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¡Buen viaje Juan! Y gracias por el sacudón

Falleció Juan Carlos Rubio. Muchos lo recordarán como gran músico, de los mejores. Otros, como ejecutivo implacable, también de los mejores. Fino analista de los medios sanjuaninos, buen tipo y motor vital. Así es como acá te mantendremos vivo en la memoria.

Por Sebastián Saharrea

De joggineta y guitarra al cuello, o de eficiente corbata para la antesala. Dos versiones de la misma persona, un mismo factor que las entrelaza: la pasión. Así fue en vida terrenal Juan Carlos Rubio. Y hoy, que es el día de su paso a otra dimensión, esas facetas conjugadas del rock and roll mezclado con los resortes del poder pierden a su mejor intérprete y es tarea de los que nos quedamos un rato más poder darle algo de sana sobrevida.

Conocí a Juan Carlos en la cúspide de mi locura, y en su lento proceso de conversión. Desde la primera línea de choque en la fatiga diaria a un lugar de refugio para la sabiduría. Menos músculo, más reflexión. A mi no me parecía posible conjugar la furia a la que nos sometía el ritmo informativo de los grandes medios sanjuaninos con algo de placer y de relax. Lo poco que aprendí, fue de él.

Yo sobrevolaba las páginas de Diario de Cuyo en su tiempo de gloria, y el venía de hacer algo parecido en Canal 8. Enseguida comprendimos los puntos de toque entre los dos. En lo profesional, ambos dedicados full life a esos diseños familiares -yo con los Montes, el con los Estornell, junto a quienes debió atravesar la tragedia también-, y en lo personal algunos rasgos en común: el desarraigo allá adelante, el rock and roll como forma de vida.

Parecía imposible que esa formalidad de pilotear grandes empresas con demasiado sello pudiera convivir con la locura de caminar arriba del alambre, pero ambos mundos se fueron integrando de milagro. Y complementando: uno necesitaba del otro para seguir. De mañanas formales en oficina, de noche con la distorsión. Un Jekyll y Mr. Hyde cotidiano, como terapia contra la locura.

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Supe que era músico en serio mucho después de haberlo presumido. Tocaba lindo en la entrecasa, demasiado para ser un aspirante. Tenía atrás y no lo contaba mucho un pasado de las páginas más gloriosas del género en San Juan. El grupo La Gente, junto a su queridísimo Lata De Lara y al entrañable Chichon, autores de los momentos más gloriosos del rock en sanjuanino. Capaces de llenar ellos solitos tres veces las mil butacas del Sarmiento, sin que nadie viniera a ponerlo en el escaparate. O de tocar en el Chateau Rock (el antepasado del Cosquín, para las nuevas generaciones) en la misma noche y mismo camarín que Sumo. Nada menos.

Hice fuerza para sumarlo al Cuyo, y así fue. A las patadas, pero Juan siempre tenía alguna ilusión para vender. Encandilaba su modo de ver el tablero local, no tardó Paco en darle mucho más de lo que venía a buscar. Y así conformamos un equipo que debería quedar en la retina del diario en su mejor formato: yo fabricando las cagadas que luego Juan se dispondría a vender.

Ocupó ese asiento caliente en el Cuyo, sin cargo ni sello. Es que esos sitios formales quedaban para burócratas, presumía sin decirlo. No tenía condición formal de gerente, no la necesitaba ni lo seducía. El iba a los bifes, derecho. Por ahí daba varias vueltas para llegar al puerto, pero sabía para dónde iba. Y para ese formato de una empresa periodística plenipotenciaria, nada mejor.

Siempre en tándem, con una redacción implacable atrás armando el producto y luego un señor de corbata saliendo a operar sobre sus consecuencias. Fue el estado de gracia del modelo Cuyo en sus mejores años, pasando desapercibido incluso hasta por sus propios dueños. Duró un tiempo generosamente largo con varios hitos en el camino: la generación de una pauta de entendimiento que aún hoy subsiste, la expansión empresarial y la consagración del criterio de que se puede crecer haciendo las cosas bien. Para un diario, hacer las cosas bien era sencillo: tener buena info y no negociarla, ir a fondo sobre las sensibilidades del ciudadano para generar confianza, y que cuando uno dice que harán 40 grados la gente no salga con bufanda.

Y a la noche, Mr. Hyde. Casi como un combustible necesario para mantener vivo el plano diurno, del trabajo full life, la contracara nocturna de la música. Aquel grupo que fue mutando con ingresos y salidas mantenía siempre una sana costumbre: largas veladas de whisky, aunque al otro día a las 7 hubiera que llevar chicos a la escuela. Fundamos un pseudo grupo de rock: La Alianza, alter ego del grupo político que descollaba en esos años, fines de los 90 y principio de siglo con Avelín y De la Rúa. Teníamos a un bluesman de excelencia: el Gordo Garade, que a la tarde ponía el tapón de las filtraciones a los policiales y ensayaba cara de poker a quien quisiera insinuar que tal o cual info no caminaba por imposición divina, y por la noche se ponía los tiradores para seducir con su pieza inigualable: Estoy en bolas.

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La Alianza

La Alianza

Pasaron celebridades por alli. De fija su amigo Lata, el Edu en los teclados, algún baterista a préstamo que usualmente había que robar de algún grupo colega, el Chelo al bajo, vocalistas como el Pollo y hasta quien suscribe. Fiestas largas en Hugo, la parte de arriba que ahora es un café pero antes nos lo prestaban para esas largas trasnoches. Como el 30 de diciembre del 2001, día de la fiesta de fin de año del Cuyo (el 31 no se trabajaba porque el 1° no salía el diario) y en la tarde corrió el rumor de la posible renuncia del presidente Rodríguez Saa. Que efectivamente ocurrió ese mismo día a las 10 de la noche. Esa redacción volvió a juntarse de emergencia a las 23, hizo nuevamente el diario completo y a las 2:30 de la madrugada comenzó la fiesta. Que no se suspende. E incluyó el hit: Búsquenme, me encontrarán, en el país, de Rodríguez Saa. Mientras a las 7 de la mañana, en el café Freud, no podíamos comprender porque tanta gente en la vereda de enfrente. Eran los depositantes reclamando ante el corralito en la puerta del banco BNL.

Fue lindo mientras duró, más o menos hasta que se desintegró el equipo con la salida del Gordo y Gustavo a radio Sarmiento. No sin antes computar algún logro adicional para la corona. Como la compra de Radio Cólon, en favor del grupo Montes a la familia Bustelo mayoritariamente, Barassi y Eiben. Una operación de pinzas y delicada que tuvo a Juan en primera línea, sin siquiera con retribución adecuada. Y sin conseguir darle el brillo que merecía semejante radio y semejante historia. Porque al poco andar, el único camino parecía la salida.

Apareció en ese momento el espíritu de La Base que aceleró el proceso. Con Daniel y GG, pensando que era posible otro camino. Fundamos Tiempo y Juan nos convidó con esa magia de pensar que era posible: vaya si lo era. Se vino de cuerpo y alma al principio, y la semillita floreció. Cruzamos varios desiertos juntos, de todos los colores. Pero no había caso, estábamos marcados por el sello de lo que tenía que ser. Y fue.

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Germinó -hablando de botánica- ese brote hippie que llevaba adentro y acudió al llamado -otra vez- de la música. Ahora, desde otro lugar. Ahí apareció Blue Note, la casa de instrumentos que sirvió para reconectar con ese mundo al que nunca dejó de pertenecer, pero también a su savia íntima. Familia, amigos, pasando a hablar de lo que les gusta.

Y apareció ese Juan de los últimos años. Apasionado por dejar su sello musical, herederos y herederas de todos los géneros, siguiendo al que pintara, empujando a nuevos artistas, dejando su sello. Por si hiciera falta, otra vez.

Con más o menos intensidad, seguimos en contacto siempre. Trabajando juntos o no. Los últimos años nos dieron la chance de volver a aquella modalidad de la vieja receta, a compartir visiones más o menos parecidas. A tirar del mismo lado. Ya nos habíamos cicatrizado de lo que no funcionó, y pusimos la nave en condiciones. Anduvo lo que pudo, hasta que el destino quiso. Que fue ahora.

Hace dos meses, cuando te pareció sorprender lo que muy en el fondo pensabas que podía ocurrir con tu salud, me pediste prudencia. En contar lo que pasaba: No quiero que pase como con el Lata, me dijiste. Tu querido Lata, tan reciente y cuyo dolor no podías disimular. Cumplí a medias, imposible guardar un secreto ante tanto amigo, hermano o allegado suelto con cara de preocupación.

La semana pasada, la última vez que te ví en este formato, te noté optimista y con ganas de salir, pese al escenario adverso. En tren de mantener alta la moral te pregunte cómo haríamos para subir al primer piso y tocar esos blusecitos y rockanrolles en la piecita que me arme inspirado por vos, entre otros.

No importa, ya bajaremos un parlantito para hacerlo sonar ahí abajo, me consolaste vos a mi. No importa, ya bajaremos un parlantito para hacerlo sonar ahí abajo, me consolaste vos a mi.

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Era lo único que querías, volver a tocar. No habrá función por acá cerca, pero seguro que arriba alguien se pondrá contento de volver a verte y compartir un acorde.

Lo que nos quedamos un rato más, sólo decirte gracias y buen viaje. Y saludos al Gordo.

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