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Historias del Crimen

La Navidad en la que la "Justicia por mano propia" se cobró la vida de un adolescente en Trinidad

La madrugada del 25 de diciembre del 2007, un adolescente fue asesinado de un disparo en la cabeza. El joven que lo mató aseguró que intentó entrar a robar a su casa en Trinidad. La muerte del chico desató una batahola.

Por Walter Vilca

No todas las navidades fueron felices. La del 2007 fue la peor y más trágica que recuerde un puñado de familias de la zona de Trinidad. Fue una noche en la que los tiros se mezclaron con los estruendos de los fuegos artificiales. Una madrugada en la que el espíritu navideño abrió paso a la insensatez de la mal llamada “Justicia por mano propia” con el asesinato de un adolescente y la posterior venganza de los amigos de ese chico, que desataron el caos con una lluvia de piedras, el saqueo y el incendio de una casa.

Eran vecinos. Ese muchacho de apellido Molina hacía meses alquilaba junto a su esposa y su beba una casa sobre calle Pedro Álvarez en el barrio 15 de Mayo. Esto es cerca de Villa El Pino, en la populosa zona capitalina de Trinidad. Leonardo, el adolescente de 17 años que luego entraría en la vida de los Molina, residía a escasas dos cuadras de allí y no se conocía con la joven familia.

Aquella Nochebuena del 24 de diciembre de 2007, los Molina brindaron y cenaron con sus parientes en otro domicilio de Capital. En la Navidad todos festejan y resultaba remotamente imposible que sufrieran un hecho de inseguridad en su casa durante esas horas de ausencia, pensaron. Tenían razón. Molina junto a su mujer y su pequeña hija regresaron a las 3.30 del martes 25 de diciembre y todo estaban como lo habían dejado. Metieron su camioneta Rastrojero a la galería de adelante y esa noche se acostaron a descansar tras una ardua jornada. Los dos eran empleados de comercio, ella trabaja en la tienda Falabella.

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Los policías en la puerta de la vivienda donde ocurrió el trágico suceso. Foto de Diario de Cuyo.

Los policías en la puerta de la vivienda donde ocurrió el trágico suceso. Foto de Diario de Cuyo.

La pesadilla empezó aproximadamente a las 4.30 de la madrugada. Según los testimonios de la familia, escucharon ruidos en el fondo y cuando se asomaron por la ventana del dormitorio matrimonial vieron a dos sujetos que caminaban por el patio. En esos instantes escucharon que alguien empujaba la puerta de la cocina que daba a un pasillo lateral, al cual se accedía por el frente.

Molina supuso que era un tercer ladrón que forzaba la puerta y buscaba entrar a la casa. Ahí le entró la desesperación y temió por su mujer y su hija, según relató luego. Ese mismo espanto lo llevó hasta una cómoda, de donde sacó su pistola 9 milímetros y la cargó dispuesto a salir a los tiros.

En su relato afirmó que a través de la puerta gritó y amenazó a los desconocidos que iba a disparar si no se marchaban, pero del otro lado no paraban de empujar. Segundos más tarde, Molina ejecutó ese ultimátum. Levantó el arma y por la pequeña ventana de la cocina apuntó en dirección al pasillo. Juró que su intención no fue la de disparar a matar, pero la realidad demostró otra cosa.

El estruendo del disparo se perdió entre los estallidos de los pocos petardos que todavía arrojaban esa madrugada de la Navidad del 2007. De ese otro lado de la puerta se encontraba un jovencito, un vecino de la zona. El chico de 17 años se desplomó en ese instante en el pasillo lateral como consecuencia de un certero balazo en la cabeza, que le ingresó a la altura de la sien izquierda y le salió por el oído derecho, describieron los policías que trabajaron en el caso.

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Así quedó la vivienda tras el ataque de la muchedumbre. Foto de Diario de Cuyo.

Así quedó la vivienda tras el ataque de la muchedumbre. Foto de Diario de Cuyo.

Jamás se acreditó si existieron esos dos sujetos que supuestamente caminaban por el fondo y acompañaban al chico. Y si había otros jóvenes involucrados o que presenciaron la violenta escena, nunca aparecieron para testificar.

El propio Molina llamó a la Policía desde su celular tras comprobar que el jovencito se encontraba muerto dentro de la propiedad. Cuando llegaron las primeras patrullas del Comando Radioeléctrico y los efectivos de la Comisaría 3ra, el muchacho despachó a su esposa junto a su pequeña a la casa de sus familiares. Sabía lo que se le venía. Al rato lo trasladaron a él en calidad de detenido por el crimen y por su seguridad.

Los policías luego identificaron al fallecido como Leonardo Suárez, de 17 años. Esa noche los uniformados y los peritos trabajaron hasta el amanecer levantando pruebas y tratando de reconstruir lo sucedido, pero desde el inicio se instaló la teoría del ladrón que intentó entrar a robar y el dueño de casa que lo mató por defender su familia.

Con la salida del sol, también llegó el caos. Los familiares del adolescente fueron anoticiados de su muerte y surgieron diversas preguntas, con ello también la ira. Poco a poco los amigos y conocidos de Leonardo se enteraron de lo ocurrido y se amontaron en la puerta de la calle Pedro Álvarez hasta que gran parte de la Policía se retiró del lugar.

Si el adolescente estaba con alguien más, estos nunca aparecieron a dar su versión. El adolescente recibió un disparo que le atravesó el cráneo.

Solo dos uniformados quedaron de consigna en la casa, preservando el lugar y vigilando que nadie entrara. Afuera, crecía la bronca y de un momento a otro se armó el alboroto. Entre puteadas y amenazas, un grupo de treinta jóvenes avanzaron contra la casa y los dos policías a las pedradas.

Los agentes se refugiaron en el interior de la vivienda mientras llovían las piedras. La muchedumbre después irrumpió a la casa para saquearla y romper todo. De algún lado también apareció un bidón con nafta y la casa empezó a arder. La camioneta Rastrojero de la familia tampoco se salvó, los revoltosos la destrozaron y la quemaron en la entrada de la casa.

Para cuando arribaron los bomberos y los refuerzos policiales, que corretearon a la gente con postas de gomas para alejarlos de la casa de la familia Molina, la casa y la calle parecían sacadas de una escena de una película de guerra. Ese día hubo siete detenidos, acusado de daños e incendio.

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Se abrió otra causa paralela por daños e incendio contra siete personas. Foto de Diario de Cuyo.

Se abrió otra causa paralela por daños e incendio contra siete personas. Foto de Diario de Cuyo.

Los desmanes sirvieron de excusa para decir que el chico y sus allegados eran delincuentes. La familia del chico siempre negó la afirmación de que éste estaba robando, pero tampoco hubo forma de explicar qué hacía en esa casa y eso terminó dando sustento a la versión oficial.

Pero la polémica pasó por otro lado. ¿Se justificaba el accionar de Molina? Suponiendo que fue cierto lo del intento de robo, enfrente tenía a un adolescente de 17 años y desarmado. En cambio, él sacó una pistola 9 milímetros para responder y repeler el supuesto ataque. El muchacho contaba con permiso de portación de arma, o sea que poseía conocimientos de tiro y debía saber cómo actuar y la peligrosidad que ello implicaba.

Acaso no bastaba con disparar al aire para intimidar y espantar al presunto ladrón. El balazo fue directo a la cabeza del jovencito, que murió en el acto. Muchos respaldaron a Molina con el argumento de la mal llamada “Justicia por mano propia”. Es que también dieron por cierto sus dichos acerca de que gritó y alertó que iba a disparar, pero el jovencito hizo caso omiso y continuó empujando la puerta.

Desde el primer día se reforzó la hipótesis de que el dueño de casa actuó sacó el arma y disparó contra el chico para defender a su familia. La víctima tenía 17 años y estaba desarmado.

El juez Agustín Lanciani, quien tomó la causa en el Segundo Juzgado de Instrucción, reunió elementos para reforzar esta última hipótesis. Además, Molina reiteró en la indagatoria que utilizó el arma para proteger a su familia y que no quiso matar al adolescente.

El magistrado no puso en duda su relato, ni siquiera dejó margen para encuadrar el crimen del adolescente como un homicidio con exceso en la legítima defensa. El 4 de enero 2008, a casi dos semanas del hecho, dispuso la libertad del acusado y dejó el caso como un acto de legítima defensa, tal como planteó el entonces joven abogado Maximiliano Blejman -hoy juez-, el defensor de Molina. A los meses lo sobreseyeron total y definitivamente de la causa.

La pesadilla igual no terminó para él y su familia. Por más que nunca más regresaron al barrio 15 Mayo en Trinidad, tuvieron que lidiar por mucho tiempo con el acoso y el hostigamiento por parte de algunos conocidos del chico fallecido. Cuentan que la esposa de Molina no soportó esa presión, dado que decía que hasta la esperaban en la puerta de su trabajo. La chica decidió separarse de Molina, renunció a Falabella y se mudó a San Luis.

FUENTE: Artículos periodísticos de Diario de Cuyo, hemeroteca de la Biblioteca Franklin y testimonios de personal policial y judicial que trabajó en la causa judicial.

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