Mucho tuvo que ver la debilidad de ambos por la bebida en esta tragedia. No hubo nadie que dijera en ese momento que entre Orlando Hipólito Pérez y Juan Carlos Balmaceda existiera una rivalidad o algún conflicto de antes.
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Escenario. El asesinato ocurrió en esta finca situada en la calle 8, en Médano de Oro. Foto de Diario de Cuyo.
Los unía el oficio del trabajo en el campo, más allá de las diferencias de edad. El hombre mayor tenía 67 años, mientras que el muchacho, 23. Además eran vecinos del Médano de Oro. Pérez poseía una casa en la finca donde era el encargado, sobre la calle 8, entre Belgrano y López y Planes. Balmaceda trabajaba en una propiedad lindera y vivía sobre la calle Alfonso XIII.
Un encuentro casual
Era de tarde aquel miércoles 14 de septiembre de 1994, cuando el joven changarín pasó en su bicicleta por la calle 8 y encontró a Pérez en la puerta de la finca en la que trabajaba. Se saludaron, charlaron unos minutos y de pronto el encuentro fue la mejor excusa para compartir un vino. Así empezó la reunión, que se extendería por largas horas, entre estos dos supuestos amigos.
Fueron a comprar vino un par de veces y el alcohol comenzó a sentirse en el cuerpo de ambos. Los vecinos aseguran que Orlando Pérez era un laburante y excelente persona. Su único problema era que llegaba el fin de semana y se le daba por tomar. Su vida no fue fácil, había enviudado joven y tuvo que hacer frente a la adversidad junto a sus siete hijos.
El hombre de mayor de edad y el joven se conocían porque trabajaban en fincas linderas. Ambos se encontraron de casualidad y compartieron unos vinos.
Posiblemente el alcohol lo transformaba en otra persona, o no. Lo mismo que a Balmaceda, que era conocido en la zona como otro trabajador rural y sin antecedentes penales. Aunque los vecinos comentaron que en aquellos años decían que el muchacho se ponía cargoso y pendenciero cada vez que se emborrachaba.
Nadie puede afirmar qué sucedió esa noche en que el encargado de finca y el joven changarín se pasaron de vueltas con el alcohol. Quién sabe qué pasó. A lo mejor se desconocieron por un absurdo mal entendido, una broma pesada que no le cayó bien a uno o porque los dos se pusieron violentos y ninguno quiso ser menos.
Por un ciclomotor
Si se debe creer la versión de Pérez -la única, por cierto-, que tampoco recordaba bien qué pasó; el problema lo inició el propio Balmaceda. El viejo trabajador rural relató que, mientras bebían, el joven intentó robarle su ciclomotor 50 cc que tenía bajo la galería del rancho.
Un familiar de Pérez aseguró que éste solía contar que, en realidad, esa noche dejó a Balmaceda y se fue a dormir porque estaba borracho y muy cansado. Que se encontraba acostado en su cama y que luego el joven entró a la habitación pateando la puerta y con un cuchillo en la mano. Según esa versión, el muchacho lo increpó y le dio varios puntazos en el cuerpo con el arma blanca con la intención de sacarle plata y llevarse la moto.
Un testigo
Esa fue supuestamente la primera agresión o pelea que generó el pleito. Todo es confuso hasta ahí. Lo que es cierto fue que pasadas las 23 horas del día 14 de septiembre de 1994, Pérez se trasladó a la casa de su vecino Jorge Romeu y le pidió ayuda. Le dijo que buscara a su hijo, que vivía en otro lugar del Médano, para que fuera a defenderlo porque Balmaceda lo estaba golpeando y quería llevarse su moto.
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El lugar. El asesinato se produjo en una finca situada en calle 8, cerca de Belgrano.
Esto lo contó Romeu en la causa. Declaró que notó que Pérez se encontraba nervioso y ebrio, y evidenciaba raspones y manchas sangre en el cuerpo. En ese relato, aseguró que en el momento en que dialogaban en su propiedad vieron pasar a Balmaceda por la calle, empujando el ciclomotor de Pérez.
Este último salió en ese instante a parar a Balmaceda y otra vez se trenzó con el joven en un forcejeo. La moto quedó tirada en el suelo, ante eso Romeu caminó hasta la calle, levantó el rodado y, mientras los otros peleaban, lo guardó en su lote con la idea de devolvérselo a Pérez al otro día.
El segundo enfrentamiento
El testigo nunca supo qué hablaron Pérez y Balmaceda en esos instantes, porque después los dos regresaron a la casa del veterano. Según la causa judicial, el encargado de finca le dijo al joven que se calmara, que le iba a regalar la moto y así lo convenció para que retornaran al rancho.
La tranquilidad no duró mucho. Al rato volvieron a enfrentarse y supuestamente Balmaceda agredió de nuevo a Pérez con el cuchillo. En esos segundos, la rabia o la impotencia se apoderó del hombre mayor, que en un descuido del changarín agarró un palo que servía para ahuyentar a las comadrejas y le dio un furioso garrotazo en la cabeza. Esto es lo que se describe en el expediente.
Primero fue un certero golpe en la cabeza con un palo, después vino el furioso ataque con el hacha.
Balmaceda cayó al piso, posiblemente aturdido y sin poder levantarse. Ahí, Pérez miró a su alrededor y tomó un hacha que estaba apoyada en una pared de la casa. Y enceguecido, comenzó a pegarle al joven con el filo de la pesada herramienta. Lo masacró mientras éste se encontraba indefenso.
Múltiples heridas
Pérez ni se acordaba cuántos golpes le propinó. Los informes de los médicos legistas y del forense señalaron que el cuerpo de Juan Carlos Balmaceda presentaba, al menos, 13 heridas producidas por los golpes con el hacha. Cuatro de esas heridas fueron mortales porque se localizaron en el rostro y el cráneo de la víctima.
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La calle. Así se ve hoy la calle 8, escenario de aquel brutal crimen ocurrido en 1994.
Para cuando llegó el hijo de Pérez a la finca de la calle 8, su padre estaba sentado tomándose la cabeza y lamentándose al lado del cadáver de Balmaceda. El joven levantó a su papá y juntos se trasladaron a la casa de un amigo, de nombre Manuel Rodríguez, quien los asistió y buscó a la Policía para poner en conocimiento del trágico suceso.
En la madrugada del 15 de septiembre de 1994, los policías de la Comisaría Sexta y de la Brigada de Investigaciones Sur detuvieron al hombre de 67 años, secuestraron el garrote y el hacha con manchas de sangre. La primera imputación contra Pérez fue por el delito de homicidio agravado por alevosía.
La condena y un trágico final
Durante el juicio, desarrollado entre fines de octubre y los primeros días de noviembre de 1995, la defensora oficial Alicia Pontoriero procuró instalar la teoría de la defensa propia o un homicidio cometido en estado de emoción violenta. Orlando Pérez siempre sostuvo que no recordaba bien qué ocurrió, pero juró que fue Balmaceda quién inició la pelea y lo agredió con el cuchillo.
El fiscal de cámara Gustavo Manini insistió en que el crimen fue alevoso. Que Pérez no tenía justificativo para atacar de esa manera al joven changarín y que lo agredió a traición. En su alegato solicitó la pena de prisión perpetua contra el encargado de finca.
Los jueces Ricardo Conte Grand, Héctor Fili y José Domínguez de la Sala III de la Cámara en lo Penal y Correccional tuvieron otra interpretación. Para los magistrados no hubo dudas de la autoría de Orlando Hipólito Pérez en el crimen. Las pruebas y su propia confesión, aunque no admitió toda su responsabilidad y culpó a la víctima, lo incriminaban solo a él.
El fiscal solicitó la condena por homicidio agravado por la alevosía. La defensa pidió que encuadren el crimen como un acto de defensa propia o un asesinato cometido en estado de emoción violenta.
Ahora bien, señalaron que no se cumplió lo requerido para encuadrar el asesinato como un acto de defensa propia o la emoción violenta producto de un rapto de ira. Sostuvieron que tampoco era aceptable el agravante de la alevosía, por esto de que supuestamente existió una pelea previa y Balmaceda también hirió al sexagenario con un arma blanca. De esa manera, el tribunal resolvió condenar a Pérez por el delito de homicidio simple y lo castigó a la pena de 8 años de prisión a cumplir en el Servicio Penitenciario Provincial.
Los vecinos de Médano de Oro no olvidan aquel trágico episodio. Lo que cuentan hoy es que Orlando Hipólito Pérez permaneció encerrado algunos años en el penal de Chimbas y, al recuperar la libertad, regresó a la misma finca de la calle 8.
Jamás pudo dejar la bebida. Y por esas ironías de la vida, el mismo vicio que lo metió en problemas por el asesinato, lo llevó a la muerte. Un día de febrero de 2004, mientras caminaba en estado de ebriedad por una calle del Médano, cayó a una acequia y se ahogó.
FUENTE: Sentencia judicial de la Sala III de la Cámara Penal y Correccional, artículos periodísticos de Diario de Cuyo, hemeroteca de la Biblioteca Franklin Rawson y testimonios de vecinos.