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Personajes sanjuaninos

Secretos y memorias de un camillero de la guardia del hospital Rawson llamado "El Loco Ramón"

Es Ramón Ávila, quien trabajó durante 47 años en la guardia del Servicios de Urgencia del Hospital Guillermo Rawson. Conoce también la historia del preso político torturado y el frustrado futbolista profesional.

Por Redacción Tiempo de San Juan

Los recuerdos de valijero y despachador de encomiendas. Su corta carrera futbolística. Su faceta de militante. El trauma del preso político torturado en la cárcel. Y cuarenta y siete años de trabajo en el Servicio de Urgencia del hospital Rawson, con historias guardadas y secretos nunca revelados de episodios vividos en la guardia del nosocomio más importante de San Juan.

Ese es “El Loco Ramón”. Las canas y las arrugas que marcan el rostro de Ramón Eduardo Ávila son testimonios de sus agitados 73 años y el recuerdo lejano de ese niño que corría por la Esquina Colorada en Rivadavia. Ese chico que vivió en Zonda hasta la adolescencia y que, para ayudar a su familia, trabajó por monedas en la vieja Terminal de Ómnibus de la Capital de San Juan en la tradicional esquina de Libertador y Mendoza.

“El Loco Ramón” nació en los mejores años de Perón y su familia fue una de las tantas que abrazaron la tradición del Justicialismo. Él siempre fue peronista, dice. Y los años 70 lo encontraron tocando el bombo junto a esos compañeros de militancia.

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El loco. Actualmente, Ávila tiene 73 años. Sus tres hijas ya lo hicieron abuelo.

El loco. Actualmente, Ávila tiene 73 años. Sus tres hijas ya lo hicieron abuelo.

Tenía apenas 18 años, cuando junto a su hermano mayor entraron a trabajar al Hospital Guillermo Rawson. Él de camillero y Alfredo de ayudante de enfermería. “El Loco Ramón” se daba tiempo. En aquel entonces todavía trabajaba en la terminal, ya como empleado formal de la oficina de encomiendas de la empresa TAC, así que repartía sus horas entre sus turnos en esa firma de transporte y el hospital.

El futbolista

En ese tiempo volvió a probar con su frustrada carrera de futbolista. De niño había pasado por las inferiores de Desamparados y jugaba bien, recuerda. El antiguo Club Los Andes de Trinidad lo buscó, firmó contrato y con 23 años jugó durante seis meses en la primera división de ese equipo durante el Campeonato Regional. “Me encantaba el fútbol, pero no tenía tiempo para ir a entrenar. Y era muy poquito lo que me pagaban, no te alcanzaba para vivir. Por eso dejé de jugar y me puse a laburar”, cuenta.

Ramón Ávila llegó a jugar en el equipo de primera del antiguo Club Los Andes durante el Campeonato Regional.

Para entonces incursionaba en el gremialismo y fue testigo del inicio de la quiebra de la empresa TAC. Le dieron dos opciones que despedirlo: una pobre indemnización o alguna movilidad como pago. Pero “El Loco Ramón”, que era de la lista opositora a la conducción gremial, pegó el portazo y renunció sin cobrar un peso.

El preso político

El hospital y la política pasaron a ser su prioridad en sus jóvenes años, pero el horror sacudió sus días con el Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Primero fue el secuestro de su hermano Alfredo Rafael Ávila, a los días de la irrupción militar en el poder. Después, la desaparición de su cuñado, Carlos Ramón Andrada.

El miedo y la incertidumbre de la familia por el paradero de ambos, no podía flaquearlo. “El Loco Ramón” trató de no cambiar su rutina y continuó yendo al hospital. A las 11 de la mañana del 8 de julio de 1976, fueron por él. Un comando del Ejército entró a la guardia del Servicio de Urgencia del Hospital Guillermo Rawson y lo sacó esposado, con apósitos en los ojos y una capucha en la cabeza.

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En su casa. Todos conocen a

En su casa. Todos conocen a "El Loco Ramón", todo un personaje en el Hospital Guillermo Rawson.

“Como a mí, se llevaron a médicos, radiólogos, enfermeros y hasta empleados de la cocina y la morgue. A todos nos subieron en un Unimog –el clásico camión del Ejército-. Dimos unas vueltas y nos llevaron no sé a qué lugar. Después supe que era la vieja Legislatura Provincial. Más tarde terminamos en el penal de Chimbas”, describe.

Ávila no se lo contó a nadie, pero llevaba escondido entre su ropa un dinero por un retroactivo que había cobrado esa misma mañana. “Me debían de varios meses y era mucha plata”, explica. Esos fajos estaban en un bolsillo y en una de las medias, y los soldados ni le revisaron el pantalón porque se orinó encima.

De torturas y desapariciones

A las 3 de la mañana, escuchó que lo llamaron por su nombre. No lo olvida más. Sus captores lo sacaron de madrugada del pabellón y lo sometieron a una sesión de tortura. “Escuché que un soldado le dijo a otro: ‘¿Tenés la carabina (en alusión a fusilarlo)?’ Recuerdo que ordenaron que me sacara las zapatillas. Después me dieron una paliza tremenda y me picanearon. Me daban golpes de corrientes en las uñas de los pies y me gritaban: ‘¡Decí quién te da las armas! ¿Con quién te juntas? ¡Cantá!’. De ahí no me acuerdo más”.

“El Loco Ramón” se recuperó a los tres días dentro del pabellón. Recién en ese momento pudo ver los rostros de otros presos políticos, entre ellos al exgobernador y actual senador José Luis Gioja, detalla. Con respecto a la plata, increíblemente aún la conservaba en su bolsillo y en el ruedo del pantalón. Sin embargo, no le duró por mucho tiempo.

El policía ladrón

En los días siguientes cruzó a un policía de Infantería que custodiaba la parte externa de los pabellones. Lo conocía porque lo había visto en la guardia del hospital Rawson. El agente también se acordó de él y lo saludó amistosamente, hasta mostró pena por su situación. Ante eso, Ávila le preguntó si podía confiar en él y le pidió por favor que le guardara su plata. El uniformado respondió que no se preocupara, que lo ayudaría con gusto y se llevó el dinero, incluso el recibo del pago. Desde ese día, nunca más lo volvió a ver.

A dos meses de su detención, recibió su primera visita. Ángela, esa joven que luego se convertiría en su esposa y compañera de toda la vida, fue a verlo en compañía de una de sus hermanas.

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Recuerdo. Este era el carnet que llevaba siempre en su chaqueta.

Recuerdo. Este era el carnet que llevaba siempre en su chaqueta.

“El Loco Ramón” estuvo más de tres meses preso en el Servicio Penitenciario Provincial y recuperó la libertad el 24 de octubre de 1976. De su hermano y a su cuñado jamás tuvieron noticias. Al tiempo se enteraron que Alfredo y Carlos fueron vistos en un centro clandestino de detención en Buenos Aires y que murieron como otros muchos presos políticos en los llamados vuelos de la muerte. Ambos figuran en la lista de los 30 mil desaparecidos en Argentina durante la última dictadura militar.

El camillero y sus recuerdos

Había que convivir con el drama y el dolor de la dictadura, pero Ávila no dejó de ser “El Loco Ramón”. Mucho tuvo que ver su esposa Ángela y sus tres hijas, y su trabajo en el hospital Rawson. Allí en cuyos pasillos y salas confluyen la vida y la muerte y se dan a muchos episodios y anécdotas, algunas desopilantes y otras inimaginables.

“He visto a mucha gente morir. Me tocó consolar y acompañar a personas que sufrieron por sus seres queridos. A otros los he visto felices, porque es lindo saber que alguien se recuperó y se salvó de la muerte”, relata el viejo camillero, que llegó a ser jefe de personal en el Servicio de Urgencia.

Fue testigo y auxilió a muchos accidentados durante sus 47 años de servicio en la guardia del hospital.

Para él era una costumbre recibir heridos como consecuencia de siniestros viales y domésticos, pero también presenció desgracias y percances inéditos. Uno fue el de una chica a la que asistieron una Noche de Navidad a raíz del accidente que sufrió con la botella que usó como juguete sexual.

Otra imagen que le quedó grabada fue la de un muchacho que chocó en moto y entró a la guardia con la rama de un árbol que le atravesó de lado a lado el abdomen. “Increíble, ¿podés creer que el chico se salvó? Fue un milagro porque no le afectó ningún órgano vital”.

Jugando al pool

También rabió hasta el cansancio. “Una vez, un paciente me dio una piña porque los médicos no lo atendían y estaba mal”. En otra ocasión, se enfrentó con los ocho médicos de una guardia. “Había gente esperando y golpeaba la puerta de la sala de urgencia, pero los doctores no salían. Entré y vi que no había nadie. Después, un enfermero me cuenta: ‘están en la Rawson y 9 de Julio. Me voy y resulta que el jefe de la guardia, el traumatólogo y los otros médicos estaban jugando al pool. Sí, estaban jugando al pool. Me enojé tanto, que les dije: ‘¿Quién va a ir? ‘¿O tengo que llamar a los periodistas para les saquen fotos?’”.

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Una vida. Ramón Ávila empezó a trabajar en el hospital a los 18 años como camillero.

Una vida. Ramón Ávila empezó a trabajar en el hospital a los 18 años como camillero.

Esa noche, los doctores se molestaron con “El Loco Ramón”. A los meses buscaron vengarse y lograron que le iniciaran un sumario por un certificado médico que uno de ellos había truchado para perjudicarlo. “Me querían cesantear. Pero mis compañeros y otros médicos, entre esos el doctor Pablo Flores, salieron a defenderme, se solidarizaron y les dijeron: ‘Si tocan a Ávila, paramos todo el hospital’. Gracias a eso no pudieron sancionarme. Era injusto”.

Inolvidable

Hay recuerdos divertidos, como cuando salió con otra de sus ocurrencias el día que faltaban camillas y necesitaban trasladar a dos ancianos de una sala a otra. “Los pacientes eran flaquitos. Lo que hice fue subir a los dos en la misma camilla y los llevé juntos. Una compañera me grita: ‘¡¿Ávila, porque trajiste a los dos pacientes así?! Y porque son mellizos, le respondí”.

Se ríe trayendo a la memoria aquella tarde de Carnaval en la que se pusieron a bromear con las pacientes y enfermeras de Maternidad y una le tiró agua a otra. “Cuando nos dimos cuenta, todos estábamos a las carcajadas, correteándonos y tirándonos agua. Se había armado la chayada en la sala”, cuenta Ávila.

“El Loco Ramón” aclara que muchos otros hechos quedaron en secreto en las salas del Servicio de Urgencia y juró no revelarlos nunca. Es que vio de todo en las décadas que trabajó de camillero y encargado de la guardia.

Una tarde en la que salía del hospital Rawson para dirigirse a su casa, sufrió un infarto. Logró reponerse, pero ahí entendió que estaba grande. Dos años después se jubiló tras cumplir 47 años de servicio en el nosocomio más importante de San Juan. Eso fue en el 2015. Hoy tiene 73 y comparte sus días con Ángela en Rawson.

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