Por Walter Vilca
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Lo llamaron “El descuartizador de Rawson”, pero no llegó a tanto, aunque el asesinato que cometió y lo que hizo después fue igual de macabro que cualquier otro sobrenombre similar le hubiese caído a la perfección. Porque a sus 22 años fue capaz de atacar a su mujer a cuchillazos y golpes con un azadón frente a su pequeño hijo. Y en su demencial idea de ocultar el crimen, metió el cuerpo de la chica –que agonizaba- dentro de una caja, lo arrojó a 3 kilómetros de su casa e intentó prenderle fuego, pero no lo consiguió porque olvidó los fósforos.
Como otras tantas historias de crímenes y miserias humanas, está también superó a la ficción por la descarnada osadía de ese muchacho de nombre José Rolando Navas, y apodado “El Roly”, que una tarde de julio de 1994 acabó despiadadamente con la vida de quien era su pareja, Mariela Dolores Montaño. Ella también tenía 22 años y era madre de un nene de 2 años y medio que, para desgracia suya, presenció el homicidio en la casa de adobe que la familia alquilaba en la calle 11 de Septiembre en Villa Esther, Rawson.
Hay quienes se preguntan aún hoy qué los unió o si alguna vez se quisieron. Ella venía de una larga relación con el padre de ese niño. A él no se le había conocido una novia antes y su problema en el habla –tenía dislalia-, más cierta inmadurez, lo hacía un joven muy reservado e introvertido. Los testimonios dicen que nunca se llevaron bien, que Mariela a veces era dominante y temperamental. “El Roly”, que en aquella época trabajaba en una cerámica, era tranquilo y a la vez muy celoso, pero además se ponía violento cuando tomaba alcohol, entonces se tornaban frecuentes las discusiones y los golpes entre ambos. No tenía mucho futuro esa pareja; es más, él estaba convencido que la chica lo engañaba.
Era la tarde del domingo 24 de julio de 1994 cuando “El Roly” Navas llegó a su casa con unas cervezas encima y tras un cruce de palabras por la comida, de nuevo comenzaron a sacarse en cara sus viejos resentimientos. Mariela estaba en cama y se levantó a tomar unos mates. La discusión continúo hasta que supuestamente se fueron a las manos. Según él, ella lo quiso agredir con un cuchillo que tomó de la cocina y entonces la agarró con intenciones de detenerla.
El ataque
Si fue así, no se sabe. Esa fue la versión de “El Roly”. Ella no llegó a contar lo que realmente pasó, pues esa tarde él la silenció para siempre. Él mismo confesó, en la única declaración que dio apenas cayó preso, que en el forcejeo empuñó el cuchillo y le dio una primera estocada en el abdomen. Su verdadera intención era asesinarla, lo que vino luego lo demostró. Ni bien le dio ese puntazo, le propinó otro a la altura del cuello. Estaba desquiciado y nada lo frenó. No lo conmovió ni la presencia del pequeño hijo de Mariela, que permanecía en la vivienda y fue testigo casual del sanguinario asesinato. No bastó con acuchillarla. En medio de su alocada reacción, levantó una anchada y la liquidó de un golpe tras otro hasta que no se oyeron más los gemidos de dolor de la joven.
El dueño de la propiedad escuchó los gritos y los golpes, pero jamás sospechó que “El Roly” Navas estaba matando a Mariela. El joven, en cambio, en esos momentos pergeñaba su plan macabro para deshacerse del cuerpo de su mujer, que daba sus últimos suspiros sin siquiera poder defenderse y menos detener su tortuosa agonía.
Ahí adentro se respiraba olor a muerte y “El Roly” en lo único que pensaba era en borrar todo vestigio. En su afán por ocultar su crimen, envolvió a su mujer con una colcha y lo metió en la caja de cartón de un lavarropas. Para asegurarse de que no se abriera, tomó un alambre y lo enroscó alrededor como quien prepara un bulto para la basura.
Su atrevimiento fue tal que se cruzó al domicilio de un vecino y pidió prestado un carro de carga tipo triciclo. De paso llamó a otro amigo, de apellido Castro, para que lo ayudara a cargar la pesada caja. Se dijeron muchas cosas, entre ellas que el muchacho partió en ese rodado llevando consigo al niño y atrás un bidón con kerosene y el envoltorio de cartón con el cuerpo de su mujer, que todavía vivía. El informe forense señaló que murió a las horas.
Lo que no se pone en duda es que “El Roly” Navas recorrió al menos diecisiete cuadras, algo de 3 kilómetros por las calles Lemos, Agustín Gómez –conocida también por 5- y Vidart hasta que arrojó el bulto al lado de un árbol, en una finca de Pocito. Ahí roció la caja con el kerosene, pero cuando quiso prenderle fuego se dio cuenta que no tenía fósforos ni encendedor, de modo que optó por retirarse disimuladamente del lugar.
A su regreso, limpió toda la casa con el sólo objetivo de hacer desaparecer las manchas de sangre y otras huellas. Pero poco duró su impunidad. En horas de la tarde del lunes 25 de julio de 1994 una persona encontró la caja y al abrirla se horrorizó. Mediante un llamado telefónico anónimo avisaron a la Policía sobre el hallazgo del cadáver al costado de esa finca de calle Vidart, 200 metros al Sur de calle Agustín Gómez o 5. Tardaron unos días en identificar el cuerpo hasta que establecieron que se trataba de Mariela. Cuando supieron dónde vivía, fueron a su casa y detuvieron a José Rolando Navas, que fingía no saber nada. Los investigadores de la Brigada Sur y la Seccional 6ta reunieron testimonios que indicaban que el domingo 24 escucharon que la pareja peleaba en su casa, eso puso en aprietos y complicó a “El Roly”.
“Que me tengan clemencia”
A dos años de ocurrido el crimen, José Rolando Navas fue sometido a juicio en la Sala II de la Cámara en lo Penal y Correccional. Lo acusaron de homicidio agravado por ensañamiento, pero sus abogados defensores procuraron demostrar de todas las formas que “El Roly” había cometido el asesinato en estado de emoción violenta. También apelaron a hacer ver al joven como una persona con problema de madurez y citaron testigos para intentaron defenestrar a la víctima. Él mantuvo silencio y se abstuvo de declarar frente a los jueces Juan Carlos Peluc Noguera, Félix Herrero Martín y Ramón Avellaneda. Las pocas palabras que dijo fueron antes del veredicto: “Señor juez, pido perdón y que me tengan clemencia”.
El fiscal solicitó una pena de 16 años de prisión, pero los jueces fueron por demás condescendientes con “El Roly”. En su fallo señalaron que no pudieron dar por acreditado que hubo ensañamiento y calificaron el crimen como homicidio simple. Por otro lado, consideraron como agravantes la naturaleza y la modalidad del hecho y como atenuante la juventud, la falta de antecedentes penales, la confesión y el arrepentimiento del acusado. Así fue que condenaron a Navas a la pena de 9 años y 6 meses de prisión.
Eran otros tiempos, no existía el concepto de femicidio y de seguro si hoy juzgaran al joven por el mismo asesinato se hubiese hecho merecedor de la pena de reclusión perpetua. Pero eso no ocurrió. El joven, alguna vez mal llamado “El Descuartizador de Rawson”, fue enviado a la cárcel y a los años cumplió su condena. Actualmente se desconoce qué es de su vida.
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