Ni fue una noche de paz y menos de amor. Más que el espíritu navideño, en esa mesa reinaba un sentimiento de hartazgo e impotencia por parte de las dueñas de casa, y de rabia, en ese joven novio que se preguntaba qué hacía ahí.
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SUSCRIBITENi fue una noche de paz y menos de amor. Más que el espíritu navideño, en esa mesa reinaba un sentimiento de hartazgo e impotencia por parte de las dueñas de casa, y de rabia, en ese joven novio que se preguntaba qué hacía ahí.
Las sonrisas falsas, el brindis por compromiso y los deseos vacíos de esa madrugada sólo sirvieron para emborrachar de a ese muchachito llamado Héctor, que se desconcertó de un momento a otro cuando Gabriela le comentó que saldría con su mamá a saludar a una familia amiga de apellido Ruiz. Él frunció las cejas y, de manera tajante, le respondió que no iría a ningún lado.
Gabriela insistió y fue determinante. Le aclaró que quiera, o no, igual se marcharía. Doña Trinidad salió en defensa de su hija, que, blanqueándole los ojos a Héctor, lo dijo todo. Este no se dio por aludido. Por el contrario, más se envalentonó. Se puso de pie, agarró una botella de sidra de la mesa y la reventó contra la pared, buscando intimidarlas.
La joven y su madre no toleraron la violenta actitud y, sin decir una palabra, salieron de la casa de la calle Independencia en Villa Del Carril, en San Juan Capital. Ambas se alejaron caminando, la familia a la que pretendían saludar vivía a unas diez cuadras de allí. Mientras tanto Héctor se quedó sentado frente a la mesa, puteando y maldiciendo a la chica y a su suegra.
Estuvo unos minutos mirando la mesa. Y en vez de tranquilizarse, buscó justificarse y culpar a las mujeres de su amarga noche, mientras se repetía que esto no quería así. Después caminó hasta el patio, tomó su bicicleta y partió con la intención de alcanzar a su novia y su suegra. La versión es que llegó a la casa de la familia Ruiz, pero no encontró a las mujeres. Eso lo exasperó.
Estaba tan alterado que siguió pedaleando y fue a buscar un revólver calibre 22. Cuando tuvo el arma en la cintura, se puso a dar vueltas por las calles los alrededores de la casa de esa familia Ruiz por si veía a su novia y a su suegra hasta las divisó a lo lejos. Eran pasadas las 2 de la mañana de la Navidad de 1994. Se dirigió hacia ellas y les cerró el paso sobre la calle España, cerca de Mariano Moreno.
Algo se dijeron, pero Héctor fue más rápido gatilló el revólver marca Bagual. Dos veces intentó disparar, pero las balas no salieron. Doña Trinidad ahí se le fue encima y le lanzó unos carterazos por la cabeza. A todo eso la chica imploraba a su novio que se detuvieran. Él no se dio por vencido y accionó nuevamente el gatillo. Se escucharon dos detonaciones. Uno de los balazos atravesó el brazo de la mujer de 47 años. El tiro impactó en su axila izquierda. Ese proyectil continuó su trayectoria y quedó alojado en el tórax.
Desquiciado y preso de su despecho, el muchacho miró a su alrededor buscando a su novia. Cuando vio que ésta se alejaba, la persiguió y largó otros dos disparos. Gabriela, de 20 años, recibió los impactos en la cadera y en un brazo.
La primera nota periodística referida al caso hacía mención que el joven sólo hirió a la suegra. A posteriori trascendió que también había baleado a su novia.
Los gritos desgarradores de las mujeres se confundían el ruido de los fuegos artificiales esa noche de Navidad. Las dos luego fueron auxiliadas por los vecinos. Héctor ya había huído en su bicicleta.
Las dos víctimas del demencial ataque fueron asistidas esa noche en el Hospital Guillermo Rawson. Por suerte, Héctor no tenía buena puntería. Si bien los disparos impactaron en zonas vitales, no llegaron a comprometer seriamente la vida de ambas.
Esa misma noche, la Policía salió a buscar a ese muchacho de nombre Héctor Manrique. Los testimonios tomados a la joven y a su madre fueron claros y contundentes, el autor del ataque a balazos había sido el novio de la chica. Además, aseguraron que otras veces ya había agredido a la chica. Horas más tarde lo detuvieron y le secuestraron el revólver calibre 22 marca Bagual.
El joven de 22 años fue indagado y procesado por el delito de homicidio en grado de tentativa. Y bajo esa calificación, los jueces Raúl Iglesias, Diego Román Molina y Arturo Velert Frau juzgaron en la Sala I de la Cámara en lo Penal y Correccional. La fiscal Alicia Esquivel, a la hora de los alegatos, pidió una pena de 8 años de prisión.
El tribunal no tuvo dudas de la autoría del hecho por parte de Manrique y remarcaron que su acción demostró un claro desprecio por la vida del otro, aunque también dijo que le jugaba a su favor la falta de antecedentes. Fue así que el 14 de diciembre de 1994, a casi un año de aquella trágica Navidad en Villa Del Carril, condenaron al joven a la pena de 7 años de cárcel y lo enviaron al penal de Chimbas.
FUENTE: Sentencia de la Sala I de la Cámara en lo Penal y Correccional, artículos periodísticos de Diario de Cuyo y hemeroteca de la Biblioteca Franklin