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Historias del crimen

La increíble novela del estafador mejicano que tuvo un paso fugaz por San Juan

Apareció allá por septiembre de 1993 como un científico enviado por la ONU y por la presidencia de la Nación, y decía que venía a San Juan a realizar estudios sísmicos. Un farsante que en menos de una semana se dio la gran vida y cometió algunas estafas que lo llevaron a la cárcel.

Por Redacción Tiempo de San Juan

Geólogo, antropólogo, paleontólogo, arqueólogo, sociólogo y médico cirujano. De todos los títulos que decía tener y de su carácter de enviado especial de la ONU, lo único que se pudo acreditar es que era un gran farsante. Un personaje extravagante que no estuvo más de una semana en San Juan y que en ese paso fugaz dejó la inolvidable huella del estafador mejicano que burló a más de uno con deudas impagas y así también conoció los días sombríos en el penal de Chimbas.

Es la historia de un “timador” internacional, del embaucador que apareció a fines de septiembre de 1993 en la Capital de San Juan, que sorprendió a muchos por su osadía y que hasta la fecha no se sabe si sólo buscó darse la gran vida durante algunos días o planeaba una estafa millonaria que nunca concretó.

Ni siquiera quedó en claro cuál era su verdadera identidad. El nombre que daba era Fernando Luis Monterrey Durand, pero también se presentaba como Marcos Antonio Muñoz. De lo que hay certeza es que tenía en ese entonces 55 años y era un ciudadano mejicano con supuesto domicilio en Long Island, California, y con pasaporte de los Estados Unidos. 

Algunos viejos policías siguen sospechando que este personaje anduvo haciendo sus tropelías por otros lugares del país. Aquí llegó diciendo que era un científico y funcionario de la Organización de las Naciones Unidas, que había sido invitado por el gobierno argentino y por el gobierno de San Juan para llevar a cabo una investigación. Eran los tiempos de la presidencia de Carlos Menem, la época de las “relaciones carnales” con EEUU, y entonces nada sorprendía.

El “científico”

Fernando Monterrey Durand se presentó en el Hotel Alkazar, en pleno centro sanjuanino, y mostró credenciales de antropólogo, arqueólogo, paleontólogo y médico cardiocirujano. Y claro, fue bien recibido, aparentaba ser una persona importante, además sostenía que era un enviado de la ONU. Los que llegaron a conocerlo, dicen que tenía rasgos latinos, vestía elegantemente, mostraba presencia y una labia que le daba aires de erudito.

Se hospedó en una de las suites más cara del conocido hotel el 27 de septiembre de 1993, según datos judiciales. Traía sólo un bolso, pero comentó al conserje que al otro día llegaría todo su equipaje desde Buenos Aires y adelantó que su estadía la pagaría el Gobierno de San Juan.

Es un misterio todo lo que hizo durante su parada en San Juan. Los testimonios revelan que salía y se movía en taxis, de hecho contrató a dos tacheros a los que también embaucó prometiéndoles buen dinero a cambio de que estuviera a disposición suya. Uno de ellos fue Pedro Ortega, un taxista que lo trasladó por distintos puntos del Gran San Juan. Incluso lo llevó  a la Casa de Gobierno, sin saber que era parte del engaño: Monterrey Durand le pidió que esperara sobre calle Paula Albarracín de Sarmiento, mientras entraba a entrevistarse con el gobernador, en ese entonces Juan Carlos Rojas. Después se supo que en realidad jamás entró a la Gobernación, sino que llegó hasta la guardia policial, hizo unas consultas y se quedó por un rato en la puerta hasta que volvió al taxi.

Otro que cayó en la trampa del mejicano fue el taxista Julio Caló, que efectuó un par de viajes a Jáchal con el extranjero. Según registros periodísticos de ese año, Monterrey Durand logró mantener contactos con funcionarios municipales de ese departamento y fue recibido como una eminencia en Geología y Antropología con el verso de que estaba allí con el fin de realizar un estudio y trabajo de prevención por un inminente sismo de gran magnitud que afectaría a la provincia. Es más, llegó a dar una charla pública en Jáchal, se aseguró en aquel momento. El tachero contó que también pasaron por la sucursal del Banco Nación en esa ciudad porque, supuestamente, el mejicano debía retirar un dinero que le transfirieron a su nombre.

Lo cierto es que el mejicano se paseó por la provincia y disfrutó de todos los servicios del hotel de cinco estrellas durante tres días. El 29 de septiembre, en la gerencia empezaron a sospechar que había algo raro detrás de este hombre. Monterrey Durand respondía con evasivas y entraba y salía diciendo que estaba atareado con sus compromisos, además el equipaje del que hablaba nunca llegaba. Ese día, el personal de hotel entró a su habitación después que este se ausentó y descubrieron que no había nada, que se había llevado las pocas cosas que tenía.

El gerente, convencido de que el extranjero había abandonado el hotel con intenciones de marcharse del todo sin pagar, llamó a la Policía y denunció la situación. Al rato, los efectivos de la Brigada de Investigaciones salieron a buscar al mejicano a partir de su descripción y uno de los primeros lugares en el que lo buscaron fue en la Terminal de Ómnibus de la capital sanjuanina. Lo encontraron, estaba esperando un colectivo para escapar a Mendoza. Por más que sacó sus supuestas acreditaciones e intentó convencer a los investigadores que era una confusión, Monterrey Durand no pudo sostener su mentira. Más tarde fue denunciado por los dos taxistas a quienes les dejó una abultada cuenta, lo mismo que al hotel. Siempre existió la presunción que el estafador mejicano embaucó a muchas más personas y firmas comerciales, que no denunciaron para no exponerse al bochorno.

Caído en desgracia

Fernando Luis Monterrey Durand o Marcos Antonio Muñoz fue preso y permaneció alojado un tiempo en la Central de Policía. Horacio Merino, el abogado que ofició de defensor del extranjero, recordó: “era un personaje. Decía que tenía muchos títulos universitarios, que había viajado por el mundo y que estuvo en la guerra. Decía que hablaba inglés, alemán y coreano, y que sabía artes marciales. Y cantaba bien temas melódicos mejicanos en los calabozos de la Central”. El estafado luego permaneció detenido el penal de Chimbas. No le concedieron la excarcelación, pese a que la acusación del delito de estafa sí lo permitía. Sabían que podía fugarse de la provincia en cualquier momento.

En mayo de 1995 fue enjuiciado en la Sala II de la Cámara en lo Penal y Correccional. Otra vez él hizo mención de sus supuestos títulos académicos, sacó a relucir algunas credenciales y hasta relató que prestó servicios para el ejército de los EEUU. En el debate se exhibieron recetas firmadas por él –secuestradas en su poder- como médico cardiocirujano y su pasaporte norteamericano. Sin embargo, las pericias sobre parte de la documentación que poseía revelaron que sus acreditaciones eran apócrifas.

Los jueces Ramón Avellaneda, Félix Herrero Martín y Juan Carlos Peluc Noguera condenaron a Fernando Luis Monterrey Durand o Marcos Antonio Muñoz a la pena de 1 año y 8 meses prisión por estafas reiteradas. Y como ya había pasado todo ese tiempo detenido, al quedar firme la condena, salió en libertad y desapareció de la provincia. El abogado Horacio Merino recordó que, a los años, a fines de los 90 volvió a ver al famoso estafador mejicano en un ciclo de Mauro Viale por un canal de Buenos Aires. Ahí se presentaba también como un profesional, pero de apellido González, contó. Eran las épocas en las que el conductor televisivo hacía del sensacionalismo el leitmotiv de sus programas televisivos tocando casos policiales y temas escandalosos del espectáculo. Hoy no se sabe qué fue de la vida del misterioso embaucador mejicano.

 

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