La agobiante noche sanjuanina matizaba otro domingo en la popular Lomoteca Popeye. Un par de parejas cenaba en las mesas de afuera y adentro otros clientes se refrescaban y miraban televisión. El mozo caminaba por entremedio atendiendo hasta que llegó ese hombre, que estacionó su moto sobre la vereda de calle Salta, ingresó al salón y pidió una cerveza.
Esa persona no era conocida en la zona y andaba un poco alterada. ¿Quién no tuvo un mal día?, aunque se dijo que el hombre estaba borracho y también se habló que padecía un trastorno mental. Al principio no manifestó nada que hiciera presumir que iba en buscar de pleito, pero hizo insinuaciones tras beber la primera botella.
“Traeme otra, pero no te voy a pagar ni un peso”, dijo Alberto Astudillo, con tono irónico y desafiante. Se dirigía a Hugo “Popeye” Guzmán, el dueño -junto a su padre- de esa lomoteca situada en calle Salta, metros al sur de avenida Benavidez, frente al barrio Uruguay en Concepción. Esas palabras del cliente no cayeron bien al comerciante, que respondió: “No me perjudiques que estamos trabajando, vivimos de ésto”.
Hernán Brizuela, el mozo del local y amigo de Guzmán, observó atento la escena, pero se mantuvo al margen del cruce verbal entre el cliente y el dueño de la lomoteca. Astudillo luego los miró y riendo aclaró que se trataba de una broma. Eso bajó la tensión y la calma retornó al salón, pero por un rato nada más.
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Esta era la lomoteca donde ocurrió la doble tragedia. Foto de Diario de Cuyo.
Cerca de las 23 de ese domingo 31 de enero de 1993, Alberto Astudillo dio su último sorbo de cerveza. Se dio la vuelta y llamó a “Popeye” Guzmán. Cuando lo tuvo enfrente, con una mirada sobradora y todo provocador le dijo que no iba a pagar las cervezas.
Esos son los relatos que existen acerca de lo que pasó esa noche. Es una incógnita si en los minutos previos ambos se desafiaron o si esta última discusión provocó las amenazas cruzadas o se trenzaron a golpes de puños entre ellos.
La versión es que en esos instantes Astudillo caminó hacia afuera y sacó la pistola 9 milímetros que llevaba debajo del asiento de su ciclomotor. Así como salió, volvió a entrar al local comercial con el arma en sus manos y desató el caos. Al primero que apuntó fue a Hugo Guzmán. Le disparó a matar, pero su mala puntería hizo que el balazo rozara el estómago del comerciante.
“Popeye” Guzmán sufrió una pequeña herida y escapó. Por la hora y el apuro, encaró a la vieja estación de servicio situada en la esquina suroeste de la avenida Benavidez y calle Salta para pedir que llamaran a la Policía. A todo eso Alberto Astudillo continuaba fuera de sí.
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El titular de Diario de Cuyo que presentó la nota sobre el violento hecho policial.
Puede que Hernán Brizuela haya intentado calmarlo o que directamente lo enfrentara para detener la tremenda locura y eso motivó la reacción en contra suya. El cliente le apuntó con el arma y le descerrajó un disparo en la cabeza. El tiro fue mortal. El mozo se desplomó y no reaccionó más.
Los pocos clientes que estaban adentro huyeron aterrorizados, igual que los comensales que permanecían en el patio delantero, que no sabían qué pasaba, pero que escucharon las detonaciones. Uno de ellos eran Carmen Marinero y su marido que, con su hijo de 3 años en brazos, se levantaron de la mesa y cruzaron la calle Salta para refugiarse en su casa del barrio Uruguay.
“Sentimos los estruendos, las explosiones de los disparos. Y otra gente que estaba más cerca del salón, gritó: ‘Lo mataron al Popeye. Lo mataron al Popeye’ ¿Nosotros qué hicimos? Levantamos la comida y nos vinimos del miedo”, describió la mujer.
Había algo más, porque el drama continuó dentro del salón de la Lomoteca Popeye. Alberto Astudillo miró a su alrededor, con el cadáver de Brizuela tendido en el piso, y sintió que no había escapatoria. Ahí fue que se acomodó en la silla en la que estaba sentado al principio y se pegó un tiro.
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En este lugar funcionaba aquella vieja lomoteca donde se produjo el asesinato seguido de suicidio.
A los minutos entró Hugo Guzmán, que venía con unos policías. El cuadro dentro de la lomoteca resultaba estremecedor. Las mesas vacías, el televisor encendido y dos cadáveres con sendos disparos en sus cabezas.
Los policías de las comisarías 2da y 17ma junto con los efectivos de la Brigada de Investigaciones de la Central de Policía, bajo directivas del entonces juez de instrucción José Nardi, posteriormente confirmaron la identidad del asesino y suicida. Efectivamente era Alberto Astudillo, un sargento ayudante retirado del Ejército Argentino de 40 años que se domiciliaba en el barrio Huazihul de Rivadavia. También se constató que la única arma hallada en el lugar pertenecía al suboficial y que sólo él efectuó los disparos mortales.
Una hija de “Popeye” Guzmán contó que esa noche también estaba su abuelo, pero éste salió ileso dado que se encontraba en la cocina o la parte trasera del local. Su padre, en cambio, sufrió el roce del balazo y pudo reponerse a los días.
“Después nos enteramos de la muerte del mozo. Y a los días mi marido volvió a ver a Don Popeye, que lo trajeron en silla de ruedas, y le pagamos la cuenta de esa noche. Todos nos acordamos de lo que pasó. Es que la lomoteca era conocida. El Popeye era un hombre grandote y llevaba anteojos”, recordó Carmen Marinero, que todavía vive en esa populosa zona de la Capital sanjuanina. Su hijo, el nene que cargaba en brazos en 1993, hoy tiene 35 años.
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Así se ve hoy la calle Salta, a metros de Benavidez. El local de comidas se encontraba sobre el margen oeste de esta calle.
El único periódico de esos años publicó una sola nota referida al dramático suceso policial, sin dar detalles de lo sucedido o el verdadero trasfondo del violento episodio. Queda entonces la duda si el ataque fue producto de una pelea inesperada, de la acción descontrolada de un hombre bajo los efectos del alcohol o de una enfermedad mental, o hubo otra cosa detrás.
La doble tragedia de la noche del domingo 31 de enero de 1993 marcó para siempre a la Lomoteca Popeye. Desde ese día, nunca más volvió a abrir al público, confirmó su hija. Años más tarde demolieron la vieja construcción sobre el costado oeste de calle Salta, pegada al canal.
Hugo Guzmán, el dueño, no olvidó a su amigo Hernán Brizuela y de vez en cuando llevaba flores a su tumba, contó su hija. “Popeye” vivió hasta 72 años en su casa en el barrio Santo Domingo en Chimbas y falleció a mediados del 2024, así que no se pudo obtener su testimonio, lo mismo que de los policías que trabajaron en el caso.