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En el recuerdo

Ágata Galiffi, la "Flor de la Mafia" que eligió redimirse y morir en San Juan

Ágata Galiffi fue una mujer que bien podría haber salido de una novela policial, con una historia rodeada de hechos increíbles. Era la hija de Juan Galiffi, apodado el "Al Capone de Rosario", el único capo mafioso al estilo siciliano que conoció Argentina.

Por Miriam Walter

Era un 6 de julio, hace justo 40 años, y Ágata Galiffi moría anónimamente en San Juan. Dejaba atrás una vida fascinante. La llamaban "La Flor de la Mafia".

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Ágata Galiffi fue una mujer que bien podría haber salido de una novela policial, con una historia rodeada de hechos increíbles y mitos que la hicieron famosa en todo el país. Nacida el 14 de julio de 1916 en Gálvez, Santa Fe, era la hija de Juan Galiffi, apodado "Chicho Grande" o el "Al Capone de Rosario", el único capo mafioso al estilo siciliano que conoció Argentina.

Paso una infancia entre lujos y delitos. Es que Ágata creció admirando a su padre, que construyó una inmensa fortuna con extorsiones, secuestros, contrabando, prostitución y apuestas, llegando a tener campos en San Juan y Córdoba, y casas en varias ciudades. Así, Ágata vivió desde muy chica en una atmósfera de delitos, aprendiendo en encuentros donde se planeaban "hechos resonantes".

Su padre, un italiano llegado a Argentina en 1910 a los 18 años, no tardó en volverse un pistolero y mafioso que controlaba el juego clandestino, los prostíbulos, y las carreras de caballos. Era tan influyente que, según algunas versiones, Don Juan era muy amigo del presidente Hipólito Yrigoyen e incluso le regaló un sillón de oro.

Aunque su progenitor quería mantenerla al margen de su vida delictiva, Ágata confesaba que lo acompañaba siempre al hipódromo, y que llegó a ganar una fortuna de veinte mil pesos una tarde. Los que la conocieron la describían como una mujer de "temple varonil", con un "odio a la policía" y una gran "seguridad en cada decisión". Y lo que nadie negaba es que tenía unos bellísimos ojos verdes que cautivaban a todos, incluso a policías y fiscales.

El golpe que cambió su vida y la trajo luego a San Juan fue en 1939. A sus 23 años, ideó un plan junto a su amante, el actor Arturo Pláceres. Intentó un robo al Banco de Tucumán, que incluía cambiar dinero de la bóveda por billetes falsos. La estrategia era hacer un túnel desde la casa que alquilaban hasta la bóveda del banco, a lo largo de unos 94 metros. Pero falló. Fueron descubiertos y ella terminó detenida.

Como si fuera poco, Pláceres se fugó, y el esposo legal de ella, el abogado Rolando Lucchini, con quien se había casado por decisión de su padre para proteger la fortuna familiar, la abandonó y, luego, le entabló un juicio de divorcio nada más y nada menos que por abandono malicioso del hogar.

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Lo más increíble es que, por falta de penales femeninos en Tucumán en esa época, Ágata fue recluida casi una década en el Hospital de Alienadas, nada más y nada menos que un manicomio. Ella misma contó muchos años después que allí pasó "más de nueve años llorando y rezando el rosario" en un aislamiento total, en "tres metros cuadrados, con barrotes muy gruesos y sin baño".

San Juan, el refugio de Ágata

Después de ese calvario, Ágata llegó a San Juan en 1956 aproximadamente. Y aquí es donde la provincia entra de lleno en su historia, convirtiéndose en su refugio y el lugar donde armaría una nueva vida.

¿Por qué San Juan? Porque su padre, Juan Galiffi, tenía varias propiedades aquí. Había adquirido una finca en Caucete y también una bodega en pleno centro, en Avenida España y 9 de Julio, donde, según se decía, había ocultado fajos de billetes falsos. Ese atraco errado de 1939 fue quizás un intento desesperado por recuperar la posición económica que le permitiera un reencuentro con su padre. Y esa herencia en San Juan era clave.

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Ágata regresó a San Juan dispuesta a recuperar lo que era suyo. Fue un largo litigio legal para obtener la propiedad de Caucete. Pero no fue fácil. Después de estar moribunda por difteria contraída en prisión, y de trabajar como mesera en Tucumán y vendiendo clasificados en Santa Fe, llegó a tierra sanjuanina.

Ella misma relató: "Papá me dejó una finca en Caucete, San Juan. Vine hace trece años y empecé a trabajar la tierra. Arar, sembrar, podar…". Apenas se instaló no dudó en trabajar la tierra con sus propias manos.

Con ese esfuerzo e intentando pasar desapercibida, Ágata logró radicarse definitivamente en San Juan. Vivió de sus viñedos y de la venta de sus joyas, pero encontró su lugar en el comercio. Abrió una zapatería muy exclusiva llamada "Creaciones Karina" en la avenida Rioja, entre Laprida y Rivadavia, nombrada así en honor a su hija adoptiva. Más tarde, cuando vendió su finca, vivió sus últimos años en un departamento en Capital, en la zona de calles 9 de Julio y Caseros.

A pesar de su pasado, en San Juan, Ágata logró disfrutar de una vida más tranquila y, según algunas crónicas de la época, respetada. Sus vecinos la recordaban con simpatía y cariño, y sobre todo por su generosidad. La llamaban cariñosamente "La Nena". Hay testimonios de que la veían conduciendo un cupé spider convertible rojo por la Plaza 25, "impecable", y siendo "muy buena vecina" en Caucete.

En julio de 1972, el periodista Alfredo Serra, de la Revista Gente, la encontró en su zapatería de San Juan. Fue allí donde Ágata, con sus enigmáticos ojos verdes, le contó su increíble historia, en una entrevista "única, casi mágica". En esa charla, ella recordó un terrible accidente que sufrió en 1967 volviendo de Rosario, donde casi muere decapitada. "¡No, al hospital no! ¡A mi casa, que tengo que darle la comida a mi hija!", dicen que suplicaba. Su instinto maternal y su resiliencia, al parecer, eran inquebrantables.

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Galiffi en San Juan, en 1972, retratada para la entrevista de Serra.

Galiffi en San Juan, en 1972, retratada para la entrevista de Serra.

También se la conoció desde el relato de Guillermo Verón, el esposo de su hija Karina, quien compartió los últimos seis años de vida de Ágata, y a TIEMPO DE SAN JUAN le contó en 2016 su versión desde el Penal de Chimbas. Verón, que se consideraba como el "hijo varón que nunca tuvo", afirmó que Ágata nunca le negó su pasado. Además, desmintió muchas versiones sensacionalistas sobre ella y su padre, incluso acusando a ciertos medios y a una biografía no autorizada de "esparcir mentiras". Según él, Juan Galiffi "no traficaba droga, ni mujeres. En esa época ser mafioso era traer habanos importados, whisky y sobre todo los caballos".

Quizá la vida de Ágata en San Juan fue como una redención para ella. Porque dicen que logró reinventarse. Pasó de ser "La Pantera" y "La Flor de la Mafia" a una comerciante respetada y una madre abnegada. Como ella misma dijo en el reportaje de 1972: "Toda mi vida es de luchas y reveses…lo único que cuenta en la vida son los amigos".

Por eso Ágata se transformó en un personaje ineludible de San Juan, casi una leyenda. Pasó a la posteridad el 6 de julio de 1985, a los 71 años, dicen que tras contraer un virus intrahospitalario mientras estaba internada en el que por entonces se llamaba y muchos recordarán como Sanatorio Almirante Brown.

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La tumba de Agata Galiffi en San Juan (Foto: San Juan Antiguo).

La tumba de Agata Galiffi en San Juan (Foto: San Juan Antiguo).

En su tumba en el Cementerio de la Capital sanjuanina una placa de bronce, con su apellido con una sola "f", revela un mensaje de cariño de su esposo e hija, sin mencionar su turbulento pasado: "Ágata Cruz Galifi – Tú qué has sido del jardín la rosa, tú qué has sido en nuestras vidas el sol, así con tu ternura y tu gracia bendita, te llevaremos siempre dentro del corazón. Tu esposo e hija, 1987, lunes 6 de julio".

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