“Yo maté a Bravo. No iba a permitir que golpeara a mi marido”. Aquello era una confesión, pero sonó a una sentencia que Dolores volvería a repetir, por tremenda que fuese. Con sus 71 años, la mujer había asesinado a su yerno a quien le destrozó la cabeza con un pico.
Dolores Manuela Quiroz de Terrera dio esa declaración días después de que la Policía detuviera a Juan Onofre Terrera, su esposo, y retirara el cadáver de su yerno Pablo Luis Bravo del interior de su rancho de adobe en la calle 15, cerca de Alfonso XIII, en Médano de Oro. Ese lunes 6 de noviembre de 1967 en horas de la mañana los uniformados encontraron a Bravo, de 45 años, sentado sobre un cajón y apoyado contra la pared con el cráneo partido y todo ensangrentado.
Nadie entendía qué había pasado. Los allegados a la familia relataron a la Policía que los Terrera y yerno mantenían una buena relación. No existían conflictos entre ellos, aparentemente. Bravo junto a una de las hijas mayores del matrimonio vivían en la misma zona del Médano, se visitaban asiduamente y compartían encuentros familiares en la calle 15, en la misma casa de finca donde se produjo el crimen, según los relatos.
El domingo 5 de noviembre, o en los días previos, sucedió algo. Puede que haya sido una fuerte discusión o un malentendido que enfrentó a Pablo con don Juan, su suegro de 64 años. Eso tendría otras derivaciones. Los registros judiciales y periodísticos, señalan que el hombre más joven se puso a beber durante la tarde del domingo y llegada la noche ya estaba borracho. Animado por el vino y por la bronca que cargaba encima, en las primeras horas del lunes 6 de noviembre de 1967 el jornalero caminó hasta la casa de sus suegros y golpeó furiosamente la puerta, gritando y llamando a don Juan.
casa.jpg
El rancho. Aquí sucedió el asesinato. Foto de Diario de Cuyo.
El dueño de casa saltó de su cama de hierro, se puso el pantalón y la camisa y fue a atender a su yerno. Lo había reconocido por la voz. Abrió la puerta y éste último entró empujando y empezó a increparlo en la cocina comedor del rancho. En los documentos judiciales y periodísticos no se detalla sobre qué discutían, pero la versión de Terrera señalaba que Bravo estaba exaltado, amenazaba y amagaba con pegarle a su suegro.
Según declaró luego don Juan, en esos momentos su yerno le largó una patada a la altura de la cintura y lo arrojó sobre el piso de tierra. Dijo también que a partir de ahí se le nubló la mente y no se acordaba más. Afirmó que, cuando volvió en sí, Pablo Bravo estaba contra la pared, sentado sobre un cajón que servía de silla, con el cuerpo algo inclinado y con la cabeza llena de sangre.
Temió que se levantara nuevamente a atacarlo, entonces lo dejó en ese lugar y se metió a la habitación. Según el encargado de finca, ningún miembro de su familia intervino porque todos estaban en cama. A primera hora de la mañana se despertaron y vieron que Pablo Bravo no reaccionaba y su piel tenía un color amarillento. Cayeron en la cuenta que se encontraba muerto y uno de los hijos de Juan corrió espantado a buscar a la Policía.
titulo.jpeg
Titular. Así se daba la noticia del crimen en Diario de Cuyo.
Esa misma mañana apresaron a Juan Terrera. Su relato lo vinculaba directamente con el asesinato, aunque los investigadores no tenían cerrado del todo cómo se había producido el hecho. El crimen no estaba en duda, la víctima presentaba una profunda herida con fractura de cráneo y dentro del rancho levantaron el arma homicida, que aún conservaba manchas de sangre. Era un pico, cuya barra de hierro terminaba en punta en un extremo y del otro lado tenía forma de hacha.
El jornalero de 64 años se mostró reticente y no aportó precisiones, pero admitió que fue él quien le propinó el golpe mortal a su yerno empleando ese pico. En su confesión reiteró que el marido de su hija fue el que lo provocó y lo agredió primero. Hasta ese momento, el asesinato estaba resuelto: los policías tenían entre las rejas al presunto autor confeso, el arma homicida y el supuesto móvil del crimen, una pelea familiar.
Cuatro días más tarde, cuando el caso se encaminaba a cerrarse con un único acusado, Dolores Manuela Quiroz de Terrera se presentó en la Comisaría 7ma de Pocito. La mujer de Juan Terrera pidió hablar con el jefe de la dependencia y, sin tanto prólogo, le expresó: “Yo fui quien mató a Bravo, no iba a permitir que golpeara a mi marido. Es a mí a la que deben detener y dejar en libertad a Juan”.
Terrera.jpeg
El asesino que no fue. Juan Terrera fue acusado del asesinato en un primer momento. Foto de Diario de Cuyo.
La mujer estaba confesando el homicidio. Los policías no salían del asombro por las afirmaciones de la mujer de 71 años y si bien estaban confundidos, avisaron de inmediato al juez de la causa. Dolores quedó demorada hasta tanto. En su declaración en Tribunales, la señora ratificó parte de los dichos de su marido en relación a que fue Bravo el que llegó todo enojado a su casa y empezó a insultar a Juan. También reiteró la versión de que su yerno le pegó una patada a su esposo y lo tumbó en el suelo.
En lo que cambió del relato fue que ella presenció toda la escena y que, en el instante en que su marido intentaba levantarse y pataleaba para que Bravo no lo tomara de las piernas, ella agarró el pico que estaba afirmado en un rincón. La mujer sostuvo que, sujetándolo del mango, levantó la pesada herramienta y le dio un solo golpe en la cabeza a su yerno, sin siquiera mirar con qué parte del pico le pegó. Describió que la víctima trastabilló y se fue caminando hacia atrás hasta logró sentarse arriba del cajón y no se movió más.
La mujer y su marido fueron sometidos a un careo en Tribunales para determinar quién decía la verdad y quién mentía. Se impuso el relato de Dolores Quiroz. Es más, Juan admitió con vergüenza: “No quería que ella pasara por todo esto. Ella hacía más falta en la casa”. Pero la sospecha de la participación directa del jornalero en el crimen, permaneció intacta. Así fue que ambos continuaron detenidos como coprocesados en la causa y posteriormente fueron llevaron a juicio a oral en marzo de 1969. En el requerimiento del fiscal de instrucción se atribuyó a la mujer la autoría material en el delito de homicidio simple, mientras que a su esposo se le achacó la participación principal del mismo delito, y en principio se solicitó para los dos la pena de 15 años de prisión.
Esto último cambió con el correr de las audiencias en el debate. El fiscal de cámara tuvo que reformular la acusación con respecto a Juan Onofre Terrera, pues entendió que su confesión y las dudas acerca de su participación directa en el asesinato, lo favorecían y correspondía solicitar su absolución. En relación a la esposa sostuvo la misma figura penal en su contra y pidió para ella una condena de 13 años de cárcel.
La defensa se basó en demostrar la inocencia del matrimonio y en particular, sobre la mujer, manifestó que actuó en legítima defensa para proteger a su marido del ataque de su yerno. Trató de “salvarle la vida”, afirmó, y graficó la situación de peligro que vivieron dos personas mayores e indefensas, en un rancho que tenía la casa vecina más próxima a 200 metros. Remarcó que la agresión provino de la propia víctima y la mujer tomó el elemento que tenía a mano para defender a una persona de 61 años que era superado en contextura física y fuerza por otro hombre de 45 años.
Los jueces Armando Aguiar, Tristán Zapata y Carlos Graffigna Latino valoraron todo lo expuesto por la defensa y consideraron que se cumplían los tres requisitos de la legítima defensa: agresión ilegítima, necesidad racional del medio empleado para repelerla y falta de provocación de quien se defiende. Con esos argumentos y otros, resolvieron declarar inocente a Dolores Manuela Quiroz de Terrera y a su esposo Juan Onofre Terrera y ordenaron la inmediata libertad para los dos. El castigo ya habían sido esos meses de detención, pero la pena mayor para ambos, con seguridad, fue convivir con el dolor por la muerte de un miembro de su familia.
FUENTE: Sentencia de la Sala Primera en la Cámara en lo Penal, recortes periodísticos de Diario de Cuyo y Tribuna y hemeroteca de la Biblioteca Franklin.