bar sostuvo que no vio ninguna pelea o discusión dentro de su negocio. Su intención fue convencer que Gómez atacó sin motivo a Pereyra.
La agresión se produjo en esos minutos, manifestó Castro. Cuando Pereyra empezó a pedalear, observó que Gómez salió de un costado de la calle y le tiró una pedrada en la cabeza desde una distancia aproximada de 4 metros, explicó. Agregó que la víctima recibió el impacto y se precipitó al suelo, mientras que Gómez se dio a la fuga. Que luego Pereyra se puso de pie, montó su bicicleta y continuó en dirección al este. Según él, pensó que no era nada grave y que éste se iría a la comisaría, que por eso no guardó silencio y se metió a su domicilio.
No se despertó más
Esa noche, Pereyra no fue a la Policía y tampoco al hospital. Se fue a dormir. Al otro día, sus hermanos lo encontraron muerto en su cama y con una profunda herida sangrante en la cabeza. Los médicos Rómulo Ferla y Héctor González, quienes examinaron su cadáver, confirmaron que presentaba fractura de cráneo en la zona del parietal derecho, con una importante hemorragia cerebral. Esa había sido la causa de muerte.
Los investigadores fueron al lugar donde se produjo la agresión y encontraron el arma homicida, una piedra del tamaño de un huevo de gallina, según el expediente. Por la herida que tenía la víctima, no hubo dudas de que Gómez golpeó a Pereyra con ese objeto contundente.
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Otro paisaje. Así luce en la actualidad la zona donde en 1956 mataron al jornalero Roque Pereyra.
Ahora bien, a quién debían creerle. A Gómez, que afirmó que fue víctima de la provocación y agresión de Pereyra, el que incluso le pegó con el inflador y lo persiguió por la calle. En su declaración, el acusado reconoció que le lanzó una piedra, pero fue para defenderse de los golpes del otro. Al respecto, si algo le favoreció fue el hematoma que tenía en el pómulo izquierdo. Eso acreditaba que Pereyra lo había golpeado.
Pero claro, esta versión contrastaba con los dichos de Francisco Castro. Este sostuvo que no observó ningún incidente entre Pereyra y Gómez mientras estuvieron dentro del bar. En cambio, declaró que minutos más tarde vio cuando este último le pegó la pedrada a la víctima en la calle.
El juicio
Todo se resolvió en el juicio realizado en noviembre de 1959. Por mayoría, el tribunal tachó por parcial al testimonio del comerciante Francisco Castro. Primero porque era amigo íntimo del fallecido. Y segundo porque incurrió en numerosas contradicciones que hicieron sospechar que buscaba perjudicar a Eleodoro Gómez.
En un fallo dividido, con los votos de los jueces Alejandro Martín y Carlos Santiago Graffigna, el tribunal absolvió a Eleodoro Andrés Gómez. En su sentencia, argumentó que se acreditó que el acusado no provocó la agresión, que reaccionó ante un peligro inminente y uso un medio racional frente el ataque del otro hombre. En este caso una piedra. Así, para ellos estuvo probado que actuó en defensa propia.
Un juez votó en disidencia. Para ese magistrado, Gómez debió ser condenado por homicidio preterintencional.
Otra postura tuvo el juez Tristán Balaguer Zapata, casi similar al fiscal de primera instancia que imputó a Gómez de homicidio preterintencional. El fiscal de cámara, por el contrario, lo acusó del delito de homicidio simple y pidió una condena de 9 años de cárcel.
Balaguer Zapata expresó en la sentencia que la declaración de Gómez también tenía contradicciones y resultaba poco creíble que, luego de la primera agresión verbal y la provocación de Pereyra, se quedara a beber su cerveza en el bar. También era inverosímil que el otro hombre lo persiguiera en bicicleta, siendo que podía haberlo enfrentado cuerpo a cuerpo.
Para el magistrado, Gómez esperó a la víctima a la salida del bar y le lanzó la pedrada cuando éste pasó por frente suyo. Posiblemente no fue su intención matarlo, pero quiso hacerle daño con esa piedra. Y por eso consideró que correspondía condenarlo por el delito de homicidio preterintencional, algo que no prosperó porque los otros jueces se impusieron con la postura de que hubo defensa propia y en base a esto ordenaron la inmediata libertad de Gómez.