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Historias del Crimen

El obrero de Cienaguita que mató de un escopetazo al patrón por no pagar su trabajo

Fue luego de una discusión entre el obrero y su patrón, en marzo de 1954. “Yo me la voy a cobrar”, le dijo el changarín y a la noche asesinó al otro hombre.

Por Walter Vilca

Aquel día terminaron otra quema de cal y como era costumbre Felipe Castro les prometió a los pocos obreros que trabajaban para él pagarles esa misma tarde. Los changarines pasaron haciendo fila por la puerta de su casa en Cienaguita. Entre ellos estaba Fidelfo Castillo, que se frotaba las manos esperando su paga.

Llegado su turno, Castro lo miró extrañado y lo frenó en seco: “Con la plata que te he dado el otro día ya está pagado el trabajo”, le expresó, dejando en claro que no le debía nada. Castillo respondió con los ojos de sorpresa, sin entender lo que decía el patrón. No sabía si pegar el grito en el cielo o aceptar resignado que volvería a su rancho con los bolsillos vacíos. Optó por la segunda, opción. Su única respuesta fue: “Está bien, déjelo así nomás. Pero yo me la voy a cobrar”.

Esa tarde del miércoles 23 de marzo de 1954, Fildelfo Manuel Castillo se marchó de la casa de Felipe Fidel Castro tragándose las puteadas y convencido de que su patrón lo había cuenteado.

Los otros jornaleros contaron después que Fidelfo no participó en esa quema de cal y hacía días que no se aparecía por el horno, lo que resultaba cierto. Pero también era verdad que fue él quien cortó y llevó toda la leña con la que trabajaron ese día.

De ahí la bronca del obrero de 48 años, que se sintió burlado otra vez y engañado por la paga que le prometieron y no cumplieron. Además, Castro lo humillaba continuamente, en ocasiones amagaba con pegarle y lo rebajaba llamándolo “viejo piojoso” y “mugriento”, según declaró Fidelfo.

El changarín caminó esa tar

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de hasta un bar del pueblo de Cienaguita y tomó pacientemente tres vasos de vino esperando la puesta del sol. “No sé qué me impulsó a hacer eso”, confesó días más tarde. Y es que, llegada la noche, abandonó el negocio y con una pequeña borrachera encima se trasladó hasta un almacén en donde compró un cartucho de escopeta calibre 16. Después pasó por la casa de su amigo de apellido Zárate y le pidió prestada su escopeta marca Centauro. Conocía bien esa arma porque otras veces habían salido a cazar juntos.

Lejos de allí, Castro seguía con sus cosas, sin siquiera recordar el breve cruce con Castillo. A eso de las 20 partió en su camioneta a dejar a un amigo a la estación de trenes de la localidad de Retamito y regresó a su casa a las 21. En la vivienda también se encontraba su hermana Rosaura Castro y su esposa Ana María Mura. Justamente las dos mujeres escucharon en esos momentos el grito de un hombre, que desde la entrada de la propiedad gritaba: “¡Castro!¡Castro!”. Una de ellas observó a través de la ventana y advirtió que se trataba de Fidelfo Castillo.

Felipe Castro salió al encuentro del jornalero. Una de las mujeres contó que oyó que Castillo le dijo: “He andado cazando” y en los segundos siguientes se sintió el estruendo. Sin mediar palabras, el jornalero le disparó de frente con la escopeta que traía en sus manos. El dueño del horno de cal cayó al suelo, mientras que el changarín pegó la vuelta y se alejó caminando.

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Las dos mujeres corrieron largando alaridos y se arrodillaron alrededor de Felipe Castro con el fin de auxiliarlo. En esos instantes aparecieron sus vecinos Rolando Guerrero y Felipe Cano. Entre los dos hombres cargaron al pequeño productor calero y lo trasladaron a la Villa Media Agua.

El escopetazo impactó a la altura del costado izquierdo del pecho, provocando una importante herida y hemorragia interna en uno de sus pulmones. Eso desencadenó en la muerte del hombre de 41 años en cuestión minutos y antes que llegara al hospital.

No había mucho para investigar. Los primeros policías que entrevistaron a la hermana y la esposa del difunto supieron de primera mano quién había disparado contra Castro. Ambas fueron testigos directos del flagrante ataque en la puerta de esa vivienda de la localidad de Cienaguita, de modo que los uniformados se trasladaron de inmediato hasta el rancho de Fidelfo Castillo -en la misma zona- y lo detuvieron, además de secuestrarle el arma larga.

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Castillo confesó que fue el autor del disparo mortal y contó sobre las supuestas penurias que sufría por el constante asedio de Castro, pero afirmó: “No sé qué me pasó”. Manifestó también que estaba borracho. Pero claro, nada lo justificaba de tan desalmado ataque.

El magistrado que lo juzgó en 1957 sostuvo, al igual que el fiscal, que Castillo no estuvo amparado por ninguna circunstancia extraordinaria de atenuación que lo exculpara del crimen y que tampoco existió defensa propia. El mismo acusado había reconocido que compró el cartucho y buscó la escopeta para luego dirigirse a la casa de la víctima.

Todo lo contrario, el juez entendió que Castillo actuó con premeditación, peligrosidad y falta de motivo serio para atentar contra la vida del dueño del horno de cal. Por otro lado, el buen concepto entre los habitantes del pueblo y la falta de antecedentes en su favor no alcanzaban para menguar la pena que le correspondía.

El 12 de abril de 1957 se dictó sentencia y condenaron a Fidelfo Manuel Castillo al duro castigo de 20 años de cárcel por el delito homicida simple.

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