Hay silencios que hablan más fuerte que un discurso. En política, uno de esos silencios es la ropa. El traje elegido, el color de una corbata, una blusa blanca o una camisa arremangada, un cabello despeinado y hasta dar entender que la moda no importa, pueden definir la percepción de un candidato mucho antes de que pronuncie la primera palabra. La moda, en este terreno, no es frivolidad: es estrategia, es comunicación, es poder.
A lo largo de la historia, los grandes líderes comprendieron que el vestir no es un simple acto estético, sino un gesto profundamente político. Evita Perón, por ejemplo, entendió que un vestido podía ser símbolo de cercanía o de distinción. Su imagen cuidada, sus peinados impecables y su ropa elegante la convirtieron en un ícono que representaba tanto la aspiración de las mujeres trabajadoras como la sofisticación de quien tenía voz en las altas esferas. Margaret Thatcher, la “Dama de Hierro”, convirtió sus trajes sobrios y sus perlas en un uniforme de autoridad inquebrantable. John F. Kennedy con su elegancia fresca, Barack Obama con su corbata azul —símbolo de confianza y calma—, Mauricio Macri con sus camisas celestes y mangas arremangadas o Cristina Fernández de Kirchner con sus toques de color y estilo propio, son ejemplos de cómo la indumentaria no se improvisa: se calcula, se piensa, se planifica.
Los colores son un lenguaje político en sí mismos. El rojo habla de poder, pasión y decisión; el azul transmite calma y confianza; el blanco se asocia con transparencia, pureza y unidad. No es casualidad que, en momentos de tensión social, muchos candidatos apelen a camisas blancas o looks más neutros, buscando bajar la intensidad del mensaje verbal con una señal visual de serenidad. Incluso los accesorios —un pañuelo, un prendedor, una bufanda— pueden convertirse en símbolos cargados de sentido.
La vestimenta también se adapta al contexto. No es lo mismo un debate televisivo, donde un saco demasiado oscuro puede transmitir rigidez, que una caminata de campaña en un barrio, donde la ropa más simple y cómoda genera cercanía. El candidato que arremanga su camisa frente a las cámaras no solo lo hace por confort: está enviando un mensaje de compromiso, de “estar trabajando”, de ser uno más entre la gente. Esa construcción visual es tan política como cualquier slogan de campaña.
Lo fascinante es cómo los votantes perciben —consciente o inconscientemente— estos detalles. La ropa influye en la credibilidad, en la empatía, en la confianza que genera un rostro. Un líder vestido con austeridad puede transmitir honradez en tiempos de crisis, mientras que otro, con un estilo sofisticado, puede inspirar respeto y autoridad. En ambos casos, la prenda se convierte en argumento silencioso.
En un mundo saturado de palabras, la moda en la política se transforma en un discurso paralelo. Uno que no necesita micrófonos ni pancartas para hacerse oír. Porque antes de escuchar al candidato, lo miramos. Y lo que vemos condiciona, inevitablemente, lo que creemos.
Embed - Tiempo de San Juan on Instagram: "Columna La política también se viste: el poder silencioso de la moda en campaña El vestir en política es un acto de coherencia entre lo que se dice y lo que se muestra. Un saco mal elegido puede arruinar un discurso brillante, así como un detalle bien pensado puede potenciar un mensaje al máximo. Leé la imperdible columna de @raffa_andrada de este miércoles con "M" de moda en Tiempo de San Juan. Mas info en @tiempodesanjuan #columna #moda #politica #estilo #tiempodesanjuan"
La moda en la política no se trata de frivolidad ni de tendencias pasajeras. Se trata de identidad, de estrategia y de un lenguaje universal que todos comprendemos aunque no lo notemos. Al final del día, cada botón abrochado, cada color elegido, cada gesto estético, habla de un proyecto, de una visión y de una manera de entender el poder.
Como estilista y amante de la moda, no puedo dejar de verlo: el vestir en política es un acto de coherencia entre lo que se dice y lo que se muestra. Un saco mal elegido puede arruinar un discurso brillante, así como un detalle bien pensado puede potenciar un mensaje al máximo. La moda es ese puente invisible entre el candidato y la gente, un código que todos leemos sin necesidad de estudiarlo. Y por eso, en tiempos de elecciones, recordar que la ropa también vota no es exageración: es pura realidad.