Basado en un paquete de galletitas o un mazo de cartas que se extienden de modo horizontal sobre una mesa, inventó una idea súper didáctica para explicarles a los niños (y no tan niños), el motivo por el que en Ischigualasto se puede ver de modo secuencial, una al lado de otra, las distintas etapas del periodo Triásico. La idea se le ocurrió mientras caminaba por el Parque, aquel que recorre desde hace 28 años. Se trata de Omar Alé, uno de los guías más antiguos del Valle de la Luna, confeso fanático del lugar del que conoce prácticamente todos sus rincones.
Con 54 años, el sanjuanino lleva más de media vida en aquellos terrenos que habitaron los dinosaurios. “Para mí es un orgullo trabajar en el principal atractivo turístico que tiene la provincia y que es Patrimonio de la Humanidad”, dice ni bien alguien consulta por su tarea. Y confiesa: “A pesar del paso del tiempo, es una actividad que no cansa. Yo sigo disfrutando y queriendo el lugar como el primer día”.
Nacido en Rawson, Omar estudió la carrera Turismo casi por casualidad. “Siempre me pregunté, ¿cómo llegué acá? Porque siempre fui un amante de las matemáticas, pero justo cuando tenía que empezar a estudiar abrió la carrera de Turismo en la Facultad de Filosofía –de la UNSJ-. Me enteré, me inscribí y bueno, parece que esa era mi vocación oculta”, relata el hombre que tiene dos hijos de 20 y 24 años.
Al pie de El Hongo, el guía destaca además, quienes trabajan en el parque deben vivir gran parte del año en el lugar. “El sistema de trabajo que tenemos es por turnos y durante 10 días vivimos en el parque. El ‘Gran Hermano’ es un poroto –dice entre risas-. Además de las tareas diarias que tenemos, que son muy variadas, está la convivencia, que no es muy fácil porque somos entre 12 y 15 personas las que compartimos cada turno”.
Como parte de su tarea, Omar realiza el recorrido turístico de Ischigualasto varias veces al día. Él es uno de los que acompaña a las caravanas de visitantes, que recorren 40 kilómetros de aquel suelo terregoso para detenerse en las cinco estaciones: Valle Pintando, Cancha de Bochas, Submarino, Museo de Sitio William Sill y El Hongo.
Pero su tarea no termina ahí. “Ischigualasto tiene 63.000 hectáreas y nosotros solo recorremos un 10% con los turistas. Pero también debemos hacer recorridos por la zona intangible, porque tenemos la tarea de protección en ese espacio. Hacemos relevamientos, verificamos que está todo en orden, que no haya intrusos, que los animales estén bien. Esas funciones de conservación nos permiten recorrer lugares que pocos conocen”, revela Omar.
Un momento bisagra
Si bien Omar tiene una infinidad de anécdotas y recuerdos en torno a su trabajo en el parque, hay un día que le quedó marcado a fuego en su memoria: el 12 de julio de 2015.
Durante esa jornada, un fuerte viento comenzó a correr en el lugar y, en medio del temporal, la formación conocida como El Submarino perdió una de sus partes. El guía relata que, él y un compañero fueron los últimos en ver la roca completa, sin siquiera sospechar lo que sucedería.
“El viento era tan fuerte, que suspendimos el ingreso de las caravanas. Cuando se pudo volver a ingresar, otro guía descubrió que El Submarino había perdido uno de sus periscopios”, recuerda Omar. Y agrega, “entendemos que el proceso de formación de Ischigulasto tiene que ver justamente con la modificación de su terreno de modo natural. Sin embargo, nos dolió mucho. Si bien ahora ya no tiene forma de submarino y se parece más a una locomotora, para nosotros su nombre no cambiará”.
Para finalizar, reflexiona: “Esa es justamente la magia de Ischigualasto. Muchas formaciones han caído y otras se han ido moldeando. Además, tiene 63.000 hectáreas en total, aún hay muchas formas más por descubrir con el fin de mostrarlas en el futuro”.