"Con respecto a mi profesión actual de abogado, puedo decir que siempre me ponía del lado del que menos protección tenía. Y no es para hacerme el defensor de pobres y ausentes, cosa que muchas veces me dijeron, pero siempre me gustó defender la verdad. Siempre tuve mucha habilidad también para el discurso, la palabra, soy muy buen lector, desde muy chico me encantaba leer libros, todavía lo sigo haciendo cuando puedo", cuenta a TIEMPO DE SAN JUAN.
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Hernández (a la derecha), en sus épocas de militancia bloquista, junto a Leopoldo Bravo y Javier Caselles.
Estudió Abogacía en la Universidad Nacional de Córdoba, donde conoció a Rosana, su compañera de vida y fe. Supo militar en el Partido Bloquista. En 2005, tras ganar un concurso de antecedentes, Hernández asumió el cargo de Juez de Faltas municipal, una labor que ejerce con plena convicción. Para él, el rol de juez no es un simple trabajo, sino que nace desde el corazón.
"Mi función de juez es realmente una vocación. Creo, me siento muy bien, me siento muy cómodo, me gusta mucho cómo puedo ayudar a hacer de la convivencia ciudadana un poco mejor. No no me veo como un juzgador, digamos, estricto, rígido, aplicando la ley a rajatabla, sino más bien una persona que busca reparar el daño producido por la infracción", dice.
Su día a día está marcado por una variedad de situaciones, desde faltas de tránsito y problemas ambientales hasta la ocupación de espacio público. En todas ellas, su objetivo es más pedagógico que punitivo: "No soy un castigador, un buscador de que se paguen multas y nada más, sino de buscar que la gente comprenda que la mejor forma de convivir es en forma ordenada, respetando el derecho de cada uno, y para eso estamos".
"Tuve total libertad para elegir qué quería estudiar, pero la vocación de abogado me aplastaba, no podía ser otra cosa que abogado. Por eso sufro mucho a veces cuando veo personas que son abogadas pero no lo sienten, y así también sufren ellos y hacen sufrir a veces a los demás".
Un camino de servicio inesperado
La fe siempre ha sido el pilar de su vida, inculcada por sus padres. Se casó con Rosana, una jachallera "muy cristiana" y juntos establecieron una familia basada en principios cristianos. Pero dice que nunca quiso ser sacerdote: "inclusive nunca fui parte de de grupos de la iglesia en mi juventud, para nada, era de ir a misa y punto". Así, el diaconado no fue un plan preestablecido.
"Al diaconado, es algo que tampoco me lo planteé como si fuera mi objetivo en mi vida, nada que ver. El diaconado llegó, como creo que ha llegado todo lo bueno que he tenido, que tengo, que en realidad se me da".
Su camino de servicio pastoral, inicialmente compartido con Rosana -quien muchas veces tomó la iniciativa-, se fue profundizando. Fue un fraile franciscano quien vio en él la aptitud para el servicio y lo invitó a la escuela de ministerios. El proceso fue largo y demandante: más de diez años de formación académica, espiritual, pastoral y bíblica, que muchas veces se extendía hasta la medianoche después de su jornada laboral. Así, Horacio fue ordenado diácono permanente el 25 de abril del 2025.
¿Qué significa este rol? "Ser diácono es ser servicial, es ponerse al servicio. Es más, la palabra diácono significa eso: servicio. Estamos para ayudar. Ayudamos en una comunidad a rezar. Ayudamos en una comunidad a cantar, a conocer más de Jesús a través de la catequesis. Es mucho más que eso. Es, como dije, el servicio y un servicio amplio", explica.
Como diácono, participa en el orden sagrado, junto a presbíteros y obispos, pero tiene claro que no es un "cargo eclesiástico" al que se pueda aspirar a subir escalones; su esencia es el servicio donde el obispo lo designe. Actualmente, sirve en la Iglesia Catedral. Sus actividades son intensas y muchas.
"Realizo servicios a diario, otros cada tanto. Participo los bautismos, todos los sábados en la catedral, siempre se celebran bautismos. También me ha tocado celebrar un matrimonio. Las exequias también son muy seguidas. Y la prédica de la palabra de Dios cuando corresponde, cuando hace falta. También colaboramos en las obras de de Cáritas, en visitar enfermos, hacer bendiciones de algún hogar, de vehículos, de alguna obra, de enfermos, visitar ancianos, todo eso es parte de mi vida de diácono. Muchas de estas cosas ya las hacía desde antes de ser diácono, como llevar la comunión a personas mayores, como también hacer actividades pastorales, misionales. Lo que pasa es que ahora como diácono también uno tiene la posibilidad de bendecir y de llevar también la Palabra de otra manera", describe.
El "plus" de la fe en el Juzgado
La gran curiosidad de su vida es cómo conjuga la aplicación estricta de la ley con el llamado a la misericordia propio de su fe. Para Horacio, la respuesta está en ser una buena persona, algo que, según su convicción, se logra mejor siguiendo a Jesucristo.
"Yo considero que para ser buena persona no hay mejor camino que seguir las enseñanzas de Jesucristo. La mejor manera de enfrentar la vida, de enfrentar mis responsabilidades, de hacer lo que tengo que hacer como padre, como hermano, como laburante, como ciudadano, es a través de lo que yo he aprendido y que llevo adentro, que es a Dios, es el Espíritu Santo, es la enseñanza de Jesucristo".
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Horacio Hernández con su familia, cuando fue ordenado diácono permanente este año.
Niega que su fe lo haga más indulgente o más estricto que cualquier otro juez. Él aplica la ley como corresponde, pero hay un elemento adicional que lo diferencia: "Simplemente aplico la ley como corresponde, pero por supuesto, hay un plus en la vida. Es la que yo trato de hacer en mi vida, que es que más que yo hablarles a las personas, me gusta más escucharlas".
Reconoce que muchos infractores llegan al Juzgado con una "carga, con tanta problemática, con tanta angustia", y muchas veces lo único que necesitan es que se los atienda con atención genuina, sin poner la "oreja de plástico". Este es el punto donde su vida espiritual se integra al trabajo, sin poder ser "dividida".
Su filosofía de vida es franciscana: "Somos en eso bastante fieles a la enseñanza de San Francisco de Asís, que te decía que uno tenía que florecer allí donde te planten. Florece allí donde te planten, es decir, ahí donde estés, donde te tengas que actuar, trabajar, cumplir tu misión, bueno, aportar a lo tuyo. Hace que que los demás tengan una vida un poco más feliz...".
Y agrega: "También me gusta recordar otra otra frase de San Francisco, que dice que uno debe actuar de tal manera que para los demás seamos un evangelio viviente, y que muchas veces esas personas solo vean el evangelio a través de nuestros actos, de nuestros gestos".
Hernández mira al futuro confiado en el apoyo de sus afectos: "Ojalá tenga la fuerza, ojalá tenga la el aguante, ojalá que mi familia me siga bancando. Rezo mucho por ello, rezo mucho por todos los que necesitan de una oración y de un acompañamiento, y pido a Dios que, bueno, que como dije desde un principio, no sé bien hacia dónde voy, pero sí sé que quiero estar al lado del Señor... Me hace bien, me hace feliz, hago el bien a los demás, y no puedo pedir más. Eso para mí es la receta de la felicidad".