“Arrésteme oficial. Maté a una persona”, expresó Pedro Héctor Abrego, mientras extendía los dos brazos para que lo esposaran. La oficial Mónica Rodríguez lo miró un poco incrédula, pero después, junto a otro uniformado, lo palpó por arriba de la ropa y le quitó el revolver marca Galand calibre 22 largo que cargaba en su bolsillo y una caja con balas.
Ahí confirmaron que el obrero rural que tenían enfrente era la persona que minutos antes asesinó a balazos a otro jornalero esa calurosa tarde del 18 de marzo de 2007. Los policías ya estaban al tanto, habían recibido varios llamados telefónicos pidiendo una ambulancia y las patrullas por la presencia de un hombre tendido y ensangrentado al costado de la ruta 279, a 400 metros al este de calle 24, en el distrito veinticinqueño de La Chimbera.
Nada se pudo hacer por Sergio Raúl Díaz, la víctima. Los primeros policías que arribaron al lugar junto con el equipo médico constataron que no presentaba signos vitales, además le vieron, como mínimo, tres impactos de balas. El médico legista luego aclaró que eran muchas más las heridas, el cadáver tenía un total 9 impactos de bala.
El trasfondo
Culminaba así una disputa personal o el odio enfermizo de “El Petizo” Abrego contra Díaz. Una historia de mal traer que no se sabe desde cuándo venía, pero que existía. Al menos en la mente “El Petizo”, que pretendía a la mujer de ese otro hombre y no era correspondido. Pero él estaba tan obstinado, que le mandaba mensajes, le hacía insinuaciones y la acosaba cada vez que se encontraban en alguna reunión familiar. Es que Abrego frecuentaba la casa de los parientes de la joven.
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El asesinato se produjo sobre un costado de la ruta 279, en La Chimbera.
Aquello se había convertido en una obsesión. “El Petizo” Abrego entró a desesperarse y enceguecido por su odio preparó esa emboscada asesina. Lo tenía todo pensado. “No vayas a la Fiesta de la Uva y del Deporte”, le escribió a la joven en un mensaje de texto, en referencia al festival que se realizaba ese domingo 18 de marzo en el predio del club La Chimbera.
La emboscada
Esa tarde Sergio Raúl Díaz anduvo visitando a unos amigos y tomó un par de cervezas. Más tarde pasó a visitar a su hermano Carlos, sobre la ruta 279. El muchacho de 26 años se movilizaba en una bicicleta. Se cree que para ese entonces “El Petizo” ya lo había visto y lo iba siguiendo a distancia en su moto Zanella 100cc.
Díaz se quedó un rato charlando con su hermano y sus sobrinos y pasadas las 19 partió de nuevo por la ruta 279, en dirección al predio deportivo donde se realizaba el festival. No llegó a destino. Abrego lo atravesó antes que llegara a la calle 25.
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"El Petizo" Abrego durante su estadía en el penal de Chimbas.
Víctor Morales, un vecino de la zona, declaró que escuchó cinco detonaciones seguidas. Le llamó la atención los estruendos porque les sonaron a disparos de armas de fuego. Al instante oyó cuatro balazos más.
Morales salió a la vera de la ruta y a lo lejos vio una moto detenida a un costado de la banquina y una bicicleta tirada. El hombre enfiló hacía el lugar al notar el alboroto y los gritos de otros vecinos, pero mientras caminaba en esa dirección observó que un hombre se subió a la moto y se marchó a toda velocidad.
Cuando el testigo llegó al lugar se encontró con otras personas que se agarraban la cabeza y se lamentaban. A cuatro metros de un poste de luz y entre unos matorrales, estaba Sergio Díaz tendido y ensangrentado. Se encontraba muerto.
La entrega y confesión
Abrego a todo eso escapó y se dirigió a la casa de su amigo Miguel Baigorria. “Me mandé una macana. Maté al marido de…”, le manifestó apenas lo vio. Para demostrarle que hablaba en serio, le exhibió el revólver que llevaba. El otro hombre trató de calmarlo y le preguntó qué iba a hacer. “El Petizo” le pidió que guardara su moto, pero que antes lo llevara hasta cerca de la comisaría.
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Pedro Abrego al momento de ser trasladado a la sala de audiencia. Foto de Diario de Cuyo.
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Baigorria subió a la moto y, con Abrego de acompañante, partió. Llegaron hasta la calle Nacional, a dos cuadras de la Seccional 32da, y “El Petizo” descendió de Zanella y se despidió de su amigo con un rostro de resignación. Minutos más tarde se produjo esa escena en la mesa de entrada de la dependencia policial, en donde el homicida le confesó a la oficial Rodríguez que acababa de matar a Díaz y se entregó.
Al momento de su detención, el revólver contaba en su tambor con cuatro vainas servidas. Abrego también hizo entrega de una caja con 25 cartuchos. La médica forense María Beatriz Vázquez contabilizó nueve impactos de balas en el cuerpo del jornalero Díaz y afirmó que sufrió un shock hipovolémico a consecuencia de las heridas. La autopsia reveló, además, que cuatro de los disparos los recibió cuando estaba de espalda. Esto último manifiesta el odio que tenía Abrego para con Díaz y la obsesión que lo atormentaba.
Un crimen alevoso
Los investigadores policiales establecieron que Abrego se le atravesó con su moto en la ruta 279 y con el revólver en mano obligó a Díaz a salir a la banquina. Y sin darle chances, le largó los primeros cinco balazos. Fue ahí que el jornalero tiró su bicicleta y corrió para escapar hacia los matorrales de una finca. Acreditaron que volvió a cargar el arma y atacó con otros cuatro disparos a la víctima cuando ésta ya se encontraba vencida e indefensa.
La confesión del propio Pedro Héctor Abrego, el secuestro del arma y los testimonios de los vecinos fueron pruebas irrefutables de su autoría en el crimen. Un año después, “El Petizo” se sometió a un juicio abreviado ante los jueces Héctor Fili, Alfredo Conte Grand y Eugenio Roberto Barbera en la Sala III de la Cámara en lo Penal y Correccional.
El 21 de abril 2008, el tribunal homologó el acuerdo de juicio abreviado y condenó a Abrego a sufrir la pena de prisión perpetua por el delito de homicidio agravado por la alevosía. Actualmente, “El Petizo” continúa alojado en el Servicio Penitenciario Provincial y a sus 52 años goza de las salidas transitorias para trabajar algunas horas del día fuera de los muros de la cárcel.
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