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Historias del Crimen

El policía que asesinó al hermano de un ex ministro de la Corte de San Juan en la "Plaza de la Joroba"

Ricardo Caballero, hermano del ex ministro de la Corte, Adolfo Caballero, estaba acompañado por una joven y fue asesinado de un balazo en el baño de la "Plaza de la Joroba". Fue un accidente, juró el policía, pero prácticamente lo ejecutó.

Por Walter Vilca

El titular de un matutino decía: “Un policía mató a un joven en circunstancias confusas”. Otro diario expresaba: “Confuso hecho en la Plaza Yrigoyen”. La única certeza que daban los periódicos era el asesinato de ese estudiante universitario, pero nada decían de la deliberada acción criminal de ese policía que, sin motivo, ejecutó al joven en los baños de “Plaza de la Joroba”. Tampoco hicieron referencia a la maniobra de encubrimiento que los mismos policías armaron para proteger al homicida y sembrar sospechas sobre la víctima y la chica que lo acompañaba para mostrarlos como extremistas.

Hay algunos dirigentes políticos, miembros de las fuerzas y civiles que todavía hablan de “excesos”. Pero el caso Ricardo Caballero, hermano de Adolfo Caballero -ministro de la Corte de Justicia de San Juan desde 1996 a 2018-, fue uno de los tantos asesinatos cometidos por las fuerzas de seguridad durante la última dictadura militar en Argentina.

Aunque hay quienes calificaron el crimen como un “accidente”, este caso de Historias del Crimen muestra con crudeza la impunidad en los años de plomo. Tiempos en los que nadie estaba a salvo y no se sabía si se regresaba a casa. Esos temores también rondaban sobre Ricardo Caballero, pero la insolencia de sus 28 años no daba cabida a los miedos. O no los tomó en serio.

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Recuerdo. Esta es una foto que Diario de Cuyo publicó en una aviso fúnebre días después del crimen.

Recuerdo. Esta es una foto que Diario de Cuyo publicó en una aviso fúnebre días después del crimen.

En la primera hora de la madrugada del sábado 15 de enero de 1977, llovía torrencialmente en la Capital de San Juan. La situación se prestaba de cómplice para que Ricardo Caballero y Brígida estuvieran un rato a solas dentro del auto mientras esperaban que pasara la tormenta. El muchacho acomodó el Citroën AMI 8 en la playa de estacionamiento que había sobre costado norte de la Plaza Hipólito Yrigoyen, más conocida como “Plaza de la Joroba”.

Más allá, en la intersección de las calles Mendoza y Brasil, andaba el agente Orlando Miguel González de la División Tránsito de la Policía de San Juan. El uniformado estaba de guardia y acababa de reparar la barrera ubicada en ese cruce. A esa hora todos dormían.

González salió a recorrer la plaza. Tomó al norte por calle Mendoza hasta llegar a 9 de Julio y de ahí caminó en dirección este. A los pocos metros, justo frente a los portones de la antigua ferretería Valerio Hermanos, observó al Citroën AMI 8 estacionado y notó que había dos personas en su interior.

Las pocas notas periodísticas del caso fueron publicadas en espacios reducidos, sin fotos y sólo se mencionó el apellido del policía asesino.

El agente se puso en guardia y sacó su pistola 9 milímetros. Pensó cualquier cosa y envalentonado quitó el seguro del arma, movió la corredera y puso una bala en boca dispuesto a lo que sea. Después se acercó al AMI 8.

Ricardo y su amiga no vieron al policía y se asustaron cuando sintieron que éste golpeó la ventanilla del lado del conductor. “Bajen del auto”, ordenó el policía González, apuntando con su pistola. El estudiante universitario trató de explicarle que no hacían nada, que sólo aguardaban que pasara la lluvia.

El uniformado ni lo escuchó e insistió en que descendieran del vehículo. Los jóvenes no opusieron resistencia, bajaron y le mostraron sus documentos. Caballero le contó que era estudiante de geología en la Universidad Nacional de San Juan, le dijo que ya se iban.

A los baños

Nada convenció al policía, que mantuvo su actitud recia y ordenó que caminaran en dirección a la División Tránsito. Siempre con la pistola apuntándolos y el dedo índice acariciando peligrosamente el gatillo.

Caballero caminaba adelante, el agente lo seguía de atrás sin quitarle la vista y con el arma apresta para el disparo. Casi pegada a ellos, iba la joven. Así, rumbearon por la vereda hacia calle Mendoza.

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El sitio. En este lugar asesinaron a Ricardo Caballero.

El sitio. En este lugar asesinaron a Ricardo Caballero.

Al arribar a la esquina, el agente González le dijo a Ricardo Caballero que entrara a los baños ubicados en el subsuelo de la “Plaza de la Joroba”. El joven entró a preocuparse en serio. Pero acató la orden y bajó por ese corto socavón, seguido de cerca por el policía y la chica, que permanecía muda del miedo.

Ya en el interior de los baños, el policía hizo señas a Caballero para que entrara a uno de los sanitarios. Ricardo no entendía qué pasaba, miraba al piso preguntándose qué pretendía el agente. Cuando se dio la vuelta para ponerse de frente al uniformado, se escuchó el seco y ensordecedor disparo. En esa milésima de segundo sintió el balazo en el pecho.

La chica quedó aturdida por el estruendo. Ahí vio caer a Ricardo, en ese instante gritó y corrió hacia la calle. Estaban muy cerca de la División Tránsito, de modo que González también salió y avisó a sus compañeros sobre el herido de bala.

Minutos después la chica fue arrestada, a todo eso los mismos policías trasladaron a Caballero en un patrullero a la guardia del Hospital Guillermo Rawson. Esa noche se cortó la luz en la zona del nosocomio capitalino y los médicos debieron encender velas para atender al estudiante universitario, según crónicas periodísticas. Aún así, el destino del muchacho no tenía marcha atrás. La bala había dañado órganos vitales. Esa misma madrugada murió.

Operativo encubrimiento

En la Policía algo pergeñaban hasta tanto. En una maniobra por proteger al agente González, por orden de los jefes o decisión de los propios compañeros del agente, empezó el operativo para encubrirlo. Un alto funcionario judicial que intervino en la causa contó que el policía involucrado declaró que la pareja se mostró en actitud sospechosa en todo momento. Y lo sorprendente fue que otros policías allanaron la casa de la chica, en calle Alem, y le “plantaron” panfletos o propaganda política para instalar la teoría de que ella y Caballero formaban parte de una organización o una célula guerrillera, aseguró un testigo directo de la causa.

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Confuso. Así titulaba el diario Tribuna la primera nota del caso.

Confuso. Así titulaba el diario Tribuna la primera nota del caso.

El disparo en el pecho ya resultaba muy extraño para los investigadores judiciales. El médico forense determinó que el balazo fue disparado a una corta distancia, entre 10 y 15 centímetros. La amiga de Caballero dio un desgarrador testimonio y juró que ninguno de los dos agredió o se resistió ante el policía. Negó cualquier vinculación con alguna organización política. Confirmó que Ricardo no llevaba armas y relató la secuencia desde que el agente los obligó a bajarse del auto hasta que el joven cayó baleado dentro de uno de los baños de la “Plaza de la Joroba”.

El juez Ricardo Alfredo Conte Grand, de turno en el Juzgado del Crimen, fue informado horas más tarde del asesinato. El magistrado descubrió algunas cosas que no cerraban entre las versiones diametralmente opuestas de González, que decía que la víctima lo enfrentó, y de la joven, que afirmaba que el policía disparó sin motivo alguno al estudiante. El relato del agente resultaba incongruente, además no se justificaba el alevoso disparo. Otro punto sospechoso fue que alguien había lavado los baños con la clara intención de borrar huellas.

En la Policía y el Gobierno provincial trataron de tapar todo. El jefe de la fuerza y el gobernador eran miembros del Ejército. Y fue así que la oficina de prensa de la Gobernación sacó un comunicado en los diarios y otros medios de comunicación. “El Poder Ejecutivo deja en claro cuál es el espíritu que alienta a las Fuerzas de Seguridad en su acción contra la delincuencia subversiva y común”.

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Impunidad. Este fue el comunicado que envió el Poder Ejecutivo y que fue publicado por DIARIO DE CUYO.

Impunidad. Este fue el comunicado que envió el Poder Ejecutivo y que fue publicado por DIARIO DE CUYO.

Más abajo, agregaba: “Los hombres que componen la institución policial, a la que honran, son conocedores de su prestigio y comparten el valor de su gestión. Por ende, de manera alguna optan por caminos que no son los que determinan las leyes provinciales, nacionales e internacionales”.

En esos años, los mismos militares realizaban detenciones ilegales y desaparecían personas de toda índole. Funcionaban cárceles clandestinas, robaban niños, se quedaban con bienes de sus víctimas y armaban causas para justificar asesinatos. Entre ellos, el caso de Ricardo de Caballero.

Según consta en la causa, los jefes policiales dieron intervención a la Justifica Federal para abrir una investigación contra la amiga de Caballero. Esto último bajo la farsa de que ella y el estudiante de geología muerto de un balazo pertenecían a una organización guerrillera, contaron fuentes del caso.

Al descubierto

A ese nivel de complicidad y encubrimiento llegaron las autoridades provinciales, pero, por otro lado, esa teoría cada vez tenía menos sustento. El juez Conte Grand reunió pruebas que demostraban que la muerte de Caballero había sido producto del abuso criminal del agente González. También constató que los jóvenes no tenían actividades ilícitas, que estaban en la plaza como cualquier pareja de novios o amigos y que algunos policías “plantaron” pruebas para desviar la investigación y proteger al agente.

Fue imposible conocer qué derivaciones tuvo ese “armado” de causa y si investigaron a los funcionarios implicados en esa burda maniobra, pero lo que se sabe es que el agente González fue procesado y luego juzgado en noviembre de 1979. El juez Conte Grand finalmente lo condenó a la pena de 13 años de prisión por el delito de homicidio simple.

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Con otra cara. Así está actualmente la plaza Hipólito Yrigoyen, más conocida como Plaza de la Joroba.

Con otra cara. Así está actualmente la plaza Hipólito Yrigoyen, más conocida como Plaza de la Joroba.

Su defensa no quedó conforme con el fallo y apeló la sentencia con el argumento de que debían castigarlo, al menos, bajo otra calificación distinta al homicidio simple. Es que sostuvo que el disparo fue accidental. El fiscal del caso también puso la queja y pidió que un tribunal superior revisara la sentencia, dado que entendía que se trató de un crimen y el acusado merecía una condena de 20 años de cárcel.

La sentencia fue analizada por los jueces Carlos Graffigna Latino, Alejandro Hidalgo y Arturo Velert Frau en abril de 1980, pero nada cambió. El tribunal de la Cámara Primera en lo Penal revisó la sentencia y confirmó la pena de 13 años de prisión.

Uno de los que reclamó Justicia fue el joven abogado Adolfo Caballero, quien años más tarde y ya en democracia asumió el cargo de ministro de la Corte de Justicia de San Juan. Él nunca quiso hablar públicamente sobre la muerte de su hermano, todavía le duele todo aquello. De acuerdo a los datos recabados, el cuerpo de Ricardo Caballero fue sepultado el 18 de enero de 1977 en el Cementerio de la Ciudad Capital de San Juan. En octubre de ese mismo año trasladaron sus restos al departamento Iglesia, su pueblo natal, donde descansan hasta la actualidad.

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