El caso Jonathan Bravo, el niño que apareció estrangulado dentro de una acequia en Villa Benavidez
Tenía 13 años cuando lo hallaron muerto dentro de una acequia, en la entrada de la Villa Benavidez, en mayo de 2003. Había sido estrangulado. El único acusado fue absuelto por el beneficio de la duda.
Los tres testigos que podrían haber develado qué pasó esa noche se contradijeron y hasta mintieron. El hermano primero afirmó que Jonathan se marchó solo; después aseguró que la última vez que lo vio estaba con el único acusado. El amigo, en un principio, juró que no sabía nada; luego apuntó contra el imputado y, finalmente, confesó que mintió. Otro testigo, un exconvicto, también señaló que el chico de 13 años se quedó a solas con el vecino detenido, pero tanto el hermano como el amigo de la víctima lo desmintieron y su declaración fue tachada por nula.
Lo poco que arrojaron los testimonios fue que Jonathan Emanuel Bravo entró caminando por uno de los pasillos de la Villa Benavidez y no lo vieron más. Jamás se supo, a ciencia cierta, a dónde ni con quién se fue esa noche entre los últimos minutos del domingo 11 de mayo y la primera hora del lunes 12 de mayo de 2003. Ahí empezó el misterio. Al chico de 13 años lo encontraron muerto la mañana siguiente, dentro de una acequia ubicada en una de las entradas del antiguo asentamiento de Chimbas. Estrangulamiento, reveló el informe forense. Y aunque días más tarde la Policía detuvo al supuesto asesino, la teoría oficial en torno al asesinato se cayó durante el debate del juicio oral y público, y el caso nunca fue esclarecido.
Cadaver
Levantamiento del cadáver del niño. Foto de Diario de Cuyo.
Jonathan tuvo una infancia sufrida. Él y sus dos hermanos habían sido abandonados por su mamá cuando eran pequeños. Su tía paterna prácticamente ocupó el rol de madre y los cuidó por algunos años en el barrio Pateta, en Chimbas, hasta que a fines de 2002 volvieron con su papá y la nueva pareja de este a la popular Villa Benavidez. El chico contaba con apenas 13 años. Solía levantarse temprano para salir de ese laberinto de ranchos ubicado frente a la avenida Benavidez y acompañar a su padre a vender frutas y verduras en su carro por Concepción y Chimbas.
El niño concurría a una escuela de la zona y transitaba su adolescencia entre los pasillos de la villa y las largas horas compartidas con sus amigos. La noche del domingo 11 de mayo de 2003, según la versión que reconstruyó la Policía y luego sostuvo la fiscalía, Jonathan estuvo jugando a la pelota junto a su hermano Matías y otros chicos del barrio. En los primeros minutos del lunes 12 de mayo, los testigos aseguraron haberlo visto caminar hacia el pasillo de ingreso a la villa, sobre la calle Chubut. A la mañana siguiente, alrededor de las 9, un vecino que pasaba por el lugar vio algo en el fondo de una acequia, en la entrada de la villa. Al acercarse, descubrió el cuerpo de un niño. La Policía confirmó que se trataba de Jonathan Bravo, el chico de 13 años que la noche anterior había estado jugando al fútbol a pocos metros de allí.
El hallazgo causó conmoción en todo el barrio. La escena era brutal: su cabeza estaba parcialmente sumergida en el agua y tenía los brazos extendidos, cruzados por encima de los hombros. Le faltaban las zapatillas. Su viejo jean se veía desprendido, las medias casi salidas, y el buzo y la campera que vestía estaban levantados hasta la altura de las axilas. Un detalle que llamó la atención fue el hallazgo de huellas de arrastre en el pasillo hasta la acequia, lo que instaló la fuerte evidencia de que una o más personas sacaron al chico —ya fallecido— del interior de la villa y lo arrojaron en ese cauce.
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El titular de Diario de Cuyo sobre el asesinato.
Desde ese momento comenzaron los interrogantes, y las sospechas se dirigieron de inmediato hacia el entorno más cercano. La autopsia realizada por la médica forense María Beatriz Vázquez determinó que Jonathan Bravo murió por asfixia mecánica por estrangulamiento. Además, presentaba un surco visible en el cuello y escoriaciones compatibles con arrastre. Se detectaron múltiples lesiones que hacían presumir la posible participación de más de una persona, aunque no se descartó una acción individual. Los análisis toxicológicos dieron negativo, y se estimó que murió alrededor de la una de la madrugada del 12 de mayo de 2003.
El 14 de mayo de 2003, apenas dos días después del hallazgo, los investigadores detuvieron a Miguel Clemente Jofré, apodado “El Garza”. Era un vecino de la villa que trabajaba como obrero en una bodega de Sarmiento. Una de las pistas que los llevó hasta él fueron las huellas de arrastre que partían cerca de su casa, y entonces tomó fuerza la versión de que esa noche el chico estuvo en el rancho del hombre de 32 años.
Esa línea ya había sido investigada desde el primer día. Incluso requisaron su casa y tomaron declaración a Jofré el mismo 12 de mayo, pero no hallaron sospechas firmes en su contra. Sin embargo, volvieron sobre sus pasos y el día 14 lo señalaron como el posible autor del crimen. Otra prueba que surgió fue el hallazgo de las zapatillas del chico, tiradas en la parte trasera de una vivienda colindante al domicilio del obrero.
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Así se ve hoy la calle Chubut, donde lo vieron por última vez a Jonathan Bravo.
Para sorpresa de todos, los policías de Homicidios volvieron a allanar la casa de Jofré el 15 de mayo, sin la presencia de testigos, y en su interior secuestraron la gorra amarilla que Jonathan llevaba en sus últimas horas de vida. Eso situaba al chico en la vivienda del sospechoso. También se dio por sentado que el buzo y la campera verde que tenía el cadáver pertenecían a Jofré.
Otra supuesta prueba que lo comprometía fue el hallazgo de la remera de Jonathan en unos matorrales de Media Agua, próximos a la bodega donde trabajaba el sospechoso. Según los policías, llegaron a ese lugar por el dato de un informante que aseguró haber visto al acusado en la zona, arrojando algo entre los matorrales, como queriendo deshacerse de una prueba.
Para la Policía, todo llevaba a sostener que “El Garza” Jofré era el asesino. La hipótesis inicial se sustentaba en la versión de que esa noche, después de jugar al fútbol, el obrero se apareció con una pizza y una cerveza e invitó a Jonathan a su casa. En ese encuentro, por algún motivo, el hombre atacó y estranguló al niño con sus propias manos.
Esa teoría, respaldada por el juez de Instrucción José Atenágoras Vega, señalaba que Jofré luego buscó deshacerse del cadáver. Pero antes le quitó la remera al chico y le puso otra ropa; después lo arrastró por el pasillo y arrojó su cuerpo a la acequia para simular un accidente. También afirmaron que tiró las zapatillas en los fondos de una casa vecina, ocultó la gorra de la víctima en su vivienda y se llevó su remera a Sarmiento para luego tirarla en el campo.
TRaslado
Traslado del cuerpo del niño asesinado. Foto de Diario de Cuyo.
Para reforzar esa teoría, los investigadores se basaron en tres testimonios muy disímiles entre sí. Matías Bravo, hermano de Jonathan, primero aseguró que su hermano se fue al negocio del “Pocho” y, desde entonces, no lo vio más. Tras la detención de Jofré, cambió su declaración y dijo que esa noche este lo invitó a comer pizza y se fueron juntos a su casa.
Otro testimonio fue el de Daniel Banco, quien en principio relató que jugó a la pelota y que a las 23.30 se retiró a su casa. Después se retractó y afirmó que presenció cuando Jofré llegó con una pizza y se marchó junto al niño.Por si fuera poco, apareció la sospechosa declaración de Juan Gabriel “El Pura Sangre” Oviedo, un exconvicto que dijo haber estado con Jonathan y los otros chicos, y que alrededor de las 22.30 Jofré los llevó a su casa a comer pizza. Según su relato, el hombre acostumbraba a ofrecer dinero a los chicos para mantener relaciones sexuales, y esa noche se habría quedado a solas con el niño de 13 años.
El Ministerio Público formuló la acusación inicial por homicidio agravado por alevosía, bajo la hipótesis de que el crimen se produjo en un contexto sexual y que el agresor aprovechó la indefensión del menor. Sin embargo, esa hipótesis comenzó a debilitarse con el avance de la causa: no se hallaron rastros biológicos compatibles con un abuso, y las pericias psicológicas descartaron que Jofré tuviera conductas pedófilas. La calificación legal fue luego reajustada y quedó como homicidio simple, descartando el agravante y el móvil del abuso.
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La famosa Villa Benavidez estaba situada donde hoy funciona el parque de Chimbas, en la cuadra rodeada por la avenida Benavidez y las calles Mendoza, Tucumán y Chubut.
El juicio oral se realizó a fines de 2005 en la Sala Segunda de la Cámara en lo Penal y Correccional, integrada por los jueces Ernesto Kerman, Juan Carlos Peluc Noguera y Félix Herrero Martín. La fiscal de Cámara Alicia Esquivel y el abogado querellante Fernando Bonomo sostuvieron la acusación contra Clemente “El Garza” Jofré.
En el debate se dio por probado que Jonathan sufrió una muerte violenta. El chico falleció producto de un estrangulamiento y no se descartó que haya participado más de una persona. Sin embargo, la acusación que pesaba sobre Jofré comenzó a debilitarse a partir de las pruebas recolectadas durante la instrucción.
Las declaraciones del hermano, del amigo y del expresidiario se convirtieron en un verdadero laberinto de contradicciones. Las versiones de esos testigos variaban en horarios, lugares, personas y hechos sin explicación coherente. En el caso de Matías Bravo, el tribunal consideró que su testimonio estaba inducido y presentaba múltiples grietas. Daniel Banco, el amigo, también dio versiones cruzadas y finalmente admitió que “mintió por mentir” en relación con Jofré. Algo parecido ocurrió con el exconvicto Juan Gabriel Oviedo, cuyo relato resultó poco creíble. Es más, el hermano de Jonathan y el amigo afirmaron que no lo conocían y negaron que hubiera estado allí esa noche.
“Como podrá observarse, ni aun con un esfuerzo mental desmedido que ordene el razonamiento sobre por qué han incurrido los testigos en semejante gama de contradicciones y mentiras, se puede realizar una hilación, aunque más no sea aproximada, de cómo aconteció realmente esta historia previa al fallecimiento de Jonathan Emanuel Bravo”, expresó en su sentencia el juez Ernesto Kerman, presidente del tribunal.
A eso se sumaron irregularidades en la recolección de pruebas. Los procedimientos a través de los cuales se secuestraron la gorra, la remera y las zapatillas fueron seriamente cuestionados por la defensa, que los consideró manipulados y sin cadena de custodia. Esas evidencias terminaron siendo tachadas de nulas.
“No se puede llegar a un indicio de presencia de Jonathan en la casa de Clemente Miguel Jofré, ni existen pruebas serias que permitan acreditar su intervención en el hecho investigado, debiendo aplicarse el beneficio de la duda a favor del acusado.”
Jofré declaró en el debate y rechazó rotundamente haber estado con Jonathan esa noche. Afirmó que lo conocía del barrio, pero que no tuvo ningún tipo de conflicto ni contacto con él en las horas previas al crimen. También relató que el hombre apodado “El Pura Sangre” Oviedo lo había amenazado a él y a su familia para que no lo nombraran, ya que se encontraba prófugo. Esa versión fue parcialmente confirmada en el juicio.
Pese a las sospechas y los rumores que persistieron en el barrio, los jueces entendieron que no existían pruebas directas ni indicios suficientes para ubicar a Jofré en la escena del crimen o vincularlo con la muerte del niño, aunque las sospechas estaban. “No se puede afirmar categóricamente —de acuerdo al plexo probatorio— que Jofré no haya participado del hecho investigado. Pero tampoco puede aseverarse, con el grado de certeza necesaria, que sí lo haya hecho”, señalaron los magistrados.
El 16 de noviembre de 2005, los camaristas dictaron sentencia. Por mayoría, los jueces Kerman, Peluc Noguera y Herrero Martín resolvieron absolver a Miguel Clemente Jofré por el beneficio de la duda. En su resolución remarcaron que las pruebas reunidas eran inconsistentes, que los testigos carecían de credibilidad y que los indicios presentados por la acusación no alcanzaban para sostener una condena. El tribunal también señaló que debían explorarse otras pistas y líneas de investigación que no fueron suficientemente analizadas durante la instrucción. El caso continúa impune a veintidós años de aquella trágica muerte.
FUENTE: Sentencia de la Sala Segunda de la Cámara en lo Penal y Correccional, testimonios de funcionarios judiciales que intervinieron en el caso, artículos periodísticos de Diario de Cuyo y hemeroteca de la Biblioteca Franklin.