Entre lo romántico y lo moderno, los lunares regresan esta temporada con fuerza. Cómo elegirlos según nuestro cuerpo y por qué esta tendencia encaja, de una manera sutil, con la identidad estética de San Juan. Leé la columna completa de Raffa Andrada pata Tiempo de San Juan, en este miércoles con "M" de moda.
Los lunares vuelven cada cierto tiempo. Se retiran, se calman, se silencian… y después regresan. Esta primavera–verano 2025/2026 ya los estamos viendo en colecciones internacionales y marcas locales. No lo hacen de manera estridente, ni como algo que pretende imponerse. Vuelven como esas cosas que ya conocemos y que guardan una nostalgia amable: los vestidos de verano, las camisas frescas, los pañuelos que se heredan. La moda de los lunares tiene memoria, y quizás por eso tiene tanta permanencia.
Esta temporada los vemos en todas partes: en gasas livianas, en algodón suave, en seda, en organza y hasta en tejidos más estructurados. Están en la ciudad, están en las pasarelas y están también en las mujeres comunes que vuelven a encontrar en los lunares algo alegre, sutil y elegante. Algo que no busca gritar, sino acompañar.
Aunque los lunares tienen una belleza que atraviesa estilos y edades, cada una puede encontrar la versión que la acompañe. No se trata de reglas ni prohibiciones, sino de mirar cómo el diseño dialoga con nuestro cuerpo y nuestra forma de movernos en el mundo.
Los lunares pequeños los más finos, delicados suelen suavizar la mirada y estilizar la figura. Funcionan muy bien cuando queremos una sensación de calma visual. Son ideales en camisas, blusas livianas y vestidos que caen con gracia. En mujeres que prefieren la sutileza, estos lunares se sienten como un susurro.
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Los lunares grandes, en cambio, son presencia. Dan fuerza, presencia escénica, energía. Pueden ser maravillosos en faldas amplias, en vestidos con movimiento o en prendas que busquen protagonismo. La clave es el equilibrio: si la prenda ya tiene volumen, el lunar grande es mejor en telas más planas; si la prenda es simple, el lunar grande puede ser el punto de impacto.
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Y después están los lunares medianos, los más versátiles, esos que funcionan en casi todos los cuerpos porque no exigen ni piden nada: simplemente acompañan.
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Ahora bien, ¿qué pasa con San Juan? ¿Son compatibles los lunares con nuestra estética local? La respuesta es sí, y de una manera muy interesante.
San Juan es una tierra de texturas: piedra, arena, viento, sol. Nuestra identidad visual está marcada por lo natural, por lo sobrio y por lo terroso. Los lunares, cuando están en tonos neutros, tierra o combinaciones suaves, dialogan perfectamente con esta paleta. No necesitan ser blanco y negro para ser lunares. Pueden ser arena y chocolate, terracota y crema, uva y rosa viejo. Cuando adoptan esos tonos, dejan de sentirse citadinos y se vuelven profundamente nuestros.
La moda no es solo lo que se usa: es cómo lo interpretamos según quiénes somos y dónde vivimos. Y en una provincia donde el paisaje invita a lo simple y lo esencial, los lunares pueden ser esa cuota justa de juego, sin perder el equilibrio.
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Quizás de eso se trate la elegancia hoy: de elegir aquello que nos representa, que nos acompaña, que no nos exige. De vestirnos con lo que somos, y no con lo que se espera.
Los lunares vuelven, sí. Pero vuelven de forma suave. Como las cosas que no se fuerzan porque, en el fondo, nunca se habían ido.